La sorprendente actualidad de Sócrates en tiempos de globalización

Entrevista con el filósofo Fernando Pascual

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ROMA, 3 abr 2001 (ZENIT.org).- «Hace 2400 años, en la primavera del 399 a.c., Sócrates era condenado a muerte. Su historia puede enseñarnos mucho todavía hoy…». Así inauguró el profesor Fernando Pascual el congreso sobre «Sócrates y su valencia filosófica» celebrado en Roma el pasado 30 de marzo en el Ateneo Pontificio «Regina Apostolorum» de Roma.

«Sócrates –continuó diciendo el padre Pascual– murió porque no podía dejar de predicar su mensaje incómodo, porque creía en su misión».

Al escuchar la sentencia de muerte, dirigiéndose a los jueces atenienses, afirmó: «Ha llegado la hora de que nos vayamos, yo a morir, vosotros a vivir; sólo Dios sabe quién de nosotros se
encamina hacia un destino mejor» («Apología», 42a).

Un tema, como se puede constatar, fascinante, que Zenit ha querido afrontar con el padre Pascual, catedrático de Filosofía en el centro universitario «Regina Apostolorum».

–Zenit: ¿Qué es lo que diría hoy Sócrates a los hombres y mujeres del nuevo milenio?

–Fernando Pascual: Sócrates plantearía una serie de preguntas: «¿Cómo es posible que estés tan seguro del mercado global y tan poco seguro de lo que es la virtud, el deber? ¿Cómo es posible que todas las mañanas te levantes para ganar algo más de dinero, cuando todavía no sabes qué es la justicia y cómo es posible vivir en armonía contigo mismo y con los demás? ¿Cómo es posible que leas ansiosamente tantas noticias sobre lo que sucede fuera de ti, cuando no eres capaz de contener un momento de rabia, un rencor profundo, o condesciendes con el placer desleal».

–Zenit: ¿Cuáles son las semejanzas y las diferencias entre la muerte de Sócrates y la muerte de Cristo?

–Fernando Pascual: Sócrates acepta la muerte, a pesar de que sabía que era injusta. Cristo sabe que la condena es injusta, pero responde con un amor más grande y la acepta por amor a la humanidad.

En Sócrates falta en este gesto el amor por los demás, pero se da una especie de fidelidad a sí mismo que es también un valor de testimonio. Quiere hacer ver a sus discípulos que es fiel a la ley. Para vivir civilmente es necesario respetar los acuerdos y Sócrates los respeta hasta el final, no huye, ni siquiera cuando es condenado injustamente.

En Cristo tenemos mucho más, pues su muerte significa salvación para todos. Si bien en muchas ocasiones se ha tratado de hacer de Cristo un simple modelo moral, como hizo Kant, la muerte de Jesús tiene un significado salvífico. Cristo salva, algo que Sócrates no puede hacer. Sócrates solo puede testimoniar un valor. Cristo, sin embargo, encarna un valor y nos da la fuerza para vivirlo. Su muerte es entrega.

Es necesario, además, considerar la manera en que los dos hablan de sus enemigos. Sócrates, a diferencia de Cristo, no perdona. Quizá Sócrates tenía la intención de perdonar, pero en la «Apología» no hay huella de este sentimiento. A los jueces que votaron a favor de su muerte Sócrates les dice: «Estad atentos, pues ahora mis discípulos os atacarán».

Cristo, sin embargo, no predica venganza. Sus discípulos fueron los primeros en perdonar y evangelizar a sus mismos enemigos. También en esto hay una diferencia radical.

–Zenit: La última encíclica de Juan Pablo II aboga por el renacimiento una filosofía cristiana. ¿Que puede decir Sócrates en este sentido?

–Fernando Pascual: Sócrates enseña el valor de una investigación humilde, pues sabe que los seres humanos no podemos agotar el saber. Sócrates afirma que el saber humano es débil. Hay un pasaje estupendo en el que Sócrates dice: «Cuando no puedo encontrar la verdad, puedo hacer cuatro cosas: fiarme de la experiencia; fiarme de un maestro; encontrar un argumento cualquiera y ver si es coherente consigo mismo; o fiarme de la revelación divina».

Sócrates mantiene todas estas posibilidades abiertas y demuestra que, aunque no esté abierto, el espíritu puede abrirse a la trascendencia.

–Zenit: ¿Cuál cree usted que ha sido la herencia que nos ha dejado Sócrates?

–Fernando Pascual: Sócrates salió al encuentro de la muerte. Murieron también, después, los jueces que le condenaron. En la otra vida sabremos cuál de las dos muertes ha sido más bella. Pero ya, desde ahora, estamos seguros de que es mejor morir pobre y justo que rico y deshonesto. Esta podría ser la herencia que nos ha dejado Sócrates. Esta tiene que ser una regla de vida para nosotros, hombres y mujeres, si queremos que el nuevo milenio sea algo más justo y feliz.

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ZENIT Staff

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