CIUDAD DEL VATICANO, 11 abril 2001 (ZENIT.org).- Tras dieciséis años al frente de los territorios de misión de la Iglesia, el cardenal Jozef Tomko, que acaba de ser sustituido en el cargo por el cardenal Crescenzio Sepe por motivos de edad (ya ha cumplido los 77 años), hace un balance de los desafíos que en estos momentos afrontan los misioneros y misioneros en la Iglesia, es decir, cada uno de los bautizados.
Nacido el 11 de marzo de 1924, en Udavské (Eslovaquia), ha desempeñado desde poco después de su ordenación sacerdotal importantes cargos en la Santa Sede. Fue nombrado por el recién elegido Juan Pablo II secretario general del Sínodo de los Obispos el 12 de julio de 1979. Seis años después, el 12 de mayo de 1985, el pontífice le nombraba prefecto de la Propaganda Fide (el antiguo nombre de este organismo vaticano con el que todavía hoy es conocido familiarmente en Roma)
Ofrecemos a continuación la entrevista que el purpurado eslovaco ha concedido al director de la agencia Fides, que depende precisamente de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos, el padre Bernardo Cervellera.
–¿Con qué sentimientos deja la Congregación para la Evangelización de los Pueblos?
–Cardenal Tomko: Después de 16 años dejo el servicio al organismo misionero, pero me llevo la misión en el corazón. Durante todo este tiempo he aprendido mucho: Propaganda Fide es un observatorio sobre la misión entre los pueblos del mundo. Extiende sus competencias sobre Asia, África, Oceanía, así como también sobre los pueblos aún no evangelizados en la «sierra» y en las
selvas de América Latina, en los hielos de América del Norte, en las montañas de los Balcanes, en suelo europeo.
A esta variedad de pueblos, civilizaciones, culturas, religiones, el amor del Padre envió a su Hijo: es el evento histórico y al mismo tiempo misterioso de la Encarnación, que nos ha recordado el gran Jubileo. Todos estos años son parte del evento de la Encarnación, un gran don de Dios. He recibido mucho más que lo que haya podido dar. Y he experimentado la «pasión» de la misión, con alegrías y dolores.
–¿A qué se refiere en concreto?
–Cardenal Tomko: He vivido la aventura del Espíritu, en acción entre los pueblos. He experimentado cómo la Iglesia nace y crece en la dureza de la pobreza y del hambre, bajo persecuciones y opresiones; con el heroísmo de los misioneros y de los nuevos cristianos; en la debilidad humana y en la lentitud de mentalidades engangrenadas.
He realizado más de 50 viajes a África y decenas a otros países. De ellos he aprendido a «hacer fiesta a Dios» en el espíritu y en la danza. Entre mis manos, he visto crecer la Iglesia: el Cristo místico que nace en las poblaciones; su cuerpo que se articula en nuevas comunidades y circunscripciones eclesiales. Es una alegría semejante a la que manifiesta san Pablo en sus cartas. Casi en cada una de las audiencias que me ha concedido Juan Pablo II por motivos de trabajo he tenido que presentar la petición de reconocimiento de una nueva diócesis o prefectura apostólica: me sentía como el padrino de Bautismo del «recién nacido».
Y el número de estas Iglesias de misión ha pasado de 877 en 1985 a 1.059 en el 2001: el 37% de la Iglesia católica, sin hablar del crecimiento de vocaciones, casi el doble en todos estos años. El Señor ha realizado mi programa episcopal; «Ut Ecclesia aedificaetur» («Por el crecimiento de la
Iglesia»).
–¿Cómo ha sido el trabajo realizado durante estos dieciséis años en la Congregación para la Evangelización de los Pueblos?
–Cardenal Tomko: En los años en que he sido prefecto de las misiones he dedicado un esfuerzo particular a elevar la calidad de la formación a todos los niveles: cursos especiales para obispos, formadores, visitas pastorales y apostólicas, congresos misioneros, preparación del nombramiento de los obispos (hoy en gran parte indígenas), la animación a todos los niveles de la Iglesia.
El incremento de vocaciones en las misiones implica también la búsqueda de fondos para construir nuevos seminarios, educar a los futuros guías de las jóvenes Iglesias, construir nuevas «casas de Dios» (¡467 iglesias en un solo año!), que se convierten en lugares e instrumentos de evangelización y de otras actividades pastorales, sociales, educativas, humanitarias.
Actualmente sostenemos a al menos 29.000 seminaristas mayores y a 52.000 menores. En resumen: un trabajo apasionante, que se recomienza cada día.
–Cuando usted llegó a la Congregación para la Evangelización de los Pueblos en los años ochenta estaba muy de moda la teología de la liberación de corte marxista y la tentación de reducir el anuncio cristiano al sólo diálogo de tipo social. ¿Cómo ve ahora la situación?
–Cardenal Tomko: Frente a la intención de reducir el anuncio hasta reducirlo a un mero compromiso social (marxista) o al diálogo sociológico, donde con frecuencia desaparecía la persona de Jesucristo («misioneros sin Cristo»), hemos trabajado para volver a poner al centro la vida y la misión de la Iglesia, es decir, el anuncio de Jesucristo, muerto y resucitado, que libera de las esclavitudes y realiza toda búsqueda religiosa del Dios verdadero.
Este es uno de los desafíos planteados pro Juan Pablo II para el Tercer Milenio: redescubrir a Jesucristo y plantear el diálogo como «diálogo de salvación»: es un trabajo todavía en curso.
–En este período se ha dado también una globalización de la economía, debido a la posibilidad de mantener comunicaciones más rápidas entre los diversos continentes.
–Cardenal Tomko: A la globalización de los mercados, al hecho de que el mundo se ha hecho más pequeño, hemos respondido con la «globalización» de la misión. Me he empeñado mucho para que también las Iglesias jóvenes aporten su contribución de personal y recursos a la misión mundial. La misión ya no es de Occidente a los otros países, sino que va en todas las direcciones. África comienza también a tener misioneros para el continente africano y para el extranjero. Una de las propuestas más significativas han sido los COMLAs, Congresos misioneros Latinoamericanos, que en 1999 tomaron la forma de Congreso Misionero Americano (CAM), englobando también a América del Norte.
De este modo hemos sostenido el envío al extranjero –a África, Asia y Oceanía– de misioneros provenientes de países como Perú, Colombia, México: países pobres, con problemas, pero capaces de dar desde su pobreza, manifestando una conciencia misionera madura. La Iglesia americana está
llamada a aportar una gran contribución de recursos humanos y económicos a la misión del futuro.
Uno de los frutos de la globalización es el uso del Internet. Su utilización para la misión ha sido inmediata. Fides, la agencia internacional que depende directamente de las Obras Misionales Pontificias, ha sido uno de los primeros entre los organismos romanos que utilizó la red inmediatamente para poner en comunicación a Roma con el mundo. Ahora, el sitio Fides es seguido cada semana por más de 100.000 visitas, muchas proceden de China y Vietnam.
–Los años noventa se caracterizaron por el emerger de los tigres asiáticos y de su impacto en
la economía y política mundiales.
–Cardenal Tomko: Asia, por todos acariciada como el mayor mercado mundial, es para nosotros el continente donde es más urgente la misión, donde la Iglesia es todavía una pequeña minoría. En la «Redemptoris Missio» Juan Pablo II ha afirmado que «la misión está en los inicios» y que Asia es el desafío para la Evangelización en el Tercer Milenio, como dijo en Manila en 1995 y repitió en Nueva Delhi en 1999.
–¿Y China, ese país tan ilustre y poblado, con una Iglesia tan controlada?
–Cardenal Tomko: A China, gr
an tigre de Asia, pedimos siempre y sólo plena libertad religiosa. La verdadera libertad en el nombramiento de los obispos y el respeto de la identidad y de la unidad de la Iglesia católica. Esperamos que nos ayuden los mártires chinos, de los que los fieles católicos, oficiales y no oficiales, son tan devotos.
–África, en cambio, ha quedado en estos años cada vez más abandonado cada en su economía, en sus guerras interétnicas, en la pobreza.
–Cardenal Tomko: Por lo que se refiere a África, hemos acompañado el emerger de una jerarquía plenamente africana. Yo mismo ordené a dos grandes obispos de este continente. El primero es un mártir, el arzobispo de Bukavu (ex Zaire), monseñor Christophe Munzihirwa, asesinado en 1996. El otro es monseñor Augustin Misago, condenado por genocidio y absuelto completamente. África está en busca de un camino que le garantice igual dignidad que los otros pueblos y la salvaguardia de lo mejor de sus culturas (familia, religiosidad, etc.).
Estos obispos son la punta de lanza del pueblo africano, capaces de encontrar al resto del mundo y respetuosos de la dignidad de sus culturas.
Con el Gran Jubileo, la jerarquía africana se convirtió en la voz más autorizada y precisa en el anuncio de Cristo y en la denuncia de las violaciones de los derechos humanos. Al mismo tiempo ha crecido una gran comunión entre las Iglesias africanas, vivida como «familia de Dios».
–¿Y qué nos dice sobre la islamización de África y sobre los conflictos interreligiosos?
–Cardenal Tomko: En varias naciones africanas existe desde siglos un Islam tolerante, que facilita la pacífica convivencia de todos. El fundamentalismo es una parte limitada de las religiones y a veces es manipulado con fines políticos. A nivel mundial, la Congregación para la Evangelización de los Pueblos ha trabajado mucho para defender los derechos de los cristianos, pero también por la libertad religiosa para todos, pidiendo reciprocidad.
Nos movimos inmediatamente para defender a los católicos de Timor Oriental, pero hemos trabajado también por la paz en Indonesia entre musulmanes y cristianos, madureses y dayak, por la paz y la reconciliación en las regiones africanas de los Grandes Lagos.
–¿Cuáles son las perspectivas que ve para el tercer milenio?
–Cardenal Tomko: Las perspectivas son muy positivas. Hay un renovado fervor en torno a la persona de Jesucristo, no como un objeto sagrado del pasado, sino como una realidad viva. Estoy impresionado por los dos millones de jóvenes en Roma con motivo de las Jornadas Mundiales de la Juventud. Muchos de ellos venían de Iglesias jóvenes. Precisamente el Papa les preguntó: «¿Qué cosa habéis venido a buscar, mejor aún, a quién habéis venido a buscar?». Roma y la misión universal necesita redescubrir la persona viva de Jesucristo y una clara identidad cristiana. En su carta de relanzamiento hacia el porvenir, la «Novo Millennio Ineunte», el Santo Padre ha subrayado que el tercer milenio se caracterizará por el diálogo y anuncio: «El diálogo interreligioso no puede substituir simplemente el anuncio, pero permanece orientado hacia el anuncio» (n. 56).
La misión es más joven que nunca. El anuncio no producirá un conflicto religioso, sino más bien una perspectiva cada vez más convergente entre las Iglesias contra todo lo que conspira contra la dignidad absoluta. En la «Redemptoris Missio», Juan Pablo II ha dicho: «La misión renueva a la Iglesia, refuerza la fe y la identidad cristiana, da nuevo entusiasmo y nuevas motivaciones» (n. 2). La misión es una medicina también para nuestro Occidente, cansado y saciado.