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25 de diciembre

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El Papa en la misa de Nochebuena: 'El Niño nos enseña lo que es importante en nuestra vida'

Francisco presidió la celebración eucarística en la basílica de San Pedro invitando a la sobriedad en un mundo ebrio de consumismo

El papa Francisco ha celebrado este jueves por la noche en el Vaticano la misa de Nochebuena, en la basílica de San Pedro, donde dos semanas atrás abrió la Puerta Santa con motivo del Jubileo de la Misericordia. 

El Santo Padre entró en la basílica iluminada 'a giorno' mientras el Coro de la Capilla Sixtina cantaba el Gloria in Excelsis Deo, para dar inicio a la ceremonia con el canto de la Kalenda, que anuncia el nacimiento de Jesús. Así el Papa descubrió e inciensó la figura del Niño situado a los pies del altar, mientas repicaban las campanas.

En la misa solemne concelebraron cardenales, obispos y sacerdotes, quienes vestían paramentos color crema y dorado, mientras que el Pontífice los llevaba blancos con marrón y dorado, así como el palio de lana blanca con cruces negras.

Francisco se ha preparado estos días para su tercera Navidad en el Vaticano, en el silencio, roto solo con el tuit de hoy en el que señaló: “Dios está enamorado de nosotros. Se hace pequeño para ayudarnos a responder a su amor”.

En la misa, la oración de los fieles fue en diversos idiomas: en árabe se rezó por los evangelizadores para que “enamorados del Verbo de Dios hecho carne, anuncien con franqueza la verdad”.

En Francés se pidió para que los gobernantes “iluminados por la novedad de la Navidad, respeten la dignidad de cada persona y por la paz entre los pueblos”.

En chino se rezó por los pobres y los últimos, para que “consolados por la alegría de Belén encuentren en el Niño Jesús, esperanza y fuerza”.

En Aramaico fue la oración pidiendo por los incrédulos y pecadores, para que “alcanzados por la luz de la verdad adhieran al Señor en sus pensamientos y obras”.

En su homilía el Santo Padre indicó que en esta Navidad «el gozo y la alegría nos aseguran que el mensaje contenido en el misterio de esta noche viene verdaderamente de Dios. No hay lugar para la duda; dejémosla a los escépticos que, interrogando sólo a la razón, no encuentran nunca la verdad». 

«Este Niño nos enseña –prosiguió Francisco– en una sociedad «ebria de consumo y de placeres, de abundancia y de lujo, de apariencia y de narcisismo», lo que es «verdaderamente importante en nuestra vida» y nos invita a «tener un comportamiento sobrio».

El Pontífice recordó también que en un mundo, «a menudo duro con el pecador e indulgente con el pecado, es necesario cultivar un fuerte sentido de la justicia, de la búsqueda y poner en práctica la voluntad de Dios». Y que «ante una cultura de la indiferencia, que con frecuencia termina por ser despiadada, nuestro estilo de vida ha de estar lleno de piedad, de empatía, de compasión, de misericordia» la cual debemos extraer «cada día del pozo de la oración». 

Después de la bendición final de la misa, el Santo Padre se acercó a la imagen del Niño Jesús que estaba a los pies del baldaquino del Bernini, y le cargó en sus brazos hasta el pesebre situado en el ingreso de la basílica, acompañado en cortejo por varios niños que cargaban flores, seguidos por los obispos y sacerdotes que concelebraron en la misa de Nochebuena. 

Mañana viernes, al medio día, el Papa desde la logia central de la basílica de San Pedro, dará su mensaje navideño e impartirá la bendición “Urbi et Orbi”.

 

Homilía del papa Francisco en la misa de Noche Buena – Texto completo

En un mundo ebrio de consumo, Jesús nos llama a tener un comportamiento sobrio, capaz de entender y vivir lo que es importante

El santo padre Francisco presidió este 24, la misa de Noche Buena en la basílica de San Pedro celebrada con gran solemnidad.  En su homilía destacó que con la llegada del Niño Jesús la tristeza es arrojada fuera, porque la Virgen nos ofrece a su hijo como comienzo de vida nueva; que este Niño nos enseña lo que es verdaderamente importante en nuestra vida

El Papa también ha recordado que Jesús nace en la pobreza del mundo, porque no hay un puesto en la posada para Él y su familia y que en una sociedad frecuentemente ebria de consumo y de placeres, de abundancia y de lujo, de apariencia y de narcisismo, Él nos llama a tener un comportamiento sobrio, es decir, sencillo, equilibrado, lineal, capaz de entender y vivir lo que es importante. 

 

A continuación el texto completo: 

En esta noche brilla una «luz grande» (Is 9,1); sobre nosotros resplandece la luz del nacimiento de Jesús. Qué actuales y ciertas son las palabras del profeta Isaías, que acabamos de escuchar: «Acreciste la alegría, aumentaste el gozo» (Is 9,2). Nuestro corazón estaba ya lleno de alegría mientras esperaba este momento; ahora, ese sentimiento se ha incrementado hasta rebosar, porque la promesa se ha cumplido, por fin se ha realizado. El gozo y la alegría nos aseguran que el mensaje contenido en el misterio de esta noche viene verdaderamente de Dios. No hay lugar para la duda; dejémosla a los escépticos que, interrogando sólo a la razón, no encuentran nunca la verdad. No hay sitio para la indiferencia, que se apodera del corazón de quien no sabe querer, porque tiene miedo de perder algo. La tristeza es arrojada fuera, porque el Niño Jesús es el verdadero consolador del corazón.

Hoy ha nacido el Hijo de Dios: todo cambia. El Salvador del mundo viene a compartir nuestra naturaleza humana, no estamos ya solos ni abandonados. La Virgen nos ofrece a su Hijo como principio de vida nueva. La luz verdadera viene a iluminar nuestra existencia, recluida con frecuencia bajo la sombra del pecado. Hoy descubrimos nuevamente quiénes somos. En esta noche se nos muestra claro el camino a seguir para alcanzar la meta. Ahora tiene que cesar el miedo y el temor, porque la luz nos señala el camino hacia Belén. No podemos quedarnos inermes. No es justo que estemos parados. Tenemos que ir y ver a nuestro Salvador recostado en el pesebre. Este es el motivo del gozo y la alegría: este Niño «ha nacido para nosotros», «se nos ha dado», como anuncia Isaías (cf. 9,5). Al pueblo que desde hace dos mil años recorre todos los caminos del mundo, para que todos los hombres compartan esta alegría, se le confía la misión de dar a conocer al «Príncipe de la paz» y ser entre las naciones su instrumento eficaz.

Cuando oigamos hablar del nacimiento de Cristo, guardemos silencio y dejemos que ese Niño nos hable; grabemos en nuestro corazón sus palabras sin apartar la mirada de su rostro. Si lo tomamos en brazos y dejamos que nos abrace, nos dará la paz del corazón que no conoce ocaso. Este Niño nos enseña lo que es verdaderamente importante en nuestra vida. Nace en la pobreza del mundo, porque no hay un puesto en la posada para Él y su familia. Encuentra cobijo y amparo en un establo y viene recostado en un pesebre de animales. Y, sin embargo, de esta nada brota la luz de la gloria de Dios. Desde aquí, comienza para los hombres de corazón sencillo el camino de la verdadera liberación y del rescate perpetuo. De este Niño, que lleva grabados en su rostro los rasgos de la bondad, de la misericordia y del amor de Dios Padre, brota para todos nosotros sus discípulos, como enseña el apóstol Pablo, el c
ompromiso de «renunciar a la impiedad» y a las riquezas del mundo, para vivir una vida «sobria, justa y piadosa» (Tt 2,12).

En una sociedad frecuentemente ebria de consumo y de placeres, de abundancia y de lujo, de apariencia y de narcisismo, Él nos llama a tener un comportamiento sobrio, es decir, sencillo, equilibrado, lineal, capaz de entender y vivir lo que es importante. En un mundo, a menudo duro con el pecador e indulgente con el pecado, es necesario cultivar un fuerte sentido de la justicia, de la búsqueda y el poner en práctica la voluntad de Dios. Ante una cultura de la indiferencia, que con frecuencia termina por ser despiadada, nuestro estilo de vida ha de estar lleno depiedad, de empatía, de compasión, de misericordia, que extraemos cada día del pozo de la oración.

Que, al igual que el de los pastores de Belén, nuestros ojos se llenen de asombro y maravilla al contemplar en el Niño Jesús al Hijo de Dios. Y que, ante Él, brote de nuestros corazones la invocación: «Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación» (Sal 85,8). 

 

Mensaje navideño del Papa: ‘Donde nace Dios, nace la esperanza’

Desde la logia central de la Basílica de San Pedro, el Santo Padre imparte la bendición Urbi et Orbi

El papa Francisco, en el día de la Solemnidad del Nacimiento del Señor, desde la Logia central de la Basílica Vaticana, ha dado su tradicional mensaje navideño y ha impartido la bendición Urbi et Orbi. De este modo, este 25 de diciembre, el Pontífice ha recordado que “sólo la misericordia de Dios puede liberar a la humanidad de tantas formas de mal, a veces monstruosas, que el egoísmo genera en ella”.

Asimismo, ha deseado que “los israelíes y palestinos puedan retomar el diálogo directo y alcanzar un entendimiento que permita a los dos pueblos convivir en armonía”.

También ha pedido que el acuerdo alcanzado en el seno de las Naciones Unidas logre acallar el fragor de las armas en Siria. Igualmente urgente es –ha observado– que el acuerdo sobre Libia encuentre el apoyo de todos, para que se superen las graves divisiones y violencias que afligen el país.

El Santo Padre ha exhortado a que toda la Comunidad internacional ponga su atención de manera unánime en que cesen las atrocidades que, “tanto en estos países como también en Irak, Yemen y en el África subsahariana”, causan todavía numerosas víctimas, provocan enormes sufrimientos y no respetan ni siquiera el patrimonio histórico y cultural de pueblos enteros.

Asimismo ha recordado a cuantos han sido golpeados por los atroces actos terroristas, “particularmente en las recientes masacres sucedidas en los cielos de Egipto, en Beirut, París, Bamako y Túnez”. El Papa ha pedido paz para las poblaciones de la República Democrática del Congo, de Burundi y del Sudán del Sur para que “se refuerce el compromiso común en vista de la edificación de sociedades civiles animadas por un sincero espíritu de reconciliación y de comprensión recíproca”.

Unas palabras también para Ucrania, deseando que la Navidad “ofrezca alivio a quienes padecen las consecuencias del conflicto” e “inspire la voluntad de llevar a término los acuerdos tomados, para restablecer la concordia en todo el país”. Del mismo modo ha pedido que la alegría de este día “ilumine los esfuerzos del pueblo colombiano para que, animado por la esperanza, continúe buscando con tesón la anhelada paz”.

El papa Francisco ha tenido presente a los más indefensos, los niños soldado, las mujeres que padecen violencia, las víctimas de la trata de personas y del narcotráfico. Que no falte nuestro consuelo –ha pedido– a cuantos huyen de la miseria y de la guerra. Así como ha deseado que sean recompensados con abundantes bendiciones todos los que trabajan con generosidad para socorrer y acoger a los numerosos emigrantes y refugiados. También ha querido que en este día, el Señor vuelva a dar esperanza a cuantos no tienen trabajo.

Publicamos a continuación el texto completo del mensaje del Santo Padre para la Navidad 2015:           

Queridos hermanos y hermanas, feliz Navidad.

Cristo nos ha nacido, exultemos en el día de nuestra salvación.

Abramos nuestros corazones para recibir la gracia de este día, que es Él mismo: Jesús es el «día» luminoso que surgió en el horizonte de la humanidad. El día de la misericordia, en el cual Dios Padre ha revelado a la humanidad su inmensa ternura. Día de luz que disipa las tinieblas del miedo y de la angustia. Día de paz, en el que es posible encontrarse, dialogar, sobre todo, reconciliarse. Día de alegría: una «gran alegría» para los pequeños y los humildes, para todo el pueblo (cf. Lc 2,10).

En este día, ha nacido de la Virgen María Jesús, el Salvador. El pesebre nos muestra la «señal» que Dios nos ha dado: «un niño recién nacido envuelto en pañales y acostado en un pesebre» (Lc 2,12). Como los pastores de Belén, también nosotros vamos a ver esta señal, este acontecimiento que cada año se renueva en la Iglesia. La Navidad es un acontecimiento que se renueva en cada familia, en cada parroquia, en cada comunidad que acoge el amor de Dios encarnado en Jesucristo. Como María, la Iglesia muestra a todos la «señal» de Dios: el niño que ella ha llevado en su seno y ha dado a luz, pero que es el Hijo del Altísimo, porque «proviene del Espíritu Santo» (Mt1,20). Por eso es el Salvador, porque es el Cordero de Dios que toma sobre sí el pecado del mundo (cf. Jn 1,29). Junto a los pastores, postrémonos ante el Cordero, adoremos la Bondad de Dios hecha carne, y dejemos que las lágrimas del arrepentimiento llenen nuestros ojos y laven nuestro corazón.

Sólo él, sólo él nos puede salvar. Sólo la misericordia de Dios puede liberar a la humanidad de tantas formas de mal, a veces monstruosas, que el egoísmo genera en ella. La gracia de Dios puede convertir los corazones y abrir nuevas perspectivas para realidades humanamente insuperables.

Donde nace Dios, nace la esperanza. Él trae la esperanza. Donde nace Dios, nace la paz. Y donde nace la paz, no hay lugar para el odio ni para la guerra. Sin embargo, precisamente allí donde el Hijo de Dios vino al mundo, continúan las tensiones y las violencias y la paz queda como un don que se debe pedir y construir. Que los israelíes y palestinos puedan retomar el diálogo directo y alcanzar un entendimiento que permita a los dos pueblos convivir en armonía, superando un conflicto que les enfrenta desde hace tanto tiempo, con graves consecuencias para toda la región.

Pidamos al Señor que el acuerdo alcanzado en el seno de las Naciones Unidas logre cuanto antes acallar el fragor de las armas en Siria y remediar la gravísima situación humanitaria de la población extenuada. Es igualmente urgente que el acuerdo sobre Libia encuentre el apoyo de todos, para que se superen las graves divisiones y violencias que afligen el país. Que toda la Comunidad internacional ponga su atención de manera unánime en que cesen las atrocidades que, tanto en estos países como también en Irak, Yemen y en el África subsahariana, causan todavía numerosas víctimas, provocan enormes sufrimientos y no respetan ni siquiera el patrimonio histórico y cultural de pueblos enteros. Quiero recordar también a cuantos han sido golpeados por los atroces actos terroristas, particularmente en las recientes masacres sucedidas en los cielos de Egipto, en Beirut, París, Bamako y Túnez.              Que el Niño Jesús les dé consuelo y fuerza a nuestros hermanos, perseguidos por causa de su fe en dis
tintas partes del mundo.  Son nuestros mártires de hoy.                 

Pidamos Paz y concordia para las queridas poblaciones de la República Democrática del Congo, de Burundi y del Sudán del Sur para que, mediante el diálogo, se refuerce el compromiso común en vista de la edificación de sociedades civiles animadas por un sincero espíritu de reconciliación y de comprensión recíproca.                    

Que la Navidad lleve la verdadera paz también a Ucrania, ofrezca alivio a quienes padecen las consecuencias del conflicto e inspire la voluntad de llevar a término los acuerdos tomados, para restablecer la concordia en todo el país.

Que la alegría de este día ilumine los esfuerzos del pueblo colombiano para que, animado por la esperanza, continúe buscando con tesón la anhelada paz.

Donde nace Dios, nace la esperanza ̧ y donde nace la esperanza, las personas encuentran la dignidad. Sin embargo, todavía hoy muchos hombres y mujeres son privados de su dignidad humana y, como el Niño Jesús, sufren el frío, la pobreza y el rechazo de los hombres. Que hoy llegue nuestra cercanía a los más indefensos, sobre todo a los niños soldado, a las mujeres que padecen violencia, a las víctimas de la trata de personas y del narcotráfico.

Que no falte nuestro consuelo a cuantos huyen de la miseria y de la guerra, viajando en condiciones muchas veces inhumanas y con serio peligro de su vida. Que sean recompensados con abundantes bendiciones todos aquellos, personas privadas o Estados, que trabajan con generosidad para socorrer y acoger a los numerosos emigrantes y refugiados, ayudándoles a construir un futuro digno para ellos y para sus seres queridos, y a integrarse dentro de las sociedades que los reciben.

 Que en este día de fiesta, el Señor vuelva a dar esperanza a cuantos no tienen trabajo, que son muchos, y sostenga el compromiso de quienes tienen responsabilidad públicas en el campo político y económico para que se empeñen en buscar el bien común y tutelar la dignidad toda vida humana.

Donde nace Dios, florece la misericordia. Este es el don más precioso que Dios nos da, particularmente en este año jubilar, en el que estamos llamados a descubrir la ternura que nuestro Padre celestial tiene con cada uno de nosotros. Que el Señor conceda, especialmente a los presos, la experiencia de su amor misericordioso que sana las heridas y vence el mal. 

Y de este modo, hoy todos juntos exultemos en el día de nuestra salvación. Contemplando el portal de Belén, fijemos la mirada en los brazos de Jesús que nos muestran el abrazo misericordioso de Dios, mientras escuchamos el gemido del Niño que nos susurra: «Por mis hermanos y compañeros voy a decir: “La paz contigo”» (Sal 121 [122], 8).

 

Santa Vicenta María López y Vicuña – 26 de diciembre

«Esta fundadora de las religiosas de María Inmaculada tenía a sus pies cuanto podía desear dada la alta posición social a la que pertenecía. Pero se entregó a Cristo y fue un ángel protector para las empleadas del servicio doméstico»

Un santo contempla lo que le rodea imbuido por el amor a Dios y el anhelo de dar a los demás lo mejor de sí. Atento a cualquier atisbo en el que perciba la vía a seguir para encauzar el bien, como hizo Vicenta María, se pone en marcha sin dilación y la gracia de Cristo se derrama a raudales.

Nació en Cascante, Navarra, España, el 22 de marzo de 1847. Era hija de un prestigioso jurista que se ocupó personalmente de su educación al constatar las cualidades que poseía. Creció en una familia cristiana y comprometida, en la que cotidianamente florecía la caridad, ya que sus componentes dedicaban gran parte de su tiempo ayudando a los desfavorecidos. En ese clima discurrió su infancia, arropada por sus padres y otros familiares, apreciando en ellos rasgos de piedad y compartiendo la espiritualidad que emanaba de su entorno como algo natural. Visitaba al Santísimo, acudía a misa y se fijaba en las imágenes del templo, en particular la de Cristo atado a la columna; ésta suscitó en ella una gran devoción que mantuvo hasta el fin de su vida. 

Una tía materna pertenecía a la aristocracia madrileña y dispensaba toda clase de atenciones a los necesitados. Sus rasgos de generosidad, junto a su privilegiada situación social, fueron tenidos en cuenta por los padres y los tíos de Vicenta cuando decidieron que prosiguiese la formación en Madrid. Bajo la custodia de este familiar, aprendió idiomas y piano, estudios que completó más tarde en el prestigioso colegio San Luís de los Franceses. Era una muchacha normal, con cierta coquetería –usual a esa edad–, inteligente, creativa, con muchos intereses culturales y muy comunicativa. Los primeros años de su juventud transcurrieron en un estado de búsqueda. Su tía estaba estrechamente vinculada a la Congregación de la Doctrina Cristiana, y ella solía acompañarla en algunas acciones que realizaba con jóvenes empleadas del servicio doméstico, lo cual le ayudó a discernir el camino a seguir. 

La previsión de sus padres fue desposarla con alguien de su condición social, y había expectativas para que así sucediese. Pero tal futuro no entraba en los planes de la joven, y cuando su tía la tanteó haciendo de mediadora entre ella y sus progenitores, Vicenta María respondió: «tía, ni con un Rey ni con un santo»; es decir, que ya había elegido en su corazón. Olvidada de sí y centrada en las necesidades de estas jóvenes, comenzó a plantearse seriamente cómo podría ayudarlas mejor. La clave la recibió en 1853 al leer el anuncio de un piso en alquiler. En esa simple observación entrevió el signo que Dios le ponía para iniciar su obra. Y se hizo con la vivienda. Acogió en ella a tres muchachas convalecientes del hospital junto a una persona de mayor edad, seleccionada para asistirlas, y denominó «La Casita» a tan recoleto espacio en el que dio a las jóvenes un trato evangélico. Se ocupó de su formación y también de su trabajo eligiendo selectos domicilios para que pudieran servir en ellos. 

Tras la realización de los ejercicios espirituales efectuados en el monasterio de la Visitación en 1868, las líneas que debía seguir se hicieron más nítidas. El siguiente gran paso fue comunicar a su padre por carta su negativa al matrimonio. Le informó de su vocación y proyecto de fundar un Instituto aprovechando la experiencia que había adquirido conviviendo con las jóvenes. No estaba vinculada con votos, pero se propuso cumplir lo que entendía como voluntad divina. El 11 de junio de 1876 puso en marcha el Instituto; con ella se comprometían en esta labor dos jóvenes. 

Las vocaciones aumentaron y la fundación iba creciendo exponencialmente. Hacía a todas la siguiente advertencia:«A este fin consideren que han venido al Instituto a morar unánimes y conformes y a no tener sino un corazón y un alma en Dios». Puso la «Congregación del Servicio Doméstico» (actuales «Religiosas de María Inmaculada») bajo el amparo de la Virgen María. Suplicaba de manera insistente: «Enséñame a obedecer, Dios mío». La caridad era el único horizonte para las componentes de la fundación: «Nada me agrada tanto como poder contemplaros abrasadas en el fuego de la caridad». En poco tiempo cinco nuevas casas dieron cuenta de la fecundidad apostólica. 

En julio de 1890 hizo sus votos perpetuos. Poco después enfermó gravemente de tuberculosis. Viendo que iba a morir, y pensando en las jóvenes, manifestó: «Quiero recomendarles que por mi muerte no se suprima ninguna fiestecilla de las chicas, y ésto aunque estuviera de cuerpo presente». Su tránsito se produjo el 26 de diciembre de 1890. «Si viv
imos bien, la muerte será el principio de la vida»
, había dicho. Fue beatificada por Pío XII el 19 de febrero de 1950, y canonizada por Pablo VI el 25 de mayo de 1975. 

 

 

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ZENIT Staff

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