La oleada de violencia en Brasil interpela a los católicos

Habla el obispo responsable de la Pastoral carcelaria en São Paulo

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SÃO PAULO, domingo, 20 agosto 2006 (ZENIT.org).- «El trabajo evangelizador, el testimonio de vida de los cristianos y de las comunidades eclesiales, los proyectos sociales de promoción humana y concienciación que la Iglesia realiza son factores positivos que ayudan a construir una cultura de paz», afirma el obispo responsable para la Pastoral Carcelaria en el estado de São Paulo (sudeste de Brasil).

Monseñor Pedro Luiz Stringhini enfatiza que la construcción de esa cultura de paz «constituye una mentalidad nueva en una sociedad individualista, que muchas veces parece contar con la violencia para resolver la violencia».

En esta entrevista, monseñor Stringhini, obispo auxiliar de la Arquidiócesis de São Paulo, habla sobre el sistema de prisiones y la oleada de violencia registrada en São Paulo desde el mes de mayo pasado.

En los días 7 y 8 de agosto, se produjo una tercera serie de ataques atribuidos a la facción criminal PCC (Primer Comando de la Capital) contra fuerzas de seguridad y blancos civiles –como agencias bancarias, gasolineras y autobuses– en São Paulo.

Los primeros atentados tuvieron lugar los días 12 y 19 de mayo. Fueron 299 acciones, incluídos incendios de autobuses. Simultáneamente, una oleada de motines alcanzó a 82 unidades del sistema penitenciario paulista. En aquella ocasión, la onda de violencia fue interpretada como una respuesta a la decisión del gobierno estatal de aislar a líderes de la facción criminal.

En los dos meses siguientes, los delincuentes mataron a 16 agentes penitenciarios, según el sindicato que representa a esta categoría.

Una segunda serie de ataques tuvo lugar en los días 11 y 14 de julio pasado. Esta vez, los principales blancos fueron los autobuses. Cerca de cien fueron incendiados o asaltados a tiros, en todo el estado. Durante los ataques, propiedades públicas y particulares, agencias bancarias, tiendas y agentes de seguridad también fueron atacados. Murieron ocho agentes.

De enero a junio de 2006, según datos oficiales divulgados por el Gobierno de São Paulo, 328 sospechosos fueron muertos por policías civiles y militares en el estado. Ese número revela un aumento del 84,27% en el número de personas muertas por la policía, en relación al mismo periodo del año pasado, en el que las muertes contabilizadas fueron 178.

–Según el criminólogo Nilo Batista, profesor de Derecho Penal en la Facultad Nacional de Derecho de la Universidad Federal de Río de Janeiro, cada mes hay 700 nuevos condenados en el estado de São Paulo. Con ese volumen, tendría que haber dos cárceles más al mes. ¿Cómo explicar el fenómeno del recrudecimiento del encarcelamiento?

–Mons. Stringhini: Brasil vive una desigualdad social muy grande. Cada día las personas pobres se vuelven más pobres. El dinero que debería usarse para programas sociales e inversión en educación, vivienda, alimentación es utilizado para el pago de la deuda externa. Los bancos tienen beneficios de récord, pero los agricultores y pequeños empresarios están endeudados y cerrando las puertas.

En este contexto, donde el 10% de la población posee el 90% del capital y el 90% de la población se reparte el 10% restante, en que los jóvenes dejan de estudiar a los 14 años y no consiguen trabajo, muchas veces encuentran en el tráfico de droga o en el robo la manera de sobrevivir. Y así tenemos números tan altos de encarcelados.

–¿Es propiamente la intensificación del proceso de encarcelamiento de grupos excluidos lo que está detrás de esa explosión de violencia en São Paulo, en la que se enfrentan las fuerzas de seguridad del Gobierno y las facciones criminales organizadas dentro y fuera de las prisiones?

–Mons. Stringhini: Podemos decir que sí. Los órganos gubernamentales fueron perdiendo progresivamente el control de la situación en las cárceles, gran parte de ellas controladas por los propios detenidos a través de su representantes. Eso es lamentable, haber dejado espacio para que el crimen se organizara.

–¿El mejor camino a seguir es el que han pedido los principales exponentes de la política brasileña en los medios: construcción de nuevas cárceles y policía más fuerte y armada en las calles?

–Mons. Stringhini: Esas son acciones paliativas, que hasta pueden entretener los conflictos, pero no resuelven el problema. Mientras no haya políticas de generación de empleos, de disminución de la desigualdad social, de inversión en educación y formación de jóvenes, mayor aplicación de penas alternativas y de mediación de conflictos, no habrá solución si no es el endurecimiento y represión del estado y un número cada vez mayor de presos. Los policías en lugar de intensificar la represión brutal, deberían ampliar más el servicio de inteligencia, caminando más en la línea de prevenir e impedir el crimen que correr detrás del sospechoso después de cada ataque que deja a la población más insegura.

–¿Cuál es la realidad de las personas que están encarceladas?

–Mons. Stringhini: Tenemos una situación de hacinamiento. El sistema penitenciario de São Paulo tiene un déficit de 30.000 plazas, por lo menos cuatro cárceles fueron destruidas completamente en las últimas rebeliones y los presos de esas unidades (cerca de cuatro mil) no tienen las mínimas condiciones de higiene y seguridad. No pueden recibir visitas, duermen al aire libre, y en Araraquara, por ejemplo, durmieron al relente durante casi un mes.

Los presos ahora sufren con el endurecimiento del sistema, las revistas de la Tropa de Choque de la Policía Militar con constantes, y la violencia, muchas veces, se aplica junto con la revista.

–¿El sistema carcelario que hay actualmente en Brasil es capaz de regenerar al infractor?

–Mons. Stringhini: Son pocas las experiencias en Brasil que podamos decir que funcionen en este sentido, pero existen. En Rio Grande do Sul, por ejemplo, donde todas las comarcas del estado tienen Consejos de Comunidad y la comunidad está de hecho implicada, existen experiencias muy positivas. En el municipio de Lajeado, una colonia agrícola produce alimentos para el propio consumo y para abastecer las guarderías y escuelas de la ciudad. También los proyectos que funcionan por el método de Apac (Asociación de Protección y Asistencia a los Condenados), abarcando el trabajo para el preso, la familia, religión y apoyo comunitario en la recuperación del preso, son una experiencia que presenta resultados positivos de resocialización.

–¿Cómo es la actuación de la Iglesia Católica por medio de la Pastoral Carcelaria?

–Mons. Stringhini: La Iglesia Católica actúa en el sistema de prisiones en todo Brasil a través de la Pastoral Carcelaria. Son cerca de 3.500 agentes de pastoral voluntarios en todo Brasil. La Pastoral Carcelaria, en sus visitas semanales, procura ser una presencia de Cristo en el mundo de la cárcel, llevando una palabra amiga y acogedora a los detenidos y funcionarios (agentes penitenciarios).

Además del servicio religioso, la Pastoral Carcelaria realiza el control social de las unidades de prisiones, verificando si los derechos fundamentales del ciudadano están garantizados. En caso de violación de los derechos humanos, hace la denuncia a los órganos competentes del Estado y en caso de que no se resuelva, apela a los órganos internacionales como la ONU, Amnistía Internacional, Corte Interamericana, etc. La Pastoral Carcelaria procura también prestar asistencia jurídica a los presos y dar apoyo humano e incluso material a las familias de los presos.

También hace articulación en los niveles federal, estatal y municipal para la mejora de la condición de vida de los presos, como inclusión de campañas públicas de salud, derecho al voto, a la concesión de beneficios, etc. Y actúa en red con otras pasto
rales, como por ejemplo, Pastoral Familiar e Infantil para apoyos a mujeres embarazadas y con hijos recién nacidos.

–¿Cómo puede contribuir y actuar cada fiel cristiano para remediar la cuestión de la violencia?

–Mons. Stringhini: Rezando por la paz, incentivando no el odio y la venganza sino la fraternidad, reconciliación, acogida. El trabajo evangelizador, el testimonio de vida de los cristianos y de las comunidades eclesiales, los proyectos sociales de promoción humana y concienciación que la Iglesia realiza son factores positivos que ayudan a construir una cultura de paz, que constituye una mentalidad nueva en la sociedad individualista que muchas veces parece contar con la violencia para resolver la violencia. Para los que trabajan por la justicia y paz, fue una derrota la victoria del referéndum de opción por el armamento. Un modo práctico de contribuir a la paz es ser voluntario de Pastoral Carcelaria y participar en sus actividades. Es importante también que el cristiano escoja conscientemente a sus representantes por el ejercicio ciudadano de votar en las elecciones.

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ZENIT Staff

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