ROMA, miércoles 18 de agosto de 2010 (ZENIT.org).- Se trata de la causa del padre José María Mateos, junto con los sacerdotes Elías María Durán, José María Mateos, José María González, y los hermanos Jaime María Carretero y Ramón María Pérez Sousa, Antonio María Martín y Pedro Velasco.
El Papa Benedicto XVI firmó el decreto en el que les fue comprobado el martirio. Todos fueron asesinados entre julio y septiembre de 1936. Los religiosos fueron apresados en los conventos de Montoro y de Hinojosa del Duque.
Publicamos la segunda parte de este reportaje. La primera parte fue publicada ayer martes, en la que se narra el asalto al convento de Montoro y el asesinato de José María Mateos y Elías Durán.
Hinojosa del Duque
Otros 50 religiosos carmelitanos habitaban en el convento de la pequeña ciudad de Hinojosa del Duque, ubicada en la provincia de Córdoba en Andalucia. Esta se caracterizaba por ser muy pacífica.
Sin embargo, el 27 de julio de 1936 varios milicianos irrumpieron la calma entrando al convento. Algunos religiosos habían sido enviados por precaución a las casas de sus familias algunos días antes.
“Allí el ambiente era de destruir todo lo que oliera a religión tanto las imágenes sagradas como los edificios sagrados o templos; eran los milicianos asesinos e incendiarios, profanaban cuanto encontraban, por ejemplo ponían los confesionarios en las puertas del templo para que sirvieran de garitas”, dice un testimonio citado en la Positio.
Muchos de ellos se dieron cuenta que se acercaba el martirio, por lo que quisieron disponerse interiormente haciendo penitencia y comiendo sólo pan y agua.
“Sólo sé que estaban valientes y decididos todos para recibir o sufrir el martirio. Esto lo sé también por su familia”, dijo sor Damiana Goñi Senosaín, una de los testigos.
Carmelo Moyano Linares, íntegro hasta el final
Este sacerdote, quien fue también el provincial de la comunidad entre 1926 y 1932 nació en 1891 y entró a la comunidad 1907. Recibió el sacramento del orden en 1914 en la basílica San Juan de Letrán en Roma.
“Era culturalmente de mayor nivel. Había entendido y estaba convencido de que deberían entrar al martirio”, dijo el padre Grosso.
El padre Moyano permaneció 38 días arrestado por sus perseguidores antes de ser asesinado. Allí sufrió hacinamiento junto con 70 personas más. Fue humillado de la peor manera: le arrojaron excrementos y lo dejaron en una celda con una prostituta. Él permaneció fiel al voto de celibato.
“Le sacaban a hacer operaciones de limpieza pública, como barrendero y trabajos pesados, cargar sacos, regar los árboles del parque. Le golpeaban hasta hacerle sangrar”, cuenta un testigo.
“Pidió ser el último en morir para poder absolver de sus pecados a todos sus compañeros de cautiverio”, cuenta.
“Su conducta en la cárcel fue ejemplar. Y le oí decir a mi hermano que solía exigirles un perdón positivo de los enemigos”, aseguró Juan Jurado Ruiz, uno de los testigos.
Padre José María González Delgado
El amor a la Virgen y al Santísimo Sacramento era lo que más caracterizaba a José María González Delgado, nacido en 1908. A los 21 años ingresó a la Orden e hizo su profesión solemne en 1935.
“La era de los mártires aún no ha terminado ¿quién sabe si Dios nos tiene destinados para seguir las huellas de aquellos héroes?”, escribió una vez a su director espiritual.
Y fue él el primero en morir tras la invasión al convento de Hinojosa del Duque. Los milicianos tiraron una bomba. “El huyó y fue a buscar a su familia. Una prima no lo acogió. Otra sí”, cuenta el padre Grosso. “Luego le descubrieron una medalla que tenía en el cuello y así lo arrestaron”, cuenta su postulador.
Uno de los testigos relató cómo lo llevaron hasta la muerte junto con otros presos: “Sirvieron como escudos humanos. En medio de la confusión los fueron matando a tiros, en el patio del Ayuntamiento”.
Eliseo Camargo Montes
Este fraile nació en 1887 y entró en el convento a los 28 años, luego de haber mantenido a su familia con su trabajo debido a la temprana muerte de sus padres.
Era el cocinero de la comunidad. El día del asalto, este religioso saltó el muro del convento y fue alojado en una casa de familia. Sin embargo, los milicianos lo capturaron supuestamente para que sirviera de guía en la búsqueda de armas. Lo obligaron a pisotear la sangre de sus hermanos.
Fue asesinado junto con el hermano José María. “Ambos demostraron valor y entereza ante los sufrimientos, sin quejarse y fueron hechos presos y luego asesinados únicamente por ser religiosos. Fundo esta creencia en el conocimiento que yo tuve de ambos”, dijo Alfonso María Cobos López, uno de los testigos.
En este asalto fue martirizado también José María González Cardeñosa, nacido en 1902. Su madre murió cuando tenía 2 años por lo que quedó bajo los cuidados de su abuela. A los 23 años hizo su profesión solemne, pese a que su padre se oponía a su vocación. Sus hermanos lo recordaban como alguien humilde, caritativo con el prójimo y obediente con sus superiores.
El día del asalto al convento quiso quedarse junto con Antonio María Marín y Pedro Velasco Narbona.
También murió Antonio María Povea, quien entró a la comunidad cuando tenía 36 años. Era el portero del convento y allí sobresalían su paciencia, sencillez y humildad. Fue él quien le abrió la puerta a los milicianos y en ese momento fue tomado como rehén. “Sólo sé que debió morir por ser fraile, ya que no había otro motivo o razón”, dijo el testigo José Lotillo Rubio.
Por último, está el postulante Pedro Velasco Carbona, nacido en 1892 y miembro de la orden carmelitana desde 1933. Junto con Antonio, decidió quedarse en el convento a pesar de que esto ponía en riesgo su vida. Era el zapatero, y cumplía muy bien sus labores como postulante.
Por Carmen Elena Villa