ROMA, viernes 29 de mayo de 2009 (ZENIT.org).- Bosnia y Herzegovina constituye hoy un modelo interesante, no sólo en lo que se refiere a las relaciones entre la Iglesia y el Estado, sino también por el tema del diálogo interreligioso.
Lo afirmó monseñor Pietro Parolin, de la Secretaría de Estado del Vaticano, durante el Congreso «La Santa Sede y los Estados de la Europa postcomunista. Aspectos claves de sus relaciones veinte años después de la caída del muro de Berlín», celebrado este miércoles en la Pontificia Universidad «Angelicum» de Roma.
«Los croatas son en su mayoría católicos, los serbios, ortodoxos y los bosnios, musulmanes», recordó monseñor Parolin», según un comunicado de la universidad enviado a ZENIT.
«Por el principio de igualdad de las tres poblaciones constitutivas, propio de la dimensión internacional del Acuerdo de Base con la Santa Sede, son aún más las garantías para todas las comunidades religiosas del país, y también para los acuerdos que se establezcan con él porque éstos estarán conectados con nuestro acuerdo», explicó.
Diplomáticos y eclesiásticos destacaron en el Congreso que los acuerdos internacionales contribuyen al progreso de un país porque introducen una visión jurídica que supera la nacional, a veces parcial e instrumental.
También que los acuerdos de la Santa Sede se inspiran en los principios fundamentales de la dignidad y la libertad de la persona, lo cual no sólo tiene valor para la comunidad católica, sino que son una contribución al progreso mundial de los pueblos.
En este sentido, la embajadora de Polonia en la Santa Sede, Hanna Suchocka, afirmó que «la firma del Concordato entre la Santa Sede y el Estado polaco ha significado sobre todo engarzar el país a principios supranacionales basados en valores universalmente reconocidos».
Por ello, también la Santa Sede ha realizado un gran esfuerzo desde la caída del muro de Berlín para restablecer las relaciones diplomáticas y cerrar acuerdos con los Estados de la Europa postcomunista.
Esas relaciones se habían deteriorado a causa de las políticas autoritarias de los regímenes comunistas y de la dura represión a la comunidad católica.
En Checoslovaquia, el Encargado de los asuntos de la Santa Sede había sido expulsado en el año 1950; en Hungría, el cardenal Jozsef Mindszenty fue condenado a cadena perpetua en 1949 por «alta traición» (en 1989 obtuvo la amnistía).
En Albania, el régimen había destruido todas las estructuras visibles de la Iglesia y los pocos católicos que quedaron fueron obligados a vivir en la clandestinidad como los primeros cristianos en las catacumbas.
El que fuera Secretario de Estado del Vaticano, el cardenal Angelo Sodano, afirmó en el Congreso que «el descubrimiento documentado de millones de muertos golpea dolorosamente a los que habían creído en la ideología marxista».
El prelado recordó que uno de los historiadores más famosos de la URSS, Roy Medvedev, hablaba, ya en febrero de 1989, de 40 millones de víctimas de Stalin en la entonces Unión Soviética, «entre los cuales muchos fueron perseguidos sólo a causa de su fe».
Prelados y embajadores constataron en el Congreso la amplitud e intensidad de la actividad diplomática y política del Vaticano en los últimos 20 años.
Mientras entre el año 1950 y el 1989 la Santa Sede estableció oficialmente 85 «acuerdos» (concordatos, acuerdos-marco, protocolos,…) con diversos países, sólo en los diez años desde 1990 hasta el 2000 se han cerrado 50 y el ritmo se mantiene en la década actual.
Algunos de los ponentes del Congreso, entre ellos los cardenales Achille Silvestrini, Roger Etchegaray, destacaron la influencia de la política del Papa Juan Pablo II en la caída del muro, así como el rápido cambio que experimentaron a partir de ese momento todos los países del ex bloque.
Por Patricia Navas