Explica al diario italiano de izquierda «La Repubblica» que «en Tor Vergata ha caído el muro entre laicistas y católicos».
–¿Qué sabor deja un acontecimiento como el de Tor Vergata?
–Yo espero que sea un punto de partida para abrir una gran discusión en nuestro país. Estos chicos han llegado a Roma sin imaginar que se convertirían en los protagonistas, gracias a la complicidad de una gran cobertura mediática. Lo que deseo es que se ponga en marcha una confrontación, que puedan seguir hablando de ellos mismos, de quiénes son, de qué quieren, de como ven el futuro, en la familia, en las escuelas, en las universidades. No será el 68, ciertamente…
–¿Son muy diferentes de su generación?
–Me parece que son más quietos, más animados del deseo de mirarse dentro. Nosotros queríamos cambiarnos a nosotros mismos cambiando el mundo. Alguno se ha ilusionado o ha quedado desilusionado, pero hemos hecho conquistas y una parte de camino. Estos chicos del Jubileo tratan de trabajar primero sobre sí mismos, pero no lo hacen de manera solitaria, sino armados de un fortísimo espíritu comunitario».
–Se ha discutido mucho del diálogo entre laicistas y católicos con motivo de este acontecimiento. ¿Manifestaciones de este tipo pueden dejar huella?
–Prefiero usar la expresión laico sólo como adjetivo. En la vida pública, la laicidad se refiere a los comportamientos y puede unir a creyentes y no creyentes. Es el momento de acabar con una contraposición que, con el debilitamiento de la
carga ideológica, no tiene razón de ser. No hay ya una visión confesional de la vida pública.
–¿Ha logrado comprender qué relación tienen los «chicos del Papa» («papa-boys» se les ha llamado en Italia) con la
política?
–Tienen sus ideas pero las expresan a través de canales diversos de los tradicionales. No se elige ya la militancia
política. Están muy poco interesados en las disputas del poder y mucho en la concreción de los objetivos.