Cuadro de la Sagrada Familia - Rafael Sanzio (Museo del Prado)

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Monseñor Enrique Díaz Díaz: Dios en familia

Fiesta de la Sagrada Familia

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I Samuel 1, 20-22. 24-28: “Samuel quedará consagrado de por vida al Señor”

Salmo 83: “Señor, dichosos los que viven en tu casa”

I San Juan 3, 1-2. 21-24: “Nos llamaremos hijos de Dios y lo somos”

San Lucas 2,41-52: “Los padres de Jesús lo encontraron en medio de los doctores”

Fue una dura y triste Navidad, muy diferente a como Lorenzo y Martha la habían soñado. Es cierto que ya en años anteriores habían tenido algunos problemas, sobre todo económicos, para hacer una fiestecita como es debido, pero este año además de los problemas económicos se vivieron situaciones difíciles. Alrededor de la mesa quedan varias sillas vacías y Doña Martha no puede disimular sus lágrimas. Se imaginaba que siquiera para Navidad, se harían presentes todos sus hijos, pero “cada quien trae sus broncas”. Manuel, el mayor de sus hijos, ya se dejó con Tere, y ni modo que vengan solos o cada quien por su lado. Rosita desde el inicio del año salió embarazada y ya no regresa de la ciudad porque Don Lorenzo la corrió y también porque le da vergüenza con la gente. Rosendo prefiere seguir emborrachándose con sus amigos. Dicen que hasta droga se mete y ya casi no viene a la casa, y cuando viene son puros pleitos. Sólo quedan los dos más chiquitos, pero con un ambiente pesado y tenso. ¿Por qué se desbarataría la familia? ¿Cómo hacer para volver a unirlos?

Apenas hemos vivido la Navidad y ya San Lucas nos presenta a Jesús adolescente, iniciando su vida religiosa como tocaría a todo niño judío. Detrás de la narración de esta peregrinación al Templo de Jerusalén, podemos descubrir la vida íntima de la familia de Nazaret y encontrar valiosas reflexiones para nuestra familia actual. ¿Tendrá algo que decir una familia judía de aquel tiempo a una familia moderna del siglo XXI? Contrario a lo que alguien pudiera objetar, hay elementos que no cambian y sostienen la célula familiar. Cuando fallan, ponen en grave riesgo la propia familia. Quizás esto es lo primero que tendríamos que rescatar: reconocer y revalorar la centralidad que tiene la familia. Muchas de las propuestas educativas  o políticas, se olvidan descaradamente de este principio y buscan sólo al individuo, como si estuviera aislado. Así quebrantan la célula familiar y con ella a toda la sociedad. Lo primero que tenemos que rescatar es pues esta importancia primordial de la familia ¿Qué lugar le estamos dando?

Jesús adolescente va a reconocer y a encontrar la casa y las cosas de su Padre. La familia es la promotora y educadora de la fe. Sólo se puede aprender y asimilar el verdadero amor de Dios, viviéndolo en comunidad, y la primera y mejor comunidad es la familia. La familia da la verdadera sustancia de la relación personal con Dios y con el prójimo; no es sólo el inicio de las relaciones interpersonales más cercanas como con los parientes, las amistades y el pequeño grupo; sino que también da el verdadero sentido de la comunidad humana, las relaciones sociales, económicas y políticas. Jesús encuentra en José y María el pequeño círculo que lo va haciendo madurar y entender la protección de su Padre Dios. Con ellos aprende las oraciones, las tradiciones y las costumbres, que le descubren a un Dios que es fiel a su pueblo israelita. Y al mismo tiempo se abre a una nueva experiencia del amor con los demás, de la universalidad del amor de su Padre Dios y del verdadero culto y adoración al Señor. ¿Qué sentido de Dios vivimos en la familia? ¿Hay una verdadera educación y enseñanza del amor de Dios, de la búsqueda de la hermandad y del sentido de nuestras prácticas religiosas? ¿Es nuestra familia, de cualquier forma que la estemos viviendo, una oportunidad de encuentro con Dios?

A Jesús se le conoce como “el hijo de José el carpintero”. Como en muchos hogares, aprendería desde pequeño el mismo oficio de su padre José, y la forma de irse ganando la vida, confiando en la providencia pero “sudando para llevar el pan a la mesa”. Ahora,  los horarios, el trabajo, la migración y el cambio de sistema, no favorecen ni la convivencia ni la educación para el trabajo. Los niños y los jóvenes pasan demasiado tiempo ociosos, solos y sin beneficio. O bien, desde muy pequeños son obligados a sostener y aportar a las familias, no en compañía de los padres, sino con riesgos  y peligros del trabajo en la calle o en economías informales. El estar sin trabajo durante mucho tiempo, o la dependencia prolongada de la asistencia pública o privada, mina la libertad y la creatividad de la persona y sus relaciones familiares y sociales, con graves daños en el plano psicológico y espiritual. Los salarios no permiten una sana educación, una buena alimentación y un tiempo de eficaz convivencia. Por eso, se convierte en una necesidad social, e incluso económica, el seguir proponiendo a las nuevas generaciones la hermosura de la familia y del matrimonio, su sintonía con las exigencias más profundas del corazón y de la dignidad de la persona ¿Cómo vivir más y mejores momentos de relación en pareja y entre padres e hijos?

La educación, el ir creciendo de la mano de los padres, se ha ido perdiendo y va quedando bajo la responsabilidad de la escuela, de la calle y de los medios de comunicación. Y aunque hay quienes aportan y ofrecen medios para hacer madurar a la persona, son tan pocos y están tan opacados, que es difícil que lleguen a la mayoría de los niños y los jóvenes, que frecuentemente se ven sometidos a un bombardeo y agresiva oferta de pornografía y permisividad que los ahoga y los induce al alcohol, a la droga y a la  vida fácil. No se educa para el amor ni para la responsabilidad. No se enseña a tener iniciativas propositivas y planes formativos. No se propicia un ambiente de servicio y de compartir, sino de competencia, individualismo y gozo personal. ¿Qué tendríamos que cambiar para educar mejor a los jóvenes y a los niños?

Nos vemos amenazados, además, por graves problemas de secuestros, de trata de menores, de pornografía, de drogadicción y pandillerismo, y optamos por encerrarnos y proteger cuanto podemos a los pequeños, pero apenas se les ofrece libertad, la confunden con libertinaje, con corrupción y ambición. Hoy más que nunca tenemos que buscar caminos que fortalezcan la familia, la pareja, la relación entre los hermanos y la convivencia con los demás. El modelo de la Sagrada Familia aparece como un ideal al que debemos tender: crecer en edad, sabiduría y gracia delante de Dios y de los hombres. ¿En qué tendremos que poner más atención para mejorar nuestras familias? ¿Buscamos a los hijos como lo hacían María y José?

Señor y Dios nuestro, tú que nos has dado en la Sagrada Familia de tu Hijo, el modelo perfecto para nuestras familias, concédenos practicar sus virtudes domésticas y estar unidos por los lazos de tu amor, para que podamos ir a gozar con ella eternamente de la alegría de tu casa. Amén.

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Enrique Díaz Díaz

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