ROMA, 16 agosto (ZENIT.org).- Ayer, 15 de agosto, aniversario del final de la dominación japonesa en la península coreana, coreanos del norte y del sur llegaron a las dos capitales para encontrarse después de 50 años con sus familias de origen.

Cien norcoreanos llegaron a Seúl con un avión de la compañía de bandera de Pyongyang, que aterrizó por primera vez en el sur. Durante estos cuatro días, los huéspedes están visitando la ciudad y han podido encontrarse con sus parientes, después de 50 años de separación. Lo mismo sucede en Pyongyang, adonde han viajado otros cien surcoreanos. Los parientes separados tras la guerra de Corea son más de un millón; sin embargo, el número de los hijos de las familias divididas asciende a 7 millones.

El gesto es fruto de la distensión surgida después del encuentro entre Kim Dae Jung y Kim Jong Il el pasado mes de junio. Se acaba de abrir también la Oficina para las relaciones de frontera, un instrumento de comunicación entre los gobiernos y se ha lanzado el proyecto para comunicar por ferrocarril el norte y el sur.

«Estos acontecimientos históricos son la prueba de que la herencia de la guerra fría comienza a caducar --explica el director de la agencia «Fides», Bernardo Cervellera, en declaraciones a «Radio Vaticano»--, pero el entusiasmo que se respira en Seúl y Pyongyang se debe también al intento de los dos líderes de encontrar un mayor apoyo de las bases. El gobierno de Pyongyang está obligado a abrirse a causa del hambre y del desastre económico e ideológico. Seúl, por su parte, espera hacer olvidar en las próximas elecciones los escándalos y la corrupción del partido en el gobierno».

El arzobispo de Seúl, Nicholas Chen, ha afirmado que «una auténtica liberación de las Coreas sólo se dará cuando los surcoreanos compartan con el norte tanto las riquezas económicas y como las espirituales y ha lanzado un movimiento de oración y de evangelización a favor del norte, donde los pocos cristianos que existen esperan todavía un mínimo de libertad religiosa.