SYDNEY, viernes, 18 julio 2008 (ZENIT.org).- El almuerzo que Benedicto XVI compartió este viernes con doce chicos y chicas de todo el mundo le ha servido para confirmar algo que ya sabía: en algunos países, ser joven es muy difícil.
En la comida, que tuvo lugar en la recepción de la residencia de la catedral de Sydney, diez de los muchachos representaron a los cinco continentes. Los otros dos representaban a Australia, el país anfitrión de las Jornadas Mundiales de la Juventud.
Fidel Mateos Rodríguez, laico, de 25 años, de la diócesis de Salamanca (España), ha explicado después que «durante el almuerzo, cada uno de los invitados hemos hablado de nuestra situación personal en nuestros países; el Papa, en especial, ha mostrado sumo interés por los testimonios de los jóvenes asiáticos y africanos, dos continentes en los que es difícil vivir la fe católica».
La otra representante del continente europeo, la francesa Marie-Bénédicte Esnault, de 22 años, reconoce que escuchando a sus compañeros de mesa «he pensado que nosotros, que vivimos en países de antigua tradición cristiana somos muy afortunados».
Jean Fabien Muaka Baloza, de la República Democrática del Congo, de 29 años, considera que «nuestra conversación ha sido como con un padre de familia. Ha escuchado y ha nos dado su bendición».
Jean Fabien invitó al Papa a visitar África para que «venga a darse cuenta de ciertas realidades educativas. Tenemos necesidad de su influencia».
Craig Ashby, australiano y representante del pueblo aborigen, narró al Santo Padre la discriminación que todavía vive su gente. El Papa le respondió que la clave para resolverlas está en la educación.
Gabriel Nangile, de Papúa Nueva Guinea, cuenta que también él ha hablado de los jóvenes de su país y de la necesidad apremiante de que puedan descubrir una vida espiritual que les libre de los graves peligros que corren.
Helena de Sousa de Timor Oriental, de 25 años, habló con el pontífice de la violencia en su país. El Papa se interesó por su situación, recordando que en enero de este año recibió a su presidente, José Ramos-Horta.
Al final del encuentro el Papa les regaló a cada uno de los jóvenes, un rosario y una medalla conmemorativa de la Jornada Mundial de la Juventud.
Cada joven le correspondió con un regalo, como es el caso del estadounidense Armando Cervantes, de origen mexicano, que le entregó un sombrero con orejas de Mickey Mouse.
En representación de Brasil estuvo presente Jorgiana Aldren Lima de Santana, de 26 años. Otros países representados fueron Nueva Zelanda, Nigeria, y Corea del Sur.
«Sin duda ha sido una vivencia inolvidable que reafirma mi fe en Dios y en la Iglesia y me sirve como reconocimiento al trabajo que he realizado junto a los jóvenes durante todos estos años», concluye Fidel Mateos.