Benedicto XVI ilustra el secreto para abrir el mundo a luz de Dios

La vida interior, como sucedió con san Otón

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CIUDAD DEL VATICANO, miércoles 2 de septiembre de 2009 (ZENIT.org).- Benedicto XVI explicó este miércoles el secreto con el que el cristiano puede abrir al mundo a la luz de Dios: una «vida interior» abierta a los demás.

Fue la conclusión a la que llegó en la audiencia general, celebrada en el Aula Pablo VI, en la que presentó la figura de san Otón, abad del monasterio de Cluny, retomando así sus catequesis sobre grandes autores cristianos del primer milenio.

Al evocar la vida y espiritualidad de este «reformador bondadoso» francés del siglo IX, reconoció que su «visión del mundo puede parecer bastante alejada de la nuestra, y sin embargo la de Otón es una concepción que, viendo la fragilidad del mundo, valora la vida interior abierta al otro, al amor por el prójimo, y precisamente así transforma la existencia y abre el mundo a la luz de Dios».

Benedicto XVI acudió a su cita semanal con los fieles, trasladándose en helicóptero desde la residencia pontificia de Castel Gandolfo, a donde volvió una vez terminada la audiencia.

El Papa destacó de Otón no sólo su influencia espiritual, en la época de esplendor del monasterio de Cluny y del monaquismo benedictino en toda Europa, sino sobre todo su rica vida interior, su bondad y su alegría.

Otón nació alrededor del año 880 en el centro de Francia, cerca de Tours, a cuyo santo obispo Martín le consagró su padre desde niño. Fascinado por la Regla de san Benito, Otón ingresó en el monasterio benedictino de Baume, para pasar de ahí al de Cluny, del que fue abad entre los años 927 y 942.

Su biógrafo, el monje Juan el Italiano, destacaba de él la virtud «de la paciencia, el desprecio del mundo, el celo por las almas, el compromiso por la paz de las Iglesias», citó el Papa. «Grandes aspiraciones del abad Otón eran la concordia entre el rey y los príncipes, la observancia de los mandamientos, la atención a los pobres, la corrección a los jóvenes, el respeto a los viejos».

Ese amor a la interioridad, esa visión del mundo «como realidad frágil y precaria de la que desarraigarse, una constante inclinación al desapego de las cosas consideradas como fuente de inquietud, una aguda sensibilidad por la presencia del mal en las diversas categorías de hombres, una íntima aspiración escatológica», está «bastante alejada de la nuestra».

El secreto de Otón, explica, es que «amaba la celdita donde residía, alejado de los ojos de todos, preocupado por agradar sólo a Dios».

«En un sólo monje, comenta su biógrafo, se encontraban unidas las distintas virtudes existentes de forma desperdigada en los demás monasterios», afirma el Papa.

Sin embargo, subrayó ante todo su alegría y la gran bondad de su alma, «una característica del santo abad a primera vista casi escondida bajo el rigor de su austeridad de reformador».

«Era austero, pero sobre todo era bueno, un hombre de gran bondad, una bondad que proviene del contacto con la bondad divina. Otón, así dicen sus coetáneos, difundía alrededor suyo la alegría de la que estaba colmado».

También destacó su «devoción al Cuerpo y a la Sangre de Cristo que Otón, frente a una extendido abandono, vivamente deplorada por él».

«Por desgracia, anota nuestro abad, este sacrosanto misterio del Cuerpo del Señor, en el que consiste toda la salvación del mundo es celebrado con negligencia», prosiguió. «Todo esto nos invita a creer con nueva fuerza y profundidad en la verdad de la presencia del Señor. La presencia del Creador entre nosotros, que se entrega en nuestras manos y nos transforma como transforma el pan y el vino, transforma así el mundo».

[Por Inma Álvarez]

 

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ZENIT Staff

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