Pocos días después de la firme condena expresada por la Academia Pontificia para la Vida contra el uso terapéutico de células madre clonadas de embriones humanos, la voz del Papa recuerda ahora que el hombre y su dignidad están por encima de todos los intereses económicos y terapéuticos que puede perseguir la investigación científica. En estos momentos, existen grandes expectativas ante las palabras que pronunciará el Santo Padre el próximo martes, cuando intervendrá en el Congreso internacional de transplantes que se celebra en estos días en Roma.
En el 2001, la Jornada Mundial del Enfermos, que llevará por tema «La nueva evangelización y la dignidad del hombre que sufre», se celebrará el 11 de febrero en Sydney (Australia). Las precedentes ediciones habían tenido lugar en grandes lugares de la fe, como Lourdes, Fátima, Czestochowa, Guadalupe, Yamoussoukro y Roma, en este último año.
Medicina y respeto del hombre
En su mensaje a los enfermos de todo el mundo, el Santo Padre recuerda que la Iglesia «siempre ha tratado de apoyar el progreso terapéutico, buscando siempre una ayuda más cualificada a los enfermos»; al mismo tiempo, explica, «ha intervenido con todos los medios para que se respeten los derechos de la persona y se persiguiera siempre el auténtico bienestar del hombre».
«También hoy –continúa diciendo el mensaje pontificio–, el Magisterio, fiel a los principios del Evangelio no deja de proponer los criterios morales que pueden orientar a los hombres de la medicina en la profundización de los aspectos de la investigación que todavía no han sido aclarados suficientemente, sin violar las exigencias que se derivan de un auténtico humanismo».
El Papa confirma que «no se puede dejar de ver con favor» la investigación científica, y, al mismo tiempo, escribe: «es necesario que la experimentación clínica tenga lugar en el respeto absoluto de la persona y en la clara conciencia de los riesgos y, en consecuencia, de los límites, que comporta».
Confesiones de quien ha vivido la enfermedad
El mensaje del Papa a los enfermos contiene, además, momentos de gran intimidad. Confiesa: «Habiendo compartido en estos años y en varias ocasiones la experiencia de la enfermedad, he comprendido cada vez mejor su valor para mi ministerio petrino y para la vida de la Iglesia». Por eso, añade, «cada día me dirijo espiritualmente en peregrinación a los hospitales y a las residencias sanitarias, donde viven personas de todas las edades y condición social»: de hecho, constituyen una especie de «santuarios, en los que las personas participan en el misterio pascual de Cristo» y donde «es importante que no falte nunca una presencia cualificada de los creyentes».
De este modo, lanza un llamamiento a los profesionales del mundo de la medicina y de la asistencia sanitaria para estén fraternalmente cerca del enfermo. Para ello, añade, es necesario recordar siempre que todo medicamento, toda terapia o intervención quirúrgica están sometidas a precisos límites, impuestos por las propias convicciones éticas de creyentes, así como por las exigencia inviolables de un «auténtico humanismo».
A los gobiernos e instituciones, el Papa les invita a hacer lo posible para que, en el próximo futuro, los recursos sanitarios sean distribuidos en el mundo de manera más justa.
«Estupendas páginas de caridad evangélica»
Y tras sus consejos y peticiones, el Papa pasa a dar gracias: agradece el servicio de los voluntarios, de las organizaciones no gubernamentales; pero sobre todo, agradece la entrega de religiosos, religiosas y laicos, que en las zonas más olvidadas del globo terráqueo, están comprometidos en un servicio sanitario de «frontera», entre epidemias y conflictos armados. Son los buenos samaritanos del tercer milenio que, como concluye el Papa en su mensaje, están escribiendo «páginas estupendas de caridad evangélica».