SAN CRISTÓBAL DE LAS CASAS, sábado, 23 agosto 2008 (ZENIT.org).- Publicamos el artículo que ha escrito monseñor Felipe Arizmendi Esquivel, obispo de San Cristóbal de Las Casas, con motivo del inicio de la gran misión continental convocada por el episcopado latinoamericano y caribeño.
Conversión a la misión
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Del 12 al 17 de agosto, se realizó en Quito, Ecuador, el III Congreso Americano Misionero, con el lema «América con Cristo: escucha, aprende y anuncia». En la clausura, el Presidente del CELAM, Mons. Raymundo Damasceno Assis, lanzó el inicio oficial de la gran misión continental evangelizadora, convocada por la Quinta Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe. Resaltó lo que dijimos en Aparecida: «Conocer a Jesús es el mejor regalo que puede recibir cualquier persona; haberlo encontrado nosotros es lo mejor que nos ha ocurrido en la vida, y darlo a conocer con nuestra palabra y obras es nuestro gozo». Recordó que esta gran misión tiene como protagonistas a todos los católicos, y su objetivo es «promover la conciencia y la acción misionera permanente para que el espíritu misionero penetre todas nuestras vidas y las estructuras de las Iglesia».
Muchos católicos no tienen conciencia de esta responsabilidad misionera, al interior mismo de su familia y de nuestra Iglesia. Otros cambian de religión, o se alejan de toda práctica religiosa. Muchos agentes de pastoral no vibran con este llamado misionero, preocupados sólo por conservar lo que hacen habitualmente, anclados en un pasado pastoral cuya validez no se discute, pero sin apertura a los nuevos requerimientos del Espíritu.
JUZGAR
El Papa Benedicto XVI, en su mensaje a los participantes en el Congreso, dijo: «El servicio más importante que podemos brindar a nuestros hermanos es el anuncio claro y humilde de Jesucristo, para que el Señor sea cada día más conocido, amado, seguido y alabado en esas benditas tierras». Nos exhortó a «proponer a Jesucristo con claridad y humildad. Él ha vencido el pecado y la muerte, nos otorga cotidianamente su perdón, nos enseña a perdonar y nos llama a vivir una vida alejada del egoísmo que nos esclaviza y colmada del amor que nos engrandece y dignifica. Él nos instruye para que permanezcamos en su amor sin amoldarnos a los dictados de este mundo».
El Papa nos invitó a ser «instrumentos válidos para que Él siga atrayendo a todos con la misericordia que brota de su Cruz. Beban el agua vivificante que mana del costado del Salvador y sacien de su frescura cristalina a todos los que están sedientos de justicia, paz y verdad; a los que están sumidos en la cerrazón del pecado o en la oscuridad de la violencia. Sientan el consuelo de Cristo y ofrezcan el bálsamo de su amor a los atribulados, a los que andan apesadumbrados por el dolor o han quedado heridos por la frialdad del indiferentismo o el flagelo de la corrupción».
Nos animó «a compartir con otros este tesoro, pues no hay riqueza mayor que gozar de la amistad de Cristo y caminar a su lado. Merece la pena consagrar a esta hermosa labor nuestras mejores energías, sabiendo que la gracia divina nos precede, sostiene y acompaña en su realización». Y agregó: «Que se despierte en cada bautizado el misionero que lleva dentro de sí y se venza la vacilación o la mediocridad que a menudo nos asalta. Los invito a no dejarse vencer por el miedo, abatir por el desánimo o arrastrar por la inercia».
ACTUAR
¿Qué hacer? Ante todo, que cada bautizado profundice su propia fe; que la conozca y la viva con coherencia; que sea una persona que lee, medita y ora con la Palabra de Dios, que participa consciente y activamente en la liturgia, que se distingue por su amor preferencial a los pobres. Vivir esta fe católica en las familias cristianas es un antídoto contra el ambiente contrario a los criterios del Evangelio, y un dinamismo para contagiar a otros del tesoro de nuestra fe. Hay que promover grupos bíblicos, de oración, de servicio a los pobres.
Ser creativos para evangelizar a las más personas posibles. Ir de casa en casa anunciando a Cristo no es tarea exclusiva de protestantes, sino que nos compete sobre todo a quienes poseemos en plenitud el mensaje evangélico. Hay que usar los medios de comunicación y revitalizar la parroquia como «comunidad de comunidades y de movimientos». Que los laicos asuman el lugar que les corresponde. ¡Animo! ¡Que nadie se avergüence de ser católico! ¡Seamos todos misioneros!