Libres o esclavos del celular

Reflexiones del obispo Felipe Arizmendi, obispo de San Cristobal de las Casas

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VER

El entrenador de la selección mexicana de futbol dijo en una entrevista que, durante su participación en Brasil, los jugadores hicieron el pacto de apagar sus celulares (móviles) a la hora en que estuvieran compartiendo los alimentos, para convivir entre ellos y reforzar su integración, pues era muy molesto que cada quien estuviera con el suyo y no platicaran ni disfrutaran ese momento.

En un programa de radio que tengo semanalmente, llamado “Pregúntale al Obispo”, una joven me preguntó: “Acudí a confesarme; pero cuando estaba diciendo mis pecados al padre, me dio la absolución aun cuando yo no había terminado. El sacerdote en todo momento estuvo con su celular y no alzó la mirada y no me puso atención a lo que le decía; ¿es válida esa confesión?”

Es muy lamentable, vergonzoso e injusto que dicho sacerdote se comporte como un esclavo, con una total falta de respeto a las personas y al momento tan sagrado que vive. Lo mismo pasa con quien no apaga su celular en la Misa, o al estar atendiendo a las personas en dirección espiritual o en las consultas que le hacen.

Muchas veces somos testigos de novios, esposos, amigos y compañeros que están muy entretenidos con sus celulares, y no platican, no comparten, y si lo hacen es con mucha superficialidad. Hemos visto a quien tiene dos y hasta tres celulares, y se siente muy mal si le falta alguno. No sabe vivir sin ellos; se siente perdido e inquieto; es incapaz de guardar silencio, reflexionar, analizar y contemplar.

PENSAR

El Papa Francisco nos dice, al hablar de las tentaciones que nos pueden afectar a los agentes de pastoral: Hoy, que las redes y los instrumentos de la comunicación humana han alcanzado desarrollos inauditos, sentimos el desafío de descubrir y transmitir la mística de vivir juntos, de mezclarnos, de encontrarnos, de tomarnos de los brazos, de apoyarnos, de participar de una verdadera experiencia de fraternidad. Salir de sí mismo para unirse a otros hace bien. Encerrarse en sí mismo es probar el amargo veneno de la inmanencia… El Evangelio nos invita siempre a correr el riesgo del encuentro con el rostro del otro. El Hijo de Dios, en su encarnación, nos invitó a la revolución de la ternura” (EG 87-88).

El celular nos puede acercar a los demás, nos ayuda a encontrarnos, a darnos ternura, a estar juntos a pesar de las distancias, a incrementar los lazos familiares, a disfrutar las amistades, a responder a las inquietudes y necesidades de los otros, a estar disponibles para el servicio; en una palabra, a vivir la fraternidad. Su buen uso, nos hace libres para movernos, para acercarnos, para amar y servir.

Sin embargo, también te puede esclavizar; puede ser una cadena que no te deja libre para orar, meditar, atender a las personas en la relación personal. Por ello, yo he decidido no mantenerlo encendido, sino sólo cuando preveo emergencias. Lo uso para hacer las llamadas que necesito. Esto tiene sus limitaciones, pues a veces tardan para localizarme, aunque saben dónde ando. He analizado que, si lo tengo encendido, en cualquier momento me pueden llegar mensajes o llamadas, y por atenderlos, no escucharía bien a las personas con quienes estoy tratando asuntos, algunos muy delicados. Aunque lo tuviera en vibrador, al sentirlo, me inquietaría pensando en qué puede ser, y eso me impediría poner el cien por ciento de mi mente y de mi corazón en la persona que estoy atendiendo. He preferido usar más el correo electrónico, que me permite estar muy comunicado, pero a la hora en que yo puedo escribir algún mensaje; la otra persona lo ve y me contesta a la hora que tenga tiempo, sin interferir en sus actividades, y yo veo los mensajes que me han mandado a la hora que estoy libre. Mi situación, sin embargo, no se parece a la de un funcionario, a unos padres de familia y a otros casos. Muchos sacerdotes lo mantienen encendido para atender enfermos y asuntos de su parroquia a la hora que se necesite. Esto es muy encomiable, pues ponen todo su tiempo y su persona para servir a su pueblo.

ACTUAR

Aprendamos a ser libres en el uso del celular, para servir y amar, para la fraternidad. Eduquemos para esta libertad.

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Felipe Arizmendi Esquivel

Nació en Chiltepec el 1 de mayo de 1940. Estudió Humanidades y Filosofía en el Seminario de Toluca, de 1952 a 1959. Cursó la Teología en la Universidad Pontificia de Salamanca, España, de 1959 a 1963, obteniendo la licenciatura en Teología Dogmática. Por su cuenta, se especializó en Liturgia. Fue ordenado sacerdote el 25 de agosto de 1963 en Toluca. Sirvió como Vicario Parroquial en tres parroquias por tres años y medio y fue párroco de una comunidad indígena otomí, de 1967 a 1970. Fue Director Espiritual del Seminario de Toluca por diez años, y Rector del mismo de 1981 a 1991. El 7 de marzo de 1991, fue ordenado obispo de la diócesis de Tapachula, donde estuvo hasta el 30 de abril del año 2000. El 1 de mayo del 2000, inició su ministerio episcopal como XLVI obispo de la diócesis de San Cristóbal de las Casas, Chiapas, una de las diócesis más antiguas de México, erigida en 1539; allí sirvió por casi 18 años. Ha ocupado diversos cargos en la Conferencia del Episcopado Mexicano y en el CELAM. El 3 de noviembre de 2017, el Papa Francisco le aceptó, por edad, su renuncia al servicio episcopal en esta diócesis, que entregó a su sucesor el 3 de enero de 2018. Desde entonces, reside en la ciudad de Toluca. Desde 1979, escribe artículos de actualidad en varios medios religiosos y civiles. Es autor de varias publicaciones.

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