La Iglesia en Guatemala llama a rechazar xenofobia, racismo y discriminación

Carta del presidente de la Pastoral de Movilidad Humana del episcopado guatemalteco

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GUATEMALA DE LA ASUNCIÓN, miércoles, 4 octubre 2006 (ZENIT.org).- Una exhortación ha lanzado la Iglesia en Guatemala a sus fieles a ser «puentes de esperanza en este mundo globalizado para acoger dignamente a los migrantes», pues el país es lugar «de origen, de paso y destino» de estas personas.

El Día Nacional del Migrante, que la Iglesia celebra en el país anualmente el primer domingo de septiembre, fue ocasión para «reflexionar en el fenómeno migratorio y la dura realidad que viven los migrantes en buscan de mejores oportunidades de vida».

A ello ayudó la carta que el obispo de Huehuetenango, monseñor Rodolfo Bobadilla Mata, presidente de la Pastoral de Movilidad Humana de la Conferencia Episcopal de Guatemala, difundió haciendo un llamamiento «a rechazar la xenofobia, el racismo y la discriminación».

La Congregación para la Evangelización de los Pueblos de la Santa Sede se hizo eco de la misiva, en la que se afirma que «una de las preocupaciones pastorales del mundo actual es el aumento de la movilidad de personas, a causa de la situación socio-económica y política, y de las grandes injusticias que se viven en los países en donde se originan los flujos migratorios».

«Basta pensar que en una buena parte los grandes centros urbanos y periferias están conformados por migrantes del campo que han sido forzados a dejar sus tierras por falta de proyectos de desarrollo económico de parte de los gobiernos», escribe monseñor Bobadilla.

Y aunque en los últimos años «se han desarrollado diferentes mecanismos de integración económica y apertura de las fronteras para la libre circulación del comercio y de las inversiones», «la suerte de los migrantes ha sido bien distinta»: «no han tenido los privilegios de los mercados y se les impidió circular libremente», alerta.

Por un lado «la intensidad de ese movimiento migratorio se ha dejado sentir en la dinámica económica, social, política y cultural de los países de origen», pero «a pesar del grado de cambio que está provocando, las sociedades involucradas están haciendo poco para abordar el fenómeno en forma integral», observa.

Y «de manera ambivalente y contradictoria, se han profundizado los sentimientos xenófobos, de exclusión y leyes anti-emigrantes –denuncia el prelado-, al mismo tiempo que los gobiernos reconocen la importancia de las remesas».

Pero «ante dichas restricciones se incrementará el flujo migratorio por otras vías, facilitando así, el tráfico y la trata de personas», considera.

De hecho, «la punta del iceberg de esa realidad migratoria aparece en el interés cada vez más explícito y creciente del flujo de envío de remesas familiares. Pero, los gobiernos hacen poco por la protección de los derechos humanos de los migrantes en tránsito o en ruta hacia los Estados Unidos y menos aún por salvaguardar sus derechos laborales, civiles, sociales, políticos y culturales en los países de destino», lamenta el obispo guatemalteco.

«El camino para aliviar el dolor y el sufrimiento humano de los migrantes es la solidaridad y la comunión de corazón», subraya el prelado a los fieles de Guatemala, que en la actualidad «sigue siendo un país que expulsa personas, se caracteriza por ser de origen, de paso y destino de migrantes, y en menor medida, también de retorno de personas refugiadas que no lograron regularizar su estancia en los lugares de destino y de una cantidad creciente de personas que diariamente son deportadas desde México y los Estados Unidos».

«En el corazón de la Iglesia nadie es extranjero», recuerda.

«En nuestras responsabilidades pastorales ante un mundo globalizado, debemos fomentar la justicia y la verdad para construir caminos de solidaridad que nos unan con los más excluidos y marginados», exhorta finalmente monseñor Bobadilla.

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ZENIT Staff

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