Aeroméxico Boeing 787

(Foto: Wikipedia)

Francisco y nuestros problemas

El Santo Padre estaba muy bien informado de los problemas del país azteca durante su viaje apostólico

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VER
Algunos sostienen que tanto gobierno como iglesia nos hemos esforzado por ocultar al Papa nuestra realidad, durante su reciente visita, y presentarle todo como si estuviera muy bonito. Nada de eso. Desde que los obispos hicimos la Visita Ad Limina, en mayo de 2014, le informamos con sumo detalle lo que sucede entre nosotros. En diciembre pasado, tuve oportunidad de estar con él en Roma y le llevé la palabra de indígenas, jóvenes, sacerdotes y religiosas de nuestra diócesis, en que le describían sus dolores y esperanzas. Le entregué cinco páginas que elaboramos los obispos de aquí, para que tuviera una información de primera mano. Los mismos testimonios que escuchó en los lugares que visitó, le mostraban la realidad nacional. No vino, pues, a informarse, sino precisamente por los informes que tenía, decidió visitarnos. No vino a conocer, sino a animarnos en la fe, en la lucha por un cambio, según las exigencias del Evangelio, que debe incidir en mejorar la realidad.
Escogió lugares donde precisamente sabía que era necesaria su presencia, por los problemas que conoció por nuestros informes. No le saca la vuelta a los conflictos, ni se esconde ante las dificultades, sino que nos acompaña y nos exhorta para afrontarlos con decisión, y no refugiarnos en la resignación pasiva y plañidera.
 
PENSAR
En Palacio Nacional, ante la clase política y dirigente del país, enumeró algo de lo que nos aqueja: “La experiencia nos demuestra que cada vez que buscamos el camino del privilegio o beneficio de unos pocos en detrimento del bien de todos, tarde o temprano, la vida en sociedad se vuelve un terreno fértil para la corrupción, el narcotráfico, la exclusión de las culturas diferentes, la violencia e incluso el tráfico de personas, el secuestro y la muerte, causando sufrimiento y frenando el desarrollo”.
E insistió: “A los dirigentes de la vida social, cultural y política, les corresponde de modo especial trabajar para ofrecer a todos los ciudadanos la oportunidad de ser dignos actores de su propio destino, en su familia y en todos los círculos en los que se desarrolla la sociabilidad humana, ayudándoles a un acceso efectivo a los bienes materiales y espirituales indispensables: vivienda adecuada, trabajo digno, alimento, justicia real, seguridad efectiva, un ambiente sano y de paz”.
Les invitó a encontrar “nuevas formas de diálogo, de negociación, de puentes capaces de guiarnos por la senda del compromiso solidario. Un compromiso en el que todos, comenzando por los que nos llamamos cristianos, nos entreguemos a la construcción de una política auténticamente humana y una sociedad en la que nadie se sienta víctima de la cultura del descarte”.
Esto, sin embargo, “no es sólo un asunto de leyes que requieran de actualizaciones y mejoras —siempre necesarias—, sino de una urgente formación de la responsabilidad personal de cada uno, con pleno respeto del otro como corresponsable en la causa común de promover el desarrollo nacional. Es una tarea que involucra a todo el pueblo mexicano en las distintas instancias tanto públicas como privadas, tanto colectivas como individuales”. Es decir, cada quien hemos de asumir nuestra aportación al bien común. Y en ello la Iglesia no puede quedar al margen, siempre de acuerdo con nuestra identidad y sin componendas partidistas. Dijo: “Le aseguro, señor Presidente, que en este esfuerzo el Gobierno mexicano puede contar con la colaboración de la Iglesia católica, que ha acompañado la vida de esta Nación y que renueva su compromiso y voluntad de servicio a la gran causa del hombre: la edificación de la civilización del amor”.
 
ACTUAR
Que hay problemas, es inocultable. Que hay pobreza, marginación, narcotráfico, corrupción y demás, no se puede negar. El Papa no vino a taparlos, sino a invitarnos a sumar esfuerzos por un cambio de corazones: que no haya más abusos de unos contra otros; que nos veamos como hermanos, dentro de nuestras legítimas diferencias; que nos preguntemos cada quién qué podemos hacer por el país, y no quedarnos sólo en lamentos y resignaciones inútiles.

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Felipe Arizmendi Esquivel

Nació en Chiltepec el 1 de mayo de 1940. Estudió Humanidades y Filosofía en el Seminario de Toluca, de 1952 a 1959. Cursó la Teología en la Universidad Pontificia de Salamanca, España, de 1959 a 1963, obteniendo la licenciatura en Teología Dogmática. Por su cuenta, se especializó en Liturgia. Fue ordenado sacerdote el 25 de agosto de 1963 en Toluca. Sirvió como Vicario Parroquial en tres parroquias por tres años y medio y fue párroco de una comunidad indígena otomí, de 1967 a 1970. Fue Director Espiritual del Seminario de Toluca por diez años, y Rector del mismo de 1981 a 1991. El 7 de marzo de 1991, fue ordenado obispo de la diócesis de Tapachula, donde estuvo hasta el 30 de abril del año 2000. El 1 de mayo del 2000, inició su ministerio episcopal como XLVI obispo de la diócesis de San Cristóbal de las Casas, Chiapas, una de las diócesis más antiguas de México, erigida en 1539; allí sirvió por casi 18 años. Ha ocupado diversos cargos en la Conferencia del Episcopado Mexicano y en el CELAM. El 3 de noviembre de 2017, el Papa Francisco le aceptó, por edad, su renuncia al servicio episcopal en esta diócesis, que entregó a su sucesor el 3 de enero de 2018. Desde entonces, reside en la ciudad de Toluca. Desde 1979, escribe artículos de actualidad en varios medios religiosos y civiles. Es autor de varias publicaciones.

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