VER
Se acerca la memoria de nuestros difuntos. Es lamentable que la moda pagana y comercial del Hallowen se vaya difundiendo tanto, en vez de nuestras tradiciones tan llenas de contenido, no sólo sentimental, sino humano, familiar, social, cultural, religioso y trascendente.
En mi programa semanal de radio Pregúntale al Obispo, me han llegado estas y otras preguntas: ¿Es pecado celebrar el día los muertos? Nuestros padres están muertos, pero mis hermanas los visitan cada 8 días y nos han dicho que es malo; ¿es cierto? ¿Es posible volver a reencarnar en otro cuerpo, al morir? ¿La Iglesia permite la incineración?
Varias personas optan por conservar en su casa las cenizas de sus seres queridos difuntos, al menos durante el novenario posterior a su muerte, o en forma permanente. Aducen el cariño y la gratitud; dicen que quieren sentirlos muy cercanos y que no los pueden olvidar. En algunas comunidades indígenas, sepultan a sus muertos en la propia casa, sea en el patio, o en alguna de las habitaciones.
El Papa Francisco, en Amoris laetitia, dice: “A veces la vida familiar se ve desafiada por la muerte de un ser querido. No podemos dejar de ofrecer la luz de la fe para acompañar a las familias que sufren en esos momentos (253).
El duelo por los difuntos puede llevar bastante tiempo. En algún momento del duelo hay que ayudar a descubrir que quienes hemos perdido un ser querido todavía tenemos una misión que cumplir, y que no nos hace bien querer prolongar el sufrimiento, como si eso fuera un homenaje. La persona amada no necesita nuestro sufrimiento, ni le resulta halagador que arruinemos nuestras vidas. Tampoco es la mejor expresión de amor recordarla y nombrarla a cada rato, porque es estar pendientes de un pasado que ya no existe, en lugar de amar a ese ser real que ahora está en el más allá. Su presencia física ya no es posible, pero si la muerte es algo potente, «es fuerte el amor como la muerte» (Ct 8,6). El amor tiene una intuición que le permite escuchar sin sonidos y ver en lo invisible. Eso no es imaginar al ser querido tal como era, sino poder aceptarlo transformado, como es ahora. Jesús resucitado, cuando su amiga María quiso abrazarlo con fuerza, le pidió que no lo tocara (cf. Jn 20,17), para llevarla a un encuentro diferente (255).
Nos consuela saber que no existe la destrucción completa de los que mueren y la fe nos asegura que el Resucitado nunca nos abandonará. Así podemos impedir que la muerte envenene nuestra vida, que haga vanos nuestros afectos, que nos haga caer en el vacío más oscuro (256).
Una manera de comunicarnos con los seres queridos que murieron es orar por ellos. Dice la Biblia que «rogar por los difuntos» es «santo y piadoso» (2 M 12,44-45). (257).
No desgastemos energías quedándonos años y años en el pasado. Mientras mejor vivamos en esta tierra, más felicidad podremos compartir con los seres queridos en el cielo. Mientras más logremos madurar y crecer, más cosas lindas podremos llevarles para el banquete celestial” (258).
En cuanto a la cremación y depósito de las cenizas, la Congregación para la Doctrina de la Fe acaba de indicar: “Siguiendo la antiquísima tradición cristiana, la Iglesia recomienda insistentemente que los cuerpos de los difuntos sean sepultados en los cementerios u otros lugares sagrados. Cuando razones de tipo higiénicas, económicas o sociales lleven a optar por la cremación, la Iglesia no ve razones doctrinales para evitar esta práctica, ya que la cremación del cadáver no toca el alma y no impide a la omnipotencia divina resucitar el cuerpo. La cremación no está prohibida, a no ser que haya sido elegida por razones contrarias a la fe cristiana. Las cenizas del difunto, por regla general, deben mantenerse en un lugar sagrado, es decir, en el cementerio o en una iglesia. No está permitida la conservación de las cenizas en el hogar. Para evitar cualquier malentendido panteísta, naturalista o nihilista, no sea permitida la dispersión de cenizas en el aire, en la tierra, en el agua o en cualquier otra forma” (Ad resurgendum cum Christo).
ACTUAR
Conservemos nuestras tradiciones del “día de muertos”, porque nos dan identidad, historia, valores y trascendencia. Que no nos domine el mercado, con sus ofertas engañosas. Oremos por nuestros difuntos. El altar tradicional en algunos lugares, con sus fotos, velas, flores y ofrendas alimenticias, es un signo de que los experimentamos cercanos, espiritualmente. ¡En Cristo, hay vida y resurrección!