Se mantiene la suspensión de las misas en la Ciudad de México

Mensaje del Cardenal Norberto Rivera Carrera y su Consejo Episcopal

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MÉXICO, sábado, 2 mayo 2009 (ZENIT.org).- Publicamos el mensaje que ha enviado el Cardenal Norberto Rivera Carrera, arzobispo de México, y su Consejo Episcopal, ante la epidemia de influencia.

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A los presbíteros, diáconos, religiosos, religiosas, Pueblo de Dios y personas de buena voluntad que peregrinan en la ciudad de México.

Precisamente cuando la Iglesia Católica celebra el gozo pascual de la Resurrección del Señor, los mexicanos enfrentamos una de las experiencias más dolorosas de los últimos tiempos, debido a la alerta sanitaria por la «influenza» que se ha convertido en una seria amenaza para la vida de los habitantes de nuestro país y de otras naciones. Por ello, ante la gravedad del problema y la consecuente zozobra que éste provoca, sus Pastores les recuerdan que no están solos, estamos y estaremos siempre con ustedes confirmándolos en la fe, fortaleciéndolos en la esperanza e impulsándolos en la caridad, principalmente con nuestros hermanos que se hallan en desgracia a causa de esta epidemia.

Somos conscientes de que la realidad es dura y dolorosa, por ello les pedimos abrirse hoy más que nunca a la escucha y a la meditación de la Palabra de Dios que, en estos días, nos presenta a Jesús imprimiendo ánimo y fortaleza a su comunidad: «Aquél mismo domingo, por la tarde, estaban reunidos los discípulos en una casa con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Jesús se presentó en medio de ellos y les dijo: ‘La paz esté con ustedes’, y les mostró las manos y el costado. Los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús les dijo de nuevo: ‘La paz esté con ustedes. Como el Padre me envió, yo también los envío a ustedes’ (Jn 20 19-21)».

Ante la dolorosa situación que vivimos, también Jesús nos invita a salir de nuestro miedo y cerrazón, nos pide abrir las puertas y nos envía a ser portadores de su mensaje de amor y esperanza a todos aquellos que viven enclaustrados en el pánico y paralizados por el temor a la muerte. Sus Pastores, queridos hermanos, tenemos claro que no es momento de escondernos, menos aún acobardarnos sino de trabajar, exhortar, consolar; en pocas palabras, se trata de ser testigos del Señor, siendo instrumentos de su caridad y de su misericordia para con el prójimo.

Desgraciadamente, pese a los enormes esfuerzos de nuestras autoridades federales y locales, la proliferación del virus de la influenza ha provocado un escalamiento de los grados de riesgo que determina la Organización Mundial de la Salud. Sin embargo, gracias a Dios Nuestro Señor y a la intercesión de la Santísima Virgen de Guadalupe, las víctimas no se han multiplicado considerablemente, y esto nos llena de esperanza, al igual que el hecho de saber que los afectados, siempre y cuando sean atendidos a tiempo, pueden ser curados.

Para todos aquellos que han sufrido la irreparable pérdida de un ser querido, van nuestra solidaridad y oraciones para que Dios los conforte pronto con la esperanza de la futura resurrección.

Por otra parte, sea este mensaje un nuevo llamado a la sociedad en general, a la que recordamos su deber moral de atender y obedecer las constantes recomendaciones que emiten las autoridades sanitarias. Debemos hacer conciencia de que la solución a esta amenaza no solamente está en la actuación de nuestros gobernantes, sino que se requiere de la colaboración de toda la sociedad, por lo que les pedimos prevención, más que preocupación; acción, más que temor, y sobre todo responsabilidad.

Los cristianos, en particular, tenemos una enorme obligación en estos momentos, ya que el Señor Resucitado sigue actuando a través su Iglesia, y nos exige salir al encuentro de los necesitados. Por ello, debemos asumir el papel de ser multiplicadores de las disposiciones preventivas y sanitarias, y velar por quienes han sido infectados por este virus, pues estas personas necesitan urgentemente de acompañamiento y amor. Sólo así podrán experimentar la solicitud y la misericordia divina que consuela, perdona y ama. Pero nuestro compromiso con Dios va más allá de los nuestros, y resulta imperioso tender también la mano a las personas solas y desamparadas.

A nuestros hermanos sacerdotes, les recordamos su compromiso pastoral: el buen pastor no abandona al rebaño en el peligro, por el contrario, lo cuida, lo alimenta y lo defiende, y da la vida por sus ovejas (cfr. Jn 10, 7-16), por lo que les pedimos que estén al pendiente de sus comunidades, que atiendan con caridad a los enfermos, que estén prontos para auxiliarlos con los sacramento de la confesión, la unción y la Sagrada Comunión, que consuelen y conforten a las familias, que sean portadores de esperanza, que promuevan la oración confiada y perseverante, que oren intensamente por la salud del pueblo, que fomenten la caridad parroquial y que tomen como un deber, seguir las indicaciones prácticas emitidas por la Arquidiócesis de México para la celebración de la Santa Misa, procurando durante todo el tiempo de la emergencia que por ningún motivo sean conglomeraciones multitudinarias que puedan poner en riesgo de contagio a los fieles.

Debido a que la Organización Mundial de la Salud ha declarado la etapa 5 de esta epidemia y en solidaridad responsable con nuestras autoridades, una vez más, no sin gran dolor, para los pastores y los fieles, el Sr. Cardenal Norberto Rivera Carrera, Arzobispo Primado de México pide con carácter de obligatorio la suspensión de las celebraciones eucarísticas en todos los templos de la ciudad, en este cuarto domingo de pascua, denominado del Buen Pastor. A su vez, les recuerda a los sacerdotes su deber de celebrar la Eucaristía en privado aplicando la intención por la salud del pueblo de México. Así mismo recordamos a los fieles cristianos que quedan exentos del cumplimiento del precepto dominical y los invitamos a que sigan las transmisiones por radio y televisión que se harán a puerta cerrada de las eucaristías celebradas tanto en la Basílica de Guadalupe, como en la Catedral Metropolitana .

No podemos dejar de dirigirnos al personal de salud, para felicitarlos por su heroica labor humanitaria y para pedirles que sigan recibiendo y velando con verdadera caridad cristiana a quienes han sido víctimas de esta epidemia. Lo mismo, a ustedes, religiosas y responsables de casas conventuales, para que hagan todo lo que está en sus manos a fin de colaborar con las autoridades sanitarias en la atención de los dolientes o en la oración.

Los laicos que se desempeñan en el ámbito gubernamental o empresarial también tienen una gran obligación para que esta epidemia no afecte las fuentes laborales y los ingresos de millones de mexicanos que hoy, además del miedo que les genera la alerta sanitaria, se hallan preocupados por una posible pérdida de empleo o disminución de sus recursos económicos. Apelamos a su conciencia social para que protejan el trabajo de tantas familias vulnerables.

En cuanto a la oportunidad de estar en casa que hoy tienen tantas familias, debe ser una oportunidad para la convivencia y la oración, la formación en nuestra fe, la lectura, el estudio, el cuidado de la casa, y una serie de actividades que nos ayuden a cultivarnos íntegramente como personas. Procuren que sus conversaciones sean promotoras de esperanza, no fomenten las especulaciones que provocan incertidumbre y pánico; por el contrario, mediten sobre el significado de estos signos de los tiempos con los que Dios nos habla y nos mueve a la reflexión a fin de ser conscientes de nuestros límites y fragilidades; es deber de todos aumentar la caridad y despertar la solidaridad.

El Santo Padre, Benedicto XVI, nos recuerda en estos momentos que «sólo cuando el futuro es cierto como realidad positiva, se hace llevadero el presente» (Salvados por la Esperanza, 2).

Hermanos en Cristo, no olvidemos que el Señor se muest
ra en medio de nuestro miedo y desconcierto, y nos dice: ‘¡Animo. No teman!’ Y si somos conscientes de que el Señor está con nosotros y se hace compañero de camino en medio de nuestra desolación, tenemos que ver el futuro con esperanza. No estamos abandonados a nuestras propias fuerzas y posibilidades, contamos con la ayuda amorosa de Dios, que en medio del miedo nos dice: ¡La paz esté con ustedes! Y Él es nuestra paz.

La Iglesia nos enseña que: «Los gozos y las esperanzas de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. La Iglesia, por ello, se siente íntima y realmente solidaria del género humano y de su historia» (GS 1).

Como ha sucedido en los momentos críticos de nuestra historia nacional, una vez más recurrimos al amparo materno de la Señora del Tepeyac, María Santísima de Guadalupe, para que interceda ante su Hijo por nosotros, y en estos momentos de aflicción, no olvidemos sus dulces y consoladoras palabras: «¿No estoy yo aquí que soy tu madre? ¿Acaso no estás en mi regazo? ¿A qué has de temer? ¿No soy yo tu salud?».

+ Norberto Card. Rivera Carrera, Arzobispo Primado de México.

Mons. Florencio Armando Colín Cruz, Vicario Episcopal I Vicaría

Mons. Carlos Briseño Arch, O.A.R., Vicario Episcopal II Vicaría

Mons. Felipe Tejeda García, M.Sp.S., Vicario Episcopal III Vicaría

Mons. Antonio Ortega Franco, C.O., Vicario Episcopal IV Vicaría

Mons. Francisco Clavel Gil, Vicario Episcopal V Vicaria

Mons. Jonás Guerrero Corona, Vicario Episcopal VI Vicaría

Mons. Wenceslao Hernández Bragado, Provicario Episcopal VII Vicaría

Mons. Carlos Ruiz y Alvarado, Provicario Episcopal VIII Vicaría.

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ZENIT Staff

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