CIUDAD DEL VATICANO, 14 dic 2000 (ZENIT.org).- Juan Pablo II propone el «diálogo entre las culturas» como condición indispensable para resolver los conflictos armados de origen nacionalista o xenófobo en su mensaje con motivo del Año Nuevo.
Poco tiempo después de que el mundo asistiera impotente a tres auténticos genocidios en tres continentes (Bosnia-Herzegovina, Ruanda y Timor Oriental), el pontífice toma papel y pluma para hacer presente la propuesta cristiana pensando también en otras regiones donde sigue derramándose sangre.
No entra en detalles, pero sus sugerencias bien pueden aplicarse ante todo al drama actual de Oriente Medio, así como en el País Vasco, Chiapas, Molucas, o la región africana de los Grandes Lagos, guerra continental esta última olvidada por el resto del mundo.
El lema que el Papa ha escogido para este año como meollo de su mensaje quiere servir de reflexión para los creyentes de otras religiones y para toda conciencia que no puede quedar indiferente ante la violencia. De hecho, se inspira en el tema escogido por la Organización de las Naciones Unidas para el año 2001, «Año internacional del diálogo entre las civilizaciones».
«No pienso que, sobre un problema como éste, se puedan ofrecer soluciones fáciles», reconoce desde un primer momento. Por eso, el mensaje pontificio afronta los «principios orientadores» que pueden dar vida al «Diálogo entre las culturas para una civilización del amor y la paz».
Los mil millones de católicos del planeta comenzarán el 1 de enero de 2000 de una manera significativa: cuando se reúnan en sus iglesias y capillas extendidas por todo el universo para celebrar la primera eucaristía del año, darán vida a la Jornada Mundial de la Paz, motivo por el cual el Papa envía su mensaje.
Patriotismo, no nacionalismo excluyente
El obispo de Roma constata la íntima relación que tiene el origen de una persona y su visión cultural, fragua en la que forja su sentido de la «patria», que «unas veces más y otras menos, tienen una configuración «nacional»».
«El amor patriótico es, por eso, un valor a cultivar, pero sin restricciones de espíritu –indica el Santo Padre–, amando juntos a toda la familia humana y evitando las manifestaciones patológicas que se dan cuando el sentido de pertenencia asume tonos de autoexaltación y de exclusión de la diversidad, desarrollándose en formas nacionalistas, racistas y xenófobas».
El antídoto
Para que la «pertenencia cultural no se transforme en cerrazón», el pontífice sugiere «un antídoto eficaz», «el conocimiento sereno, no condicionado por prejuicios negativos, de las otras culturas».
«Las diferencias culturales han de ser comprendidas desde la perspectiva fundamental de la unidad del género humano –añade–, dato histórico y ontológico primario, a la luz del cual es posible entender el significado profundo de las mismas diferencias. En realidad, sólo la visión de conjunto tanto de los elementos de unidad como de las diferencias hace posible la comprensión y la interpretación de la verdad plena de toda cultura humana».
Servilismo cultural
Ahora bien, el Papa alerta también ante el extremo contrario, «la servil aceptación de las culturas», en especial algunos «modelos culturales del mundo occidental que, ya desconectados de su ambiente cristiano, se inspiran en una concepción secularizada y prácticamente atea de la vida y en formas de individualismo radical».
«Por su destacado carácter científico y técnico, los modelos culturales de Occidente son fascinantes y atrayentes, pero muestran, por desgracia y siempre con mayor evidencia, un progresivo empobrecimiento humanístico, espiritual y moral», constata el sucesor de Pedro.
El diálogo como exigencia
Ante todos esos polvorines de violencia de corte nacionalista, étnico o xenófobo, que en los albores del milenio sacuden el planeta, el «diálogo entre las culturas surge como una exigencia intrínseca de la naturaleza misma del hombre y de la cultura», afirma el Papa.
«El diálogo –añade– es un instrumento eminente para realizar la civilización del amor y de la paz». Por eso, recordando a Pablo VI que indicaba este objetivo «como el ideal en el que había que inspirar la vida cultural, social, política y económica de nuestro tiempo», concluye: «Al inicio del tercer milenio es urgente proponer de nuevo la vía del diálogo a un mundo marcado por tantos conflictos y violencias, desalentado a veces e incapaz de escrutar los horizontes de la esperanza y de la paz».