CUIDAD DEL VATICANO, 25 dic 2000 (ZENIT.org).- «¡Tú, Cristo, que contemplamos hoy en brazos de María, eres el fundamento de nuestra esperanza!». Así concluyó Juan Pablo II el mensaje navideño que pronunció después de mediodía en la plaza de San Pedro del Vaticano.
El pontífice, «contemplando el rostro eterno de Dios que brilla en el rostro de un Niño», denunció los graves «síntomas alarmantes de la "cultura de la muerte", que son un seria amenaza para el futuro»: violencia (mencionó en concreto Tierra Santa y los últimos sangrientos asesinatos de Indonesia), el aborto y la eutanasia.
Sin embargo, para el pontífice, tras la venida de Cristo, la esperanza es más fuerte que la muerte: «A la humanidad que se asoma al nuevo milenio, tú, Señor Jesús, nacido para nosotros en Belén, le pides el respeto de toda persona, sobre todo si es pequeña y débil; le pides que renuncie a cualquier forma de violencia, a las guerras, los abusos, los atentados a la vida».
Ofrecemos a continuación el texto íntegro del mensaje «Urbi et orbi» pronunciado hoy por Juan Pablo II.
* * *
1. "El primer hombre, Adán,
se convirtió en ser vivo.
el último Adán,
en espíritu que da vida" (1 Corintios 15, 45).
Esto es lo que afirma el apóstol Pablo
resumiendo el misterio de la humanidad redimida por Cristo.
Misterio oculto en el designio eterno de Dios,
misterio que, en cierto modo, se ha hecho historia
con la Encarnación del Verbo eterno del Padre;
misterio que la Iglesia revive con intensa emoción
en esta Navidad del Año Dos mil,
Año del Gran Jubileo.
Adán, el primer «hombre vivo»,
Cristo, «espíritu que da vida»:
las palabras del Apóstol nos invitan a mirar en profundidad,
a reconocer en el Niño nacido en Belén
al Cordero inmolado que desvela el sentido de la historia (cf. Apocalipsis 5, 7-9).
En su nacimiento se han encontrado el tiempo y la eternidad:
Dios en el hombre y el hombre en Dios.
2. «El primer hombre, Adán, se convirtió en ser vivo».
El genio inmortal de Miguel Angel
ha representado en la bóveda de la Capilla Sixtina
el instante en el que Dios Padre
da la energía vital al primer hombre,
haciendo de él un «ser vivo».
Entre el dedo de Dios y el del hombre,
acercándose uno a otro hasta casi tocarse,
parece pasar una corriente invisible:
Dios infunde en el hombre un latido de su misma vida,
lo crea a su propia imagen y semejanza.
En ese soplo divino está el origen
de la singular dignidad del ser humano,
de su inagotable nostalgia de infinito.
A aquel instante del misterio insondable,
en que la vida humana comienza sobre la tierra,
se dirige la mente en este día
contemplando al Hijo de Dios
que se hace hijo del hombre,
contemplando el rostro eterno de Dios
que brilla en el rostro de un Niño.
3. «El primer hombre, Adán, se convirtió en ser vivo».
por la llama divina que se le infundió.
el hombre es un ser inteligente y libre,
y por eso capaz de decidir responsablemente
sobre sí mismo y sobre el propio destino.
El grandioso fresco de la Sixtina continúa
con la escena del pecado original:
la serpiente, enroscada en el árbol,
induce a los primeros padres a comer el fruto prohibido.
El genio del arte y la intensidad del símbolo bíblico
se conjugan perfectamente para evocar
aquel momento dramático, que inaugura para la humanidad
una historia de rebelión, de pecado y de dolor.
Pero, ¿podía Dios olvidar la obra de sus manos,
la obra maestra de la creación?
Conocemos la respuesta de la fe:
«al llegar la plenitud de los tiempos,
envió Dios a su Hijo, nacido de mujer,
nacido bajo la ley,
para rescatar a los que se hallaban bajo la ley,
y para que recibiéramos la filiación adoptiva» (Gálatas 4, 4-5)
Resuenan con singular elocuencia
estas palabras del apóstol Pablo,
mientras contemplamos el maravilloso acontecimiento de la Navidad
en el año del Gran Jubileo.
En el recién Nacido, recostado en un pesebre,
saludamos al «nuevo Adán»
que se hizo para nosotros «espíritu dador de vida».
Toda la historia del mundo está dirigida hacia Él,
nacido en Belén para devolver esperanza
a cada hombre sobre la faz de la tierra.
4. Desde el pesebre, la mirada se extiende hoy a toda la humanidad,
destinataria de la gracia del «segundo Adán»,
aunque siempre heredero del pecado del «primer Adán».
¿No es acaso aquel primer «no» a Dios,
reiterado en el pecado de cada hombre,
lo que continúa desfigurando el rostro de la humanidad?
Niños maltratados, humillados y abandonados,
mujeres violentadas y explotadas,
jóvenes, adultos, ancianos marginados,
interminables comitivas de exiliados y prófugos,
violencia y guerrilla en tantos rincones del planeta.
Pienso con preocupación en Tierra Santa,
donde la violencia continúa ensangrentando
el difícil camino de la paz.
Y, ¿qué decir de varios Países
--pienso en este momento particularmente en Indonesia--
donde nuestros hermanos en la fe
pasan por una difícil situación de dolor y de sufrimiento?
No podemos olvidar hoy
que las sombras de la muerte amenazan
la vida del hombre en cada una de sus fases
e insidian especialmente
sus primeros momentos y su ocaso natural.
Se hace cada vez más fuerte la tentación
de apoderarse de la muerte procurándola anticipadamente,
casi como si se fuera árbitro de vida propia o ajena.
Estamos ante síntomas alarmantes
de la «cultura de la muerte»,
que son un seria amenaza para el futuro.
5. Pero, por más densas que parezcan las tinieblas,
es más fuerte aún la esperanza del triunfo de la Luz
surgida en la Noche Santa de Belén.
Hay mucho bien hecho en silencio
por hombres y mujeres que viven cotidianamente
su fe, su trabajo, su dedicación
a la familia y al bien de la sociedad.
Además, es alentador el empeño de cuantos,
incluso en el ámbito público, se esfuerzan
para que se respeten los derechos humanos de cada uno
y crezca la solidaridad entre los pueblos de culturas diversas,
para que sea condonada la deuda de los Países más pobres
y para que se llegue a dignos acuerdos de paz
entre las Naciones implicadas en funestos conflictos.
6. A los Pueblos que en todas las partes del mundo
se orientan con valentía hacia los valores de la democracia,
de la libertad, del respeto y de la acogida recíproca,
a cada persona de buena voluntad,
sea cual sea la cultura a la que pertenezca,
se dirige hoy el gozoso anuncio de Navidad:
«Paz en la tierra a los hombres que Dios ama» (cf. Lucas 2, 14).
A la humanidad que se asoma al nuevo milenio,
tú, Señor Jesús, nacido para nosotros en Belén,
le pides el respeto de toda persona,
sobre todo si es pequeña y débil;<br> le pides que renuncie a cualquier forma de violencia,
a las guerras, los abusos, los atentados a la vida.
¡Tú, Cristo, que contemplamos hoy
en brazos de María,
eres el fundamento de nuestra esperanza!
Nos lo recuerda el apóstol Pablo:
«pasó lo viejo,
todo es nuevo» (2 Corintios 5, 17).
En ti y sólo en ti se ofrece al hombre
la posibilidad de ser una «criatura nueva».
¡Gracias por este don tuyo, Niño Jesús!
¡Feliz Navidad a todos!
Traducción distribuida por la Sala de Prensa de la Santa Sede.