Se necesita una institución pontificia con autoridad en música sacra

Sugiere monseñor Valentín Miserachs Grau

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CIUDAD DEL VATICANO, martes, 6 noviembre 2007 (ZENIT.org).- La ausencia de una oficina pontificia específica con perfil de autoridad sobre la música sacra ha llevado a la proliferación de cierta anarquía en este campo, por lo que es necesaria tal institución.

Es la sugerencia de monseñor Valentín Miserachs Grau, director del Pontificio Instituto de Música Sacra (PIMS), cuerpo académico y científico que, erigido por la Sede Apostólica, tiene sus orígenes en 1911.

En su edición del 5-6 de noviembre, «L’Osservatore Romano» recoge gran parte de la intervención del sábado en la que -en el Congreso por los 80 años de la fundación del instituto diocesano de música Sacra de Trento— monseñor Miserachs no dudó en apuntar: «en ninguno de los ámbitos tocados por el Concilio [Vaticano II] –y son prácticamente todos–, se han producido mayores desviaciones que en el de la música sacra».

«Jamás he perdido ocasión de denunciar una situación de degradación evidente en el campo de la música litúrgica, en Italia, pero no sólo», reconoció.

«¡Qué lejos estamos del verdadero espíritu de la música sacra, esto es, de la verdadera música litúrgica!», lamentó.

Reconoce la «dignidad y calidad de algunas composiciones de músicos locales y extranjeros, y el esfuerzo, en absoluto fácil, de dotar a nuestras liturgias de un digno repertorio musical».

Pero cuestiona: «¿Cómo podemos soportar que una oleada de profanidades inconsistentes, petulantes y ridículas hayan adquirido con tanta facilidad carta de ciudadanía en nuestras celebraciones?».

Es un gran error, en su opinión, pensar que la gente «deba encontrar en el templo las mismas necedades que se le propinan fuera», pues «la liturgia deben educar al pueblo –incluidos jóvenes y niños— en todo, también en la música».

«Nova et vetera»

La realidad es que «mucha música que se escribe hoy, o se pone en circulación, ignora sin embargo no digo la gramática, sino hasta el abecedario del ate musical», deplora.

Y «sobre la base de una ignorancia general, especialmente en ciertas sectores del clero» –denuncia–, los medios de comunicación actúan como altavoz «de ciertos productos que, carentes de las características indispensable de la música sacra (santidad, arte verdadero, universalidad), nunca podrán procurar un auténtico bien a la Iglesia» .

Por eso –dice– «se impone actualmente una enérgica «reforma» en el sentido de una radical «conversión» hacia la norma de la Iglesia; y tal «norma» tiene como punto cardinal el canto gregoriano, ya sea en sí mismo que como principio inspirador de buena música litrúgica».

«Nova et vetera» –resume–: «el tesoro de la tradición y las cosas nuevas, pero enraizadas en la tradición».

Citando a monseñor Miserachs, el diario, como voz oficiosa de la Santa Sede, recoge que, «tras el Concilio Vaticano II, la ausencia de directivas vinculantes sobre la música sacra ha llevado a un abajamiento gradual del nivel artístico de los cantos litúrgicos».

Quienes en este ámbito «están llamados a hacer elecciones han tenido que trabajar autónomamente y con frecuencia sin competencia –prosigue–, perdiendo en muchos casos el contacto con la tradición y sobre todo con el principio inspirador representado por el canto gregoriano».

Éste –reiteró monseñor Miserachs– no debe quedarse en el ámbito académico, concertístico o discográfico, «no se debe momificar», sino que «debe volver a ser canto vivo, también de la asamblea, que en él encontrará el sosiego de las más profundas tensiones espirituales, y se sentirá verdaderamente pueblo de Dios».

Visto este panorama, son muchos los que se han dirigido al PIMS –confirma su director— como si se tratara de un órgano con facultades normativas en materia de música sacra, mientras que no es sino «una institución académica que tiene como misión la enseñanza –y naturalmente la práctica— de la música sacra».

«A mi juicio sería oportuna la institución de una oficina dotada de autoridad en materia de música sacra», sugiere.

«No es que sólo eso pueda bastar para resolver radicalmente el problema –admite–, pero me parece que, mientras no se disponga de tal instrumento, la acción de unos pocos, ya sean diócesis o territorios enteros, queda aislada, como si se tratara de una iniciativa privada».

Esta sugerencia no está vinculada –puntualiza— a «un eventual y ocasional restablecimiento del rito de Pío V», indicado hace pocos meses por Benedicto XVI.

«Volvemos sencillamente al Concilio Vaticano II para constatar que la voluntad de los padres conciliares exigía para el nuevo rito de Pablo VI que no hubiera que desviarse jamás de esta vía», concluye.

El Misal Romano promulgado por Pablo VI (procediendo a la reforma litúrgica, en 1970) –y reeditado dos veces por Juan Pablo II– es y permanece como forma normal u ordinaria de la Liturgia Eucarística de la Iglesia católica de rito latino.

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ZENIT Staff

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