CIUDAD DEL VATICANO, 3 abr 2001 (ZENIT.org).- Juan Pablo II ha puesto sobre el tapete de la discusión ecuménica con el mundo evangélico el análisis del papel del obispo de Roma, quien desde el primer siglo del cristianismo tenía como objetivo velar por la comunión y unidad de la Iglesia universal.
El pontífice presentó su propuesta que pretende dar un nuevo impulso al diálogo ecuménico esta mañana, al recibir a un grupo de teólogos católicos y evangélicos alemanes constituido desde hace más de cincuenta años, que acaba de concluir un encuentro en Roma.
Se trata de unos cuarenta expertos, que con esta iniciativa han tratado de continuar en el camino para allanar las divisiones, después de la histórica declaración firmada por luteranos y católicos en 1999 sobre la doctrina de la justificación, argumento decisivo en el cisma provocado por Martin Lutero.
Para Juan Pablo II, el hecho de que teólogos evangélicos y católicos de Alemania se reúnan ahora en Roma constituye un auténtico signo de esperanza: «quizá un día –confesó el Papa hablando en buen alemán– será posible, con un diálogo paciente, encontrar una fórmula a través de la cual se reconozca universalmente el ministerio petrino como servicio a la verdad y el amor».
El pontífice se refería precisamente al papel del obispo de Roma, contestado hoy día por los hijos de la Reforma y por las Iglesias ortodoxas, y que él mismo ha puesto a discusión en su ejercicio práctico –no en su papel originario de garantía de la comunión eclesial–, en la encíclica que consagró al ecumenismo, «Ut unum sint» (n. 95).
En este sentido, el Papa no quiso esconder que espera una ayuda concreta del Grupo ecuménico alemán, que hoy día tiene como presidente al nuevo cardenal, Karl Lehmann, presidente de la Conferencia Episcopal de Alemania, y como vicepresidente al obispo evangélico Harmut Löwe.