Guillermo José Chaminade nació el 8 de abril de 1761 en Perigueux (cerca de de Burdeos). Pronto tuvo clara su vocación sacerdotal e ingresó, en 1771, en el seminario menor de Mussidan. Catorce años más tarde se ordenaba sacerdote, iniciando así un camino de sacrificio, pobreza, madurando poco a poco sus planes de iniciar una nueva familia religiosa. En 1792 se proclama la República Francesa y se condena al destierro a todos los sacerdotes que no prestaran el juramento de la Constitución Civil, que rechazaba la autoridad del Papa y pretendía crear una Iglesia nacional. Guillermo José inicia así su vida clandestina. Durante dos años la Iglesia de Burdeos vivirá en las catacumbas. En total, unos cuarenta sacerdotes ejercían su ministerio camuflados o disfrazados de las formas más diversas. Se cuentan multitud de anécdotas de estos años, en los que a veces, como dirá más tarde el propio Guillermo José, sólo un listón les separaba de la guillotina.
El 18 de septiembre de 1797 Guillermo José fue expulsado de Francia y se refugió en Zaragoza, donde pasó tres años, junto a un grupo bastante numeroso de sacerdotes franceses. Se reunían con frecuencia, no sólo para comentar las noticias que les llegaban de Francia, sino también para pensar en la estrategia futura de la Iglesia una vez que les permitieran regresar. En estas reuniones, nació una idea que luego sería fundamental en la vida y obra de Guillermo José: la idea de «misión». Había que volver a Francia con la misma mentalidad con que se va a un país de misión. Después de los años de Revolución, el suyo ya no era un país cristiano. Era preciso convertirlo, empezar desde abajo, crear nuevas estructuras y nuevas formas de apostolado.
Al regresar a Burdeos, abrió un oratorio en la calle de San Simeón. Allí celebraba la eucaristía y atendía particularmente a los jóvenes. Así, a finales de 1800, se constituía ya el embrión de la futura Congregación: el 8 de diciembre de 1800 doce jóvenes se consagraban a la Virgen María. El grupo no podía ser más heterogéneo. Estaba formado por dos profesores, tres estudiantes, un clérigo, un zapatero y varios dependientes de comercios de la ciudad. A todos les unía una fe común y una confianza total en María. Aunque el dogma de la Inmaculada no fue proclamado hasta cincuenta años después, precisamente por Pío IX –que será beatificado junto a Guillermo José– la Congregación de Burdeos nacía proclamando públicamente la Inmaculada Concepción de la Virgen.
Una de las congregantes más activas fue Adela de Batz y Tranquelléon, que luego fundaría junto a José Guillermo el Instituto de Hijas de María Inmaculada (Marianistas). Asimismo, la Congregación fue el origen de la Compañía de María (http://www.marianist.org). En la actualidad, hay unos 1.722 religiosos y novicios Marianistas, de los cuales 537 son sacerdotes. Viven su vocación de misioneros y educadores de la juventud en unas 220 casas esparcidas por todo el mundo.
El padre David Fleming, superior general de la Compañía de María, dice del padre Chaminade que «fue un héroe de la fe y del valor. Ha tardado 150 años desde su muerte el que se le reconozca públicamente, pero fue un hombre humilde, lleno de gracia, que se sintió movido tan sólo por su vocación de ser un misionero de María». Una curación inexplicable desde el punto de vista de la ciencia, ocurrida en Argentina y atribuida a su intercesión, permitió que la Congregación de los Santos presentase al Papa la petición de que sea declarado beato.
Los seguidores de Guillermo José formulaban, en 1996, los siguientes principios con los que recogen en nuestros días su herencia espiritual: «Los integrantes de la Familia Marianista nos esforzamos en dar testimonio del Evangelio con nuestra vida y con nuestro servicio. Una vida y un servicio caracterizados por la sencillez, el diálogo, el discernimiento y la formación para la misión. En alianza con María, trabajamos juntos con fe y esperanza por la justicia, la dignidad y la libertad de las personas. Para transformar el mundo en Reino de Dios, la Familia Marianista, como parte de la Iglesia, colabora en la tarea de formar personas y comunidades de fe, abierta a una pluralidad de medios y de lugares».