CIUDAD DEL VATICANO, 24 abril 2001 (ZENIT.org).-
El hombre no podrá nunca reprimir la sed existencial de Dios, considera Juan Pablo II. Una necesidad que llega a sentir casi físicamente.
Al encontrarse en la mañana de este miércoles con los miles de peregrinos que participaron en la audiencia general en el plaza de San Pedro, Juan Pablo II se adentró en la apasionante dimensión de la mística, una pasión que siente desde su juventud y que fue decisiva en sus años de universidad a abrazar la vocación al sacerdocio.
Para comprender esta sed y este hambre de Dios el pontífice se basó en el famoso Salmo 62 (63), el del «amor místico», que «canta la adhesión total a Dios, partiendo de un anhelo casi físico hasta alcanzar su plenitud en un abrazo íntimo y perenne».
De este modo, señaló, «la oración se hace deseo, sed y hambre, pues involucra al alma y al cuerpo». Para ilustrar mejor sus palabras citó a uno de los autores favoritos de su juventud, santa Teresa de Ávila, quien en el «Camino de Perfección» plasmaba su necesidad de Dios definiéndola como esa sed «que si del todo nos falta nos mata».
El pontífice continuaba de este modo las meditaciones que comenzó antes de Pascua sobre los Salmos del pueblo judío, que pasaron a convertirse ya desde los primeros años del cristianismo en la oración de la Iglesia. En intervenciones anteriores propuso estas composiciones de estupendos tonos poéticos como una ayuda única para vivir la vida a ritmo de oración.
La sed, el hambre, explicó, términos utilizados muy a menudo tanto en el Antiguo Testamento como por Jesús en el Evangelio, ayudan «a comprender hasta qué punto es esencial y profunda la necesidad de Dios; sin él desfallece la respiración y la misma vida». De hecho, aclaró, «el salmista llega a poner en segundo plano la existencia física, en caso de que decaiga la unión con Dios: «Tu gracia vale más que la vida»».
En la oración y en los sacramentos, continuó diciendo, «el alma se aprieta contra Dios». De hecho, dijo, el salmo «habla de un abrazo, de un apretón casi físico: Dios y el hombre ya están en plena comunión».
«Incluso cuando se está en la noche obscura –este fue el tema al que dedicó Karol Wojtyla su tesis doctoral de teología–, se siente la protección de las alas de Dios, como el arca de la alianza el alma está cubierta por las alas de los querubines».
«El miedo se disipa, el abrazo no aprieta algo vacío sino al mismo Dios», concluyó.