Desde Cádiz subieron toda la península ibérica, cruzaron los Pirineos, rodearon Francia y descendieron hasta el centro de la catolicidad. Tres mil kilómetros de camino con una sola concesión a la modernidad: la del teléfono móvil desde el que iban comentando las incidencias de su viaje para la televisión local que seguía su hazaña espiritual.
El Papa no pudo por menos que acercarse a saludarles, darles su bendición y sonreir ante un espectáculo que era lo habitual en los primeros jubileos: burros delante de la basílica de San Pedro.
«Lo más duro ha sido tirar de ellos» confesaron estos dos andaluces, a la vez que se quejaban de que los curiosos a lo largo del viaje había veces que tenían más detalles con los jumentos que con ellos mismos. Juan había peregrinado a Santiago tras superar una operación de corazón en 1988. En 1995 sufrió una segunda, y fue entonces cuando hizo el voto de peregrinar a Roma. «He tenido una gracia demasiado grande –confesaba– y tenía que venir a Roma de un modo especial».