ROMA, martes, 23 septiembre 2008 (ZENIT.org).- “La Sagrada Escritura es esencial para conocer a Cristo”, explica en esta entrevista el cardenal Albert Vanhoye, uno de los biblistas contemporáneos más reconocidos en el mundo, cuando faltan pocos días para el próximo Sínodo de los Obispos.
El cardenal Vanhoye, jesuita, ex rector del Instituto Bíblico Pontificio y ex secretario de la Comisión Bíblica Pontificia, nació el 24 de julio de 1923 en Hazebrouck, en la diócesis de Lille, en el norte de Francia, cerca de la frontera con Bélgica.
De 1963 a 1998, fue profesor del Instituto Bíblico Pontificio de Roma, donde ejerció una intensa actividad didáctica en la enseñanza de exégesis del Nuevo Testamento y diversos cursos y seminarios sobre su especialidad.
Participó activamente en la redacción de documentos de la Comisión Bíblica Pontificia, en el surco del trabajo iniciado por el Concilio Vaticano II, tales como: “La interpretación de la Biblia en la Iglesia”, 1993, y “El pueblo judío y las sagradas Escrituras en la Biblia cristiana”, 2001.
Como reconocimiento a su servicio a la Iglesia en este campo, Benedicto XVI lo creó cardenal en el Consistorio del 24 de marzo de 2006. El mismo Papa lo nombró miembro del próximo Sínodo de los Obispos del mundo, que se celebrará en Roma en octubre sobre “La Palabra de Dios en la vida y en la misión de la Iglesia”.
En esta entrevista concedida a Zenit, explica lo que es para él la Biblia y lo que espera de la citada asamblea mundial de obispos. La segunda parte se publicará en el servicio de mañana.
–¿Cómo y cuándo empezó a interesarse en el estudio de la Palabra de Dios?
–Cardenal Vanhoye: Mi interés por la palabra de Dios empezó ciertamente desde la infancia pero se ahondó e intensificó especialmente con el estudio de la teología. Cuando me preparaba para la ordenación sacerdotal, me apasioné con el Evangelio de Juan. Pude estudiarlo porque, antes de la teología, durante dos años, tuve que enseñar griego clásico de nivel superior a jóvenes jesuitas que se preparaban para graduarse en la Sorbona de París. Por tanto, estaba en contacto directo con los textos griegos tanto del Nuevo como del Antiguo Testamento.
En especial, estudié el tema de la fe en el Evangelio de Juan, un tema evidentemente fundamental. Para Juan, la fe consiste en creer en Cristo Hijo de Dios, que no es simplemente la adhesión a las verdades reveladas sino que es sobre todo adhesión a una persona que es Hijo de Dios, que hace la obra del Padre, en unión con el Padre y que nos invita también a nosotros a hacer su obra.
–Posteriormente se convirtió en uno de los mayores especialistas en la Carta a los Hebreos…
–Cardenal Vanhoye: De este estudio de San Juan, salieron algunos artículos pero por cuestión de tiempo –tenía que ejercer la docencia–, no pude continuar esta trabajo. Al mismo tiempo, me di cuenta de que había encontrado cosas muy interesantes en la Carta a los Hebreos y que, por tanto, podía, dedicando algunos meses cada año, preparar una tesis sobre este escrito, entonces poco estudiado.
Por tanto, mi interés se concentró en la Carta a los Hebreos, que es un escrito muy profundo, una síntesis de cristología bajo el aspecto sacerdotal. Admiro siempre la profundidad de esta carta que en realidad es una homilía en la que el misterio de Cristo es presentado en todas sus dimensiones, desde la dimensión más alta de Cristo Hijo de Dios, esplendor de la gloria de Dios, impronta de su sustancia, hasta el Cristo nuestro hermano, que asumió toda nuestra miseria y se abajó al nivel de los condenados a muerte, precisamente para introducir allí todo su amor y abrir una vía que llega hasta Dios.
Por otra parte, la Carta a los Hebreos manifiesta un conocimiento verdaderamente extraordinario del Antiguo Testamento y el sentido del cumplimiento del mismo con las tres dimensiones –de correspondencia, de ruptura en algunos aspectos y, naturalmente, de superación–, cumplimiento completo.
La Providencia ha hecho que yo haya podido consagrar verdaderamente toda mi vida a la profundización de la Escritura para provecho de tantos estudiantes de todo el mundo. Por tanto, agradezco al Señor haberme dado este privilegio.
–¿Cuáles fueron sus premisas para el estudio de la Biblia?
–Cardenal Vanhoye: Fueron claramente premisas de fe. La Biblia es un texto que expresa la fe. Para acogerla de modo serio y profundo, hay que estar en la corriente que la produjo. Por tanto, acercarse al texto inspirado con una actitud de fe es esencial. Por otra parte, existe también la convicción de que la Biblia es al mismo tiempo un libro histórico, no una palabra simplemente teórica; es una revelación con hechos, con eventos; una realidad existencial histórica que, por tanto, hay que acoger bajo este aspecto.
–En todos estos años de estudio de la Palabra de Dios, ¿qué le ha estimulado más a seguir su investigación, a pesar de las dificultades del ambiente exegético o incluso del mismo trabajo? ¿Cuáles son sus motivaciones más profundas?
–Cardenal Vanhoye: Ciertamente la convicción de que la Sagrada Escritura es esencial para conocer a Cristo, para seguirle, para investigar todas las dimensiones del misterio de Cristo. La estrecha relación entre investigación exegética y profundización de la fe y de la vida espiritual. Esto ha hecho que no haya dudado nunca en estudiar, investigar y emplear todas mis fuerzas y mis capacidades en este estudio de importancia fundamental para la vida de la Iglesia.
–¿Cuáles han sido los frutos del contacto con la Palabra más valiosos para su vida sacerdotal?
–Cardenal Vanhoye: La Palabra de Dios ha nutrido mi vida espiritual de modo muy fecundo. Por ejemplo, cuando era todavía estudiante del Instituto Bíblico Pontificio, realicé un estudio sobre dos frases del Evangelio de Juan que expresan la relación entre la obra de Jesús y la obra del Padre. Jesús ha recibido el don de las obras.
En dos frases, Jesús habla de las obras que el Padre le ha entregado. Vi la insistencia: “Mi padre trabaja siempre y yo también trabajo” (Juan 5, 17). Un tema muy importante para la profundización de la vida espiritual no sólo de modo especulativo sino especialmente en el mismo actuar. Del mismo modo que el Padre entregaba sus obras a Jesús, este nos da las nuestras.
Este es un punto que me alimenta: debo hacer siempre con el Señor la obra del Señor. Y he
comprendido por otra parte que, para hacer con el Señor la obra del Señor, es esencial estar unidos al Corazón del Señor, porque la obra del Señor no es una obra administrativa que se puede hacer con cierto desapego, sino una obra de amor.
Esta para mí es una orientación hermosa, profunda y exigente a la que vuelvo siempre. Es Él el autor principal, yo soy un pobre y modesto ayudante, pero que se debe empeñar, porque la obra es importante, una obra hermosa que hace el Señor. En mi relación con la Escritura, esto es lo más importante.
–¿Qué falta hoy en la Iglesia para que la Escritura entre cada vez más en la vida espiritual de los fieles?
–Cardenal Vanhoye: Faltan dos cosas principales: por una parte, los medios, los instrumentos, los materiales que puedan ayudar a los fieles a acoger bien la Palabra de Dios; y, por otra, la meditación de los fieles sobre los textos de la Biblia. Las dos cosas están ya presentes, gracias a Dios, en la vida de la Iglesia, y se han hecho más presentes gracias al Concilio Vaticano II. Sin embargo, queda siempre algo en lo que progresar: por una parte, educar a los fieles a acoger bien la Palabra de Dios y a acogerla no sólo en la mente, sino en el corazón y en la vida. Esto es claro. Hay que educar a los fieles en esto.
Y, por otra parte, para que esto sea realmente ef
ectivo, es indispensable que los fieles mediten la
Palabra de Dios y reflexionen sobre ella. Y así su vida se transformará poco a poco por la fuerza de la Palabra de Dios.
–Como ha afirmado repetidamente el Papa Benedicto, la Lectio Divina puede ser un medio muy adecuado a este fin.
–Cardenal Vanhoye: Ciertamente la Lectio Divina es un método de profundización muy serio en la Escritura inspirada. Pero para que influya en la vida de los fieles es necesario que el último paso sea precisamente la aplicación a la vida. Es posible una Lectio Divina que se contente en ser sólo una consideración atenta del texto; y luego una meditación. Pero debe completarse con el compromiso del fiel a aplicar, a recibir verdaderamente en su vida la Palabra de Dios, a hacerla no sólo presente sino operativa.
Este método tiene el gran mérito de llevar la atención primero hacia el texto bíblico considerado en sí mismo, en su significado exacto, concentrar el esfuerzo de atención en él antes de hacer especulaciones que podrían no tener ninguna relación con el texto. La Lectio Divina parte de la ‘lectio’, de la lectura atenta. El cardenal Martini insistía en esto cuando convocaba en la catedral de Milán reuniones de Lectio Divina.
Luego, hay que meditar, ver la relación con la situación actual de los creyentes. A continuación, se trata de asumir actitudes espirituales de contemplación, de unión con Dios, etc. Pero, como he dicho, hay que extender también la Lectio Divina a una transformación de vida.
[Por Lucas Teixeira L.C., traducido del italiano por Nieves San Martín]