GULU, 2 abril 2001 (ZENIT.org).- Las tumbas que se encuentran en el St Mary´s Lacor Hospital de Gulu (Uganda), de misioneros religiosos y laicos, se han convertido en el testimonio más elocuente de la labor que estos hombres y mujeres están realizando en la lucha contra la enfermedad, en especial contra el sida y el virus de Ébola.

En uno de los montículos del cementerio del hospital, dirigido por los misioneros combonianos, se puede ver la fotografía de Lucille Corti. Una prometedora cirujana canadiense que llegó aquí en 1961 y se casó con el italiano Piero Corti. realizó miles de operaciones, adiestró a centenares de cirujanos autóctonos, contrajo el virus del sida, a principios de los años ochenta, en una operación, pero sólo dejó de trabajar en abril de 1996, pocos meses antes de morir.

A su derecha, la sepultura todavía reciente de Matthew Lukwiya, muerto el 1 de diciembre pasado. Este ugandés, jefe de departamento y director sanitario del Lacor, educado en la escuela de Lucille Corti, y destinado a dirigir el hospital, cayó víctima de sus enfermos que le transmitieron el ébola. Junto a él, yacen otros catorce trabajadores de este hospital han perdido conscientemente la vida atender a las víctimas de Ébola.

Gracias a este hospital el 28 de febrero pasado se declaró oficialmente la victoria contra Ébola, Desde el mes de octubre del año 2000, el virus segó la vida de 169 personas. Entre los héroes anónimos que junto al doctor Lukwiya dieron su vida para ayudar a los que contagiaron la enfermedad se encuentran Pierina Asienzo y Dorothy Akweyo, dos religiosas ugandesas de las Pequeñas Hermanas de María Inmaculada que sufrieron el contagio a pesar de que eran perfectamente conscientes del peligro que corrían. Murieron el mes de noviembre pasado.

Gulu, una de las regiones más pobres de toda Uganda, no ha podido disfrutar de los modestos progresos nacionales de los últimos años experimentados por Uganda, a causa de la permanente inseguridad de una guerrilla endémica. El St Mary´s Lacor Hospital, en este desierto de recursos, es un oasis con 463 camas, 18.000 hospitalizaciones al año, diez departamentos, servicios clínicos, cirugía, análisis especializados, tratamientos de primera línea y seis escuelas de formación para enfermeros, técnicos, ayudantes de laboratorio, anestesistas, etc.

El hospital podría ahora revelarse fuente de salvación para toda la población africana, gracias a los datos fiables recogidos durante la epidemia de Ébola, que serán decisivos para la prevención o ante la posible explosión de una nueva epidemia. Con estos datos se está buscando también una vacuna.

«Estamos acostumbrados a trasladarnos a los lugares más remotos a causa de nuestro trabajo», explica Stuart Nichol, el científico inglés responsable de una de las fuerzas de choque del Centro para el Control y Prevención de las Enfermedades (CDC), de Atlanta que se han alternado, en Gulu, durante todo el tiempo de la epidemia. La sorpresa ha sido encontrarse con un hospital de cinco estrellas y un laboratorio «adecuado y suficiente» en ese rincón abandonado del planeta.

El CDC, ente público del sistema sanitario estadounidense, es la estructura mundial más importante en la lucha contra las enfermedades epidémicas. Se ocupa del Ébola desde su primera aparición, en 1975. Pero nunca tuvo la oportunidad de recoger tantos datos como aquí, en Gulu. Por este motivo ha elegido el St Mary´s Lacor Hospital de Gulu, como centro de operaciones por la superior calidad de las instalaciones sanitarias.

«Estamos trabajando --explica Nichol-- desde hace tiempo para encontrar una vacuna contra el Ébola, ahora podremos avanzar más rápidamente, pero el problema más grave no es el técnico sino el económico. Para producir una nueva vacuna hacen falta inversiones de millones de dólares. Es una enfermedad terrible pero que golpea esporádicamente sólo en países paupérrimos. No parece hecha para mover dinero porque no se prevén beneficios».

Mientras tanto, el hospital busca un sucesor al doctor Matthew Lukwiya. «Será un médico ugandés --promete Piero Corti, todavía activo, a pesar de sus 75 años y los lutos que le afectan pero no lo doblegan--. Será uno de los muchos que hemos formado aquí, y que luego han ido a trabajar a otros hospitales ugandeses o al extranjero. Nadie nos puede imponer un candidato desde arriba. A Matthew nos lo mandó la Providencia y ésta no puede haberse olvidado de nosotros».