El riesgo de falsificar la palabra de Dios en la Iglesia, según el predicador del Papa

Segunda meditación de Cuaresma ante Benedicto XVI y la Curia

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CIUDAD DEL VATICANO, viernes, 29 febrero 2008 (ZENIT.org).- «Hablar de Cristo», «con sinceridad», «movidos por Dios» y «bajo su mirada»: son las «condiciones del anuncio cristiano», que puede llegar a pervertirse –también en la propia Iglesia– cuando se «falsifica» la palabra de Dios, advierte el predicador del Papa.

Ante Benedicto XVI y la Curia Romana, en su segunda predicación de Cuaresma –este viernes, en la capilla Redemptoris Mater del Palacio Apostólico del Vaticano– el padre Raniero Cantalamessa O.F.M. Cap. apuntó las claves para discernir el citado riesgo.

«De toda palabra inútil que hablen los hombres darán cuenta en el día del Juicio» (Mt 12,36): a partir de esta advertencia de Jesucristo, el padre Cantalamessa distinguió: La palabra inútil, «vacía», es la que dice «aquél que debería en cambio pronunciar las «enérgicas» palabras de Dios»; es «la palabra del falso profeta, que no recibe la palabra de Dios y sin embargo induce a los demás a creer que sea palabra de Dios».

«La palabra inútil es la falsificación de la palabra de Dios, es el parásito de la palabra de Dios», recalcó; «se reconoce por los frutos que no produce»; «es estéril, sin eficacia». En cambio «la Palabra de Dios es viva y eficaz» (Hb 4,12).

«Los «hombres que deberán dar cuentas de toda palabra inútil» son los hombres de Iglesia», alertó el padre Cantalamessa.

Siguiendo las cartas paulinas, fue trazando algunos criterios de examen: «Los falsos profetas son aquellos que no presentan la palabra de Dios en su pureza, sino que la diluyen y la agotan en miles de palabras humanas», «en letra muerta, en vana charlatanería»; «se avergüenzan del Evangelio» «y de las palabras de Jesús porque son demasiado «duras» para el mundo, o demasiado pobres y desnudas para los doctos, y entonces intentan «aderezarlas»».

Otro riesgo para la palabra de Dios es su instrumentalización. «No puede ser empleada para discursos de circunstancias, o para envolver de autoridad divina discursos ya hechos y todos humanos»; sería sinónimo de traicionarla, denunció el predicador del Papa.

La preparación al Sínodo de los obispos (del 5 al 26 de octubre) –«La Palabra de Dios en la misión de la Iglesia»– está orientando estas reflexiones de Cuaresma.

De ahí que el padre Cantalamessa indicara estos puntos y la necesidad de que, en el anuncio, sea «la palabra de Dios, que es el principio vital más fuerte, la que someta y asimile consigo la palabra humana, y no al contrario».

«Por ello es necesario tener el valor de partir con más frecuencia, al tratar problemas doctrinales y disciplinarios de la Iglesia, de la palabra de Dios, especialmente de la del Nuevo Testamento, y de permanecer después ligados a ella, vinculados a ella –señaló–, seguros de que así se llega con mayor seguridad al objetivo, que es el de descubrir, en cada cuestión, cuál es la voluntad de Dios».

Una necesidad que igualmente «se advierte en las comunidades religiosas» –añadió–, por «el peligro de que en la formación que se da a los jóvenes y en el noviciado, en los ejercicios espirituales y en todo el resto de la vida de la comunidad, se emplee más tiempo en los escritos del propio fundador –con frecuencia bastante pobres de contenido– que en la palabra de Dios».

No se trata de que la predicación de la Iglesia tenga «que reducirse a una secuencia de citas bíblicas», sino de «permanecer ligados a la palabra de Dios», puntualizó el predicador del Papa.

Así lo indican los apóstoles Pablo y Pedro, cuando señalan que hay que «hablar en Cristo» o hablar «como con palabras de Dios».

«No quiere decir repetir materialmente y sólo las palabras pronunciadas por Cristo y por Dios en la Escritura -precisa el padre Cantalamessa–. Quiere decir que la inspiración de fondo, el pensamiento que «informa» y sustenta todo lo demás debe venir de Dios, no del hombre».

Punto de partida imprescindible –recuerda- es «la certeza de fe de que, en toda circunstancia, el Señor resucitado tiene en el corazón una palabra suya que desea hacer llegar a su pueblo»; «es la que cambia las cosas y es la que hay que descubrir», «y Él no deja de revelarla a su ministro, si humildemente y con insistencia se la pide».

«A veces no es siquiera necesario citar explícitamente tal palabra bíblica o comentarla»; «basta con que esté bien presente en la mente de quien habla e informe todo lo que expresa –sintetiza–. Actuando así, habla, de hecho, «como con palabras de Dios»».

Tal orientación es válida tanto «para los grandes documentos del magisterio como para las lecciones que el maestro da a sus novicios, para la docta conferencia como para la humilde homilía dominical», concluye.

Por Marta Lago

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ZENIT Staff

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