Audiencia Jubilar - © Osservatore Romano

Texto del papa Francisco en la catequesis de la audiencia jubilar del sábado 12 de noviembre de 2016

El Santo Padre explica que el Evangelio nos llama a reconocer en la historia de la humanidad el diseño de una gran obra de inclusión que llama a todos a formar una familia de hermanos y hermanas

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(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- El papa Francisco, en la audiencia jubilar de este sábado, ha recordado que la misión de Jesús es la de revelar a todas las personas el amor del Padre. Asimismo, ha explicado que hay un aspecto de la misericordia, la inclusión, que se manifiesta en el abrir los brazos para acoger sin excluir. Además, ha precisado que  todos necesitamos ser perdonados por Dios. Y todos necesitamos encontrar hermanos y hermanas que nos ayuden a ir a Jesús, a abrirnos al don que nos ha hecho en la cruz.
 
Publicamos a continuación el texto completo de la catequesis
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En esta última audiencia jubilar del sábado, quisiera presentar un aspecto importante de la misericordia: la inclusión. Dios, de hecho, en su diseño de amor, no quiere excluir a nadie, sino que quiere incluir a todos. Por ejemplo, mediante el bautismo, nos hace sus hijos en Cristo, miembros de su cuerpo que es la Iglesia. Y nosotros, cristianos, estamos invitados a usar el mismo criterio: la misericordia es ese modo de actuar, ese estilo, con el que buscamos incluir en nuestra vida a los otros, evitando cerrarnos en nosotros mismos y en nuestras seguridades egoístas.
En el pasaje del Evangelio de Mateo que acabamos de escuchar, Jesús dirige una invitación realmente universal: “Vengan a mí todos los que están cansados y agobiados, que yo les aliviaré” (11,28). Nadie está excluido a este llamamiento, porque la misión de Jesús es la de revelar a todas las personas el amor del Padre. A nosotros nos corresponde abrir el corazón, fiarnos de Jesús y acoger este mensaje de amor, que nos hace entrar en el misterio de la salvación.
Este aspecto de la misericordia, la inclusión, se manifiesta en el abrir los brazos para acoger sin excluir; sin clasificar a los otros en base a la condición social, a la lengua, a la raza, a la cultura, a la religión: delante de nosotros hay solamente una persona a la que amar como la ama a Dios.
El que encuentro en mi trabajo, en mi barrio, es una persona a la que amar como lo hace Dios. ‘Pero este es de ese país, de ese otro país, de esta religión, de esta otra…’ Es una persona que Dios ama y yo debo amarla. Esto es incluir, esto es la inclusión.
¡Cuántas personas cansadas y oprimidas encontramos también hoy! Por el camino, en las oficinas públicas, en los ambulatorio médicos… La mirada de Jesús se apoya en cada uno de esos rostros, también a través de nuestros ojos. ¿Y nuestro corazón cómo es? ¿Es misericordioso? ¿Y nuestro modo de pensar y de actuar, es inclusivo? El Evangelio nos llama a reconocer en la historia de la humanidad el diseño de una gran obra de inclusión, que, respetando plenamente la libertad de cada persona, de cada comunidad, de cada pueblo, llama a todos a formar una familia de hermanos y hermanas, en la justicia, en la solidaridad y en la paz, y a formar parte de la Iglesia, que es el cuerpo de Cristo.
¡Cómo son verdaderas las palabras de Jesús que invita a los que están cansados y agobiados a ir a Él para encontrar descanso! Sus brazos abiertos en la Cruz demuestran que nadie está excluido de su amor y de su misericordia. Nadie está excluido de su amor y de su misericordia. Ni siquiera el pecador más grande. Nadie. Todos somos incluidos en su amor y en su misericordia. La expresión más inmediata con la que nos sentimos acogidos e incluidos en Él es la del perdón. Todos necesitamos ser perdonados por Dios. Y todos necesitamos encontrar hermanos y hermanas que nos ayuden a ir a Jesús, a abrirnos al don que nos ha hecho en la Cruz. ¡No nos obstaculicemos! ¡Nadie excluido! Es más, con humildad y sencillez hagámonos instrumentos de la misericordia inclusiva del Padre. La santa madre Iglesia extiende en el mundo el gran abrazo del Cristo muerto y resucitado. También esta plaza, con su columnata, expresa este abrazo. Dejémonos implicar en este movimiento de inclusión de los otros, para ser testigos de la misericordia con la que Dios ha acogido y acoge a cada uno de nosotros.

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ZENIT Staff

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