CIUDAD DEL VATICANO, 31 agosto (ZENIT.org).- Junto al arzobispo de Génova,
Tommaso Reggio, fundador en el siglo pasado de la Congregación de las
Hermanas de Santa Marta; junto al sacerdote francés Guillaume-Joseph
Chaminade, fundador –también en el siglo XIX– de la Familia Marianista; y
junto al benedictino irlandés Columba Marmion, gran maestro de
espiritualidad de nuestro tiempo, serán elevados a la gloria de los
altares, el próximo domingo, dos Papas, Pío IX y Juan XXIII.
Es curioso constatar que los procesos de beatificación de estos dos
personajes, decisivos para la historia de los dos últimos siglos, han
culminado al mismo tiempo. De este modo, Juan Pablo II proclamará beatos en
la misma ceremonia al Papa de la Inmaculada y del Concilio Vaticano I y al
Papa de la encíclica «Paz en la tierra» («Pacem in terris») y del Concilio
Vaticano II. Algunos medios de comunicación, incluso dentro de la Iglesia,
han criticado, sin embargo, esta decisión pontificia.
Es muy interesante constatar la gran admiración que tenía Juan XXIII por su
predecesor Pío IX, como ha constatado ante los micrófonos de «Radio
Vaticano» el prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, el
arzobispo José Saraiva Martins.
–Algunos dicen que Pío IX no debería ser beatificado, y mucho menos junto
a Juan XXIII. Usted, ¿qué opina?
–Juan XXIII nutría una gran estima por Pío IX. De hecho, el 31 de agosto
de 1962 fue a visitar en Albano (localidad situada en las afueras de Roma)
a monseñor Alberto Canestri, postulador de la causa de beatificación,
solicitando la conclusión del itinerario canónico de la causa de Pío IX.
Como buen experto en historia de la Iglesia y particularmente del período
de Pío IX, ya el 2 de enero de 1959 había enviado una nota escrita de su
puño y letra a monseñor Canestri, en la que decía: «Bendigo a su persona, a
la que me encantaría recibir en audiencia, y le aliento en una santa
empresa que siento profundamente: la glorificación del Pío IX». Firmado:
«Ioannes XXIII, Papa». En otra carta enviada al obispo de Casale
Monferrato, monseñor G. Angrisani, afirmaba: «Pienso siempre en Pío IX, de
santa y gloriosa memoria, e imitándolo en sus sacrificios, quisiera ser
digno de celebrar su canonización».
–Pío IX ha pasado a la historia como el Papa del Concilio Vaticano I, y
Juan XIII como el del Vaticano II. ¿Considera que tiene algún significado
particular la beatificación conjunta de estos dos pontífices?
–El haber unido en la ceremonia de beatificación a dos grandes pontífices,
vividos en épocas tan diferentes, es una coincidencia, pues los dos
procesos han concluido al mismo tiempo. Por ello, el hecho de que los dos
sumos pontífices sean elevados juntos a la gloria de los altares no tiene
ningún significado particular. El significado de su beatificación es el de
la beatificación de todo siervo de Dios: presentarle a los fieles –y no
sólo a los fieles– como ejemplo de hermanos y hermanas dotados de carismas
fuera de lo común, que nos han precedido por los caminos del mundo con
virtudes vividas en grado heroico.
–Por lo que se refiere concretamente al Papa Giovanni Maria Mastai
Ferretti, ¿cuál es el ejemplo que nos ha dejado?
–Pío IX gozó de fama de santidad ya durante su vida, especialmente en la
última parte de su pontificado, cuando caído definitivamente el poder
temporal, se manifestó de manera evidente a toda la Iglesia el esfuerzo que
hizo por construir y reconstruir el «tejido de conexión» de la Iglesia,
afligida por el racionalismo, incluso teológico, por los nacionalismos, por
la masonería internacional, por el anticlericalismo, por las sectas ya para
entonces pululantes en la mentalidad moderna, por la explosión de la
«cuestión social», y por el marxismo ateo. En él brilló sobre todo la
caridad a todos los niveles de la vida personal y social, caridad como
fruto genuino de una fe inquebrantable en Cristo y en su Iglesia.
–¿Virtudes practicadas en grado heroico?
–Por lo que se refiere, en particular, a las virtudes heroicas practicadas
por Pío IX, destacan la reciedumbre de espíritu y la mansedumbre. Dice el
célebre jesuita Carlo Iemolo: «Incluso quienes le injuriaban nunca pudieron
atacarle como hombre y como sacerdote. Vincenzo Gioberti y Domenico Farini
(protagonistas del proceso de unificación de Italia que expropió los
Estados Pontificios) consideraron a Pío IX como un sacerdote fervoroso, con
una fe sin sombra de duda, un hombre por encima de toda sospecha. Juzgaba
todo desde el punto de vista religioso».
–¿Cuales son los elementos fundamentales de la espiritualidad de Pío IX?
–Ante todo una confianza plena en Dios, alimentada por una piedad ardiente
que favorece su vocación, acompañada por el propósito de servir a la
Iglesia, especialmente en la labor pastoral. Su deseo de Dios no se atenuó,
es más, profundizó con el tiempo y con la experiencia. La bondad de
espíritu, la sinceridad, la dedicación al servicio de la Iglesia fueron sus
grandes características. Pero esta espiritualidad, sencilla y profunda, se
une a la espontaneidad, que era el secreto de su simpatía. Su piedad
personal se nutría de Eucaristía, con episodios muy significativos, como el
de preocuparse personalmente por la atención de su capilla, la adoración
cotidiana, la devoción al Sagrado Corazón de Jesús.
–Pío IX es el Papa de la Inmaculada…
–En efecto, hay que poner de manifiesto la gran devoción que sentía por la
Virgen. El 2 de febrero de 1849 se dirigió a todos los obispos del mundo
con la encíclica «Ubi Primum», en la que pedía su parecer sobre la
oportunidad de definir la Inmaculada Concepción como dogma. De las
seiscientas respuestas, nueve de cada diez, eran favorables y el 8 de
diciembre de 1854, en presencia de más de doscientos cardenales y obispos,
con la bula «Ineffabilis», proclamó el dogma de fe. En esa bula él mismo
dice expresamente que, desde los primeros años, tuvo una especial devoción
por la Virgen. Promovió el mes de mayo en honor de María y en su escritorio
siempre tenía la Virgen de Sassoferrato. Además, siempre tuvo una gran
devoción por san José. El 10 de septiembre de 1846 extendió la fiesta del
patrocinio de san José a toda la Iglesia y, el 8 de diciembre de 1870, con
el decreto «Quemadmodum», lo declaró patrono de la Iglesia universal.
¿Cómo influyó esta espiritualidad en la vida de la Iglesia?
–La espiritualidad del Papa Pío IX se tradujo en decisiones personales
eficaces: en la promoción de un clero más preparado, más celoso, prestando
particular atención a los seminarios y a la institución del «Seminario Pío»
para las diócesis del Estado Pontificio; en el desarrollo de las órdenes y
congregaciones religiosas; en la calificación de la liturgia y del arte
sagrado; en el deseo de la unidad cristiana y apertura a Oriente; en el
lanzamiento de un catolicismo social; y en la valoración de los laicos,
especialmente con la Acción Católica.