Mensaje de Navidad del patriarca latino de Jerusalén, Su Beatitud Michel Sabbah

JERUSALÉN, miércoles, 20 diciembre 2006 (ZENIT.org).- Publicamos el mensaje de Navidad que ha escrito Su Beatitud Michel Sabbah, patriarca latino de Jerusalén.

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1. ¡Feliz Navidad!

Hermanos y Hermanas, desde aquí, desde Palestina, Israel, Jordania y Chipre, os deseo a cada uno de vosotros alegría, serenidad, tranquilidad y paz. Navidad vuelve a llegar a Belén, este año, en las mismas circunstancias de muerte y frustración, con el muro y las barreras en la tierra y en los corazones. La «ocupación» y la privación de la libertad, por un lado, el miedo y la inseguridad, por otro, se mantienen. Gaza sigue siendo una gran prisión, un lugar de muerte y de internos disensos palestinos. Incluso niños han sido asesinados. Y, todos, incluida la comunidad internacional, permanecen impotentes para encontrar las verdaderas sendas de paz y de justicia. El miedo al futuro se extiende a toda la región: Irak, Líbano, Siria, Egipto, Jordania. Para todos, se está jugando el futuro. Con todo esto, el terrorismo mundial encuentra un alimento abundante en todas las llagas abiertas.

2. Tal es hoy el panorama de la Navidad desde Belén. Y sin embargo, el mensaje de Navidad es un mensaje de vida, de paz y de justicia. El profeta Jeremías dice: «En aquellos días haré brotar para David un germen justo, y practicará el derecho y la justicia en la tierra… y Jerusalén vivirá en seguro» (Jeremías 33, 15-16). E Isaías amplía su visión a todas las naciones: «el Señor hace germinar la justicia y la alabanza en presencia de todas las naciones» (Isaías 61, 11). San Pablo, por su parte, en las segundas lecturas del tiempo de Adviento, nos dice que la entrada en las sendas de la justicia y de la paz se realiza por el amor al prójimo y por la santidad: «En cuanto a vosotros, que el Señor os haga progresar y sobreabundar en el amor de unos con otros, y en el amor para con todos para que se consoliden vuestros corazones con santidad irreprochable ante Dios» (1 Tesalonicenses 3, 12-13). Además, desde el primer domingo de Adviento, la Iglesia nos ha puesto delante de nuestros ojos la figura de Juan el Bautista, el precursor de Cristo. Predicaba la penitencia y venían a escucharlo de entre las diversas categorías del pueblo y le hacían preguntas sobre las sendas de la penitencia y de la vida nueva. Incluso había soldados que le preguntaban qué debían hacer para salvarse: «Preguntáronle también unos soldados: “Y nosotros ¿qué debemos hacer?”. El les dijo: “No hagáis extorsión a nadie, no hagáis denuncias falsas, y contentaos con vuestra soldada”» (Lucas 3, 14).

3. La vida en Belén y en los alrededores ha llegado a ser hoy muy difícil de soportar, a pesar de las numerosas iniciativas de solidaridad provenientes del exterior y del interior. Sí, tenemos necesidad de solidaridad y damos las gracias por todos los mensajes de hermandad que recibimos del mundo entero. Pero nuestra necesidad fundamental es la paz, la justicia, la libertad y el fin de la ocupación. Ante esta realidad, el mundo parece impotente. Sin embargo nosotros decimos: cada una y cada uno, también los soldados y los jefes políticos, tienen un potencial de amor, de salvación y de vida. Pero para eso, hay que vivir una conversión: de la muerte a la vida, de la visión del otro como enemigo y homicida para verlo como hermano y dador de vida. Nuestros jefes políticos también deben preguntarle al Bautista: «¿Y nosotros, qué debemos hacer para encontrar la salvación para nosotros y para todos los que han puesto su destino entre nuestras manos?» También ellos tienen que escuchar la misma respuesta: «No hagáis extorsión a nadie, no hagáis denuncias falsas, y contentaos con vuestra soldada» (Lucas 3, 14). Que ellos escuchen la voz de los oprimidos en esta tierra santa, la voz de aquellos que han pasado y de aquellos que están amenazados de muerte y humillación, aquellos a quienes ellos piensan que deben imponer la muerte o la humillación para asegurar la seguridad a la otra parte. Belén es la ciudad de la paz. Y, sin embargo, en estos momentos es, desgraciadamente, exactamente lo contrario: una ciudad de disputa y muerte. La vida y la paz serían, por el contrario, fáciles y posibles, si los responsables tuviesen una voluntad sincera y decidida. La salvación está en el acercamiento entre los dos pueblos, no en su separación. Allí está la salvación para los palestinos y para los israelíes, al igual que para toda la región. Los dos pueblos son capaces de vivir juntos en paz y tranquilidad. Entonces, la muerte, el homicidio, la venganza, el rechazo y el extremismo desaparecerán poco a poco en la medida en que no encuentren más alimento en la opresión, la ocupación, la pobreza y la humillación.

4. Navidad trae la felicidad a la humanidad. Anuncia a todos la salvación, y sobre todo a quienes viven en Belén y en los alrededores, palestinos e israelíes. «Vamos a Belén» para ver qué es lo que pasó y qué es lo que sigue pasando (Cf. Lucas 2, 15). ¿Qué nos dice el muro hoy?, ¿qué nos dicen los habitantes de Belén hoy? Vamos a Belén para escuchar, nosotros también, a los ángeles que anuncian la paz sobre la tierra, paz para toda persona de buena voluntad, para toda hermandad sincera que se opone a todo odio y a toda hostilidad, para volver a encontrar, en el acercamiento entre los dos pueblos, la seguridad y el fin de la ocupación con la libertad.

Para todos vosotros, hermanos y hermanas, le pido a Dios que podáis escuchar y vivir el mensaje de la Navidad, mensaje de paz, de alegría y de vida nueva.

+ Michel Sabbah, Patriarca
JERUSALÉN, 20.12.2006

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ZENIT Staff

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