–¿Qué impresión le causaron los jóvenes de las JMJ?
–Me quedé maravillado y sorprendido tanto por el número de participantes como por su modo de rezar… Permanecí hasta las 8 de la tarde en San Pedro del Vaticano sólo para verles rezar. Vi mucha fe y devoción, un signo verdaderamente extraordinario para nuestro tiempo.
–¿Qué consecuencias tendrá esta JMJ?
–Los jóvenes no tienen estas preocupaciones. No sienten el testimonio como un deber. Estuvieron aquí para hacer aquello para lo que había venido. No se puede programar una vida. Nosotros tenemos que ayudarles a encontrar la senda y dejarles a ellos encontrar los caminos para comunicar lo que han descubierto. Yo, en México, viví ejemplos estupendos.
–¿Puede referirnos alguno?
–Hay jóvenes que están saliendo de la droga o del alcoholismo. Después de encontrarse con la comunidad cristiana, se pusieron a pintar murales con el rostro de Jesús. A mí nunca me habría pasado por la cabeza decirle a uno de ellos: vete a pintar signos cristianos en las paredes de la ciudad. Hay quien dice: «No sé hacer nada y, entonces, rezo por los que van a predicar». Yo nunca habría pensado algo así.
–¿Le preocupa el que los jóvenes hayan perdido el sentido del pecado?
–A veces nos atoramos en problemas que no existen, o existen sólo en las conversaciones entre sacerdotes y obispos. Creemos que debemos decir a los jóvenes: id a Misa, confesaros, haced esto, haced lo otro. Pero muchos de ellos no tienen el sentido del pecado. No se puede imponer o proponer «a priori» una moral o una ética diciendo: «Así encontrarás el cristianismo». En la realidad, la dinámica es exactamente al contrario. Primero se encuentra al Señor y de este encuentro comienza una nueva actitud frente a la vida.
–Así, pues, ¿hay que hablar menos de moral y más de fe?
–A veces nos equivocamos imponiendo la moral. Para los jóvenes, «a priori», ciertas cosas no tienen sentido. No tenemos que olvidar nunca que somos nosotros los primeros que somos pobres pecadores, siempre necesitados de la gracia de Dios para poder permanecer a su lado. El ser cristianos no elimina nuestras debilidades. Por eso me cuesta trabajo creer en ciertas conversiones milagrosas y totalizantes: cambiar de vida no es nunca algo automático, ni descontado. También después de las JMJ, los jóvenes permanecerán siendo jóvenes, con sus pecados, como todos. Y es bello reconocerse siempre necesitados de la misericordia de Dios, necesitados de su ayuda para continuar siguiéndole.