GENOVA, 4 junio 2001 (ZENIT.org).- Mientras los movimientos «antiglobalización» organizan protestas contra la próxima cumbre de los países más industrializados, G-8, que se celebrará en Génova, este fin de semana ha tenido lugar en esa misma ciudad italiana un Congreso que busca dar un «rostro humano a la globalización».
El encuentro, en el que participaron mil jóvenes, ha sido convocado por «New Humanity», organización no gubernamental inspirada en la espiritualidad del Movimiento de los Focolares. El lema era «Por una globalización solidaria hacia un mundo unido». Ha contado con el apoyo de la arquidiócesis de Génova, dirigida por el cardenal Dionigi Tettamanzi y por el ayuntamiento de la ciudad.
El encuentro ha servido para redactar el «Documento de Génova», que fue presentado ayer en presencia del mismo purpurado genovés, con propuestas de intervención dirigidas por la sociedad civil y representantes de gobiernos de varios países (ricos y pobres), a la comunidad internacional y en especial a los países del G-8, que se reunirán del 18 al 21 de julio.
El objetivo de este congreso, como explicó durante el mismo Benedetto Gui, catedrático de la Universidad de Padua, consiste en constatar que la economía no puede medirse sólo por la lógica de la oferta y la demanda. El documento ha propuesto más bien el desafío de la «comunión», en el sentido de una participación universal y profunda en el sistema económico. Gui ha reconocido que es una idea ambiciosa y lejana de la lógica económica actual, «pero practicable y fascinante».
«La economía de comunión», expresión creada por Chiara Lubich, fundadora del movimiento de los Focolares, recordó Lorna Gold, de la Universidad de York, ha surgido dentro de un contexto caracterizado por la creciente internacionalización de las relaciones humanas. Basada sobre el principio de que la familia humana tiene un único Padre, ha demostrado, en concreto, la capacidad de extender las redes de solidaridad más allá de los confines de las comunidades locales.
Aplicada ya a escala internacional (con especial atención a Africa), incluso en los espacios capitalistas ya existentes, la «Economía de comunión» ha creado nuevas modalidades de gestión para las empresas: por ejemplo, la subdivisión en tres partes de las ganancias (una parte destinada a los indigentes; otra, a la financiación de la «cultura del dar»; y la última a la reinversión en la empresa).
Asimismo, este proyecto exige el reconocimiento de rigurosos estándares éticos que deben ser aplicados en todos los aspectos de la vida empresarial.
Al hablar de «cultura del dar» el proyecto se refiere a la financiación, entre otras cosas, del nacimiento de pequeños barrios modelo, casas de edición de libros, centros de formación. Un aspecto, este último, que resulta valioso, entre otras cosas, en la lucha contra la difusión del sida.
Las líneas básicas de esta operación, de raíz católica, son ampliamente compartidas por el Consejo Mundial de las Iglesias, integrado por más de 340 Iglesias cristianas. Su representante, Freddy Knutsen, insistió aquí, en Génova, en la necesidad de eliminar la esclavitud de la deuda de los países ya pobres o empobrecidos por la globalización.
Pero no basta con cancelar la deuda, añadió, hay que transformar el sistema que empobrece. Tanto más, añadió Knutsen, cuanto los acreedores occidentales imponen a menudo condiciones cuyo fin es el de hacer producir a la misma deuda.
Una medida, que podría frenar la especulación internacional, es la introducción de la llamada «Tobin tax», defendida por el Consejo Mundial de las Iglesias, la Alianza Mundial de las Iglesias Reformadas, el Movimiento de los Focolares, Pax Christi Internacional, y ONGs como Halifax, Initiative y Kairos Europa. Se trata de una pequeña tasa que se aplicaría a cada transacción de divisas. Los movimientos relativos, se estima, ascienden a 1,5 billones de dólares al día.
Los agentes –recordó Anja Osterhaus, de Kairos Europa– compran y venden a menudo el mismo día, con el objetivo de sacar ganancias gracias a la variación de las cotizaciones aunque ésta sea sumamente pequeña. Con la introducción de una «Tobin tax», que sería de un 0,1%, este tipo de transacciones especulativas se reducirían sensiblemente, ya que en muchos casos la tasa sería más alta que el beneficio esperado. Esta iniciativa obtendría un doble beneficio: crear un fondo para destinarlo a los menos favorecidos por la globalización y reducir la especulación y, en consecuencia, las crisis financieras.
Podría constituir un pequeño paso en el marco de un cambio económico mayor que Alberto Ferrucci, de «New Humanity», ve apoyado en cuatro pilares: optimismo (basado en la fe en la Providencia divina); confianza (o sea apertura de crédito a cada uno, sin enemigos a combatir); opción preferencial por los últimos (los pobres, marginados, es decir los primeros hermanos entre los hermanos); comunión en todas las formas posibles.
En este sentido, ha sido significativo el mensaje lanzado en el congreso por el filósofo de Camerún Martin N’kafu: «La fraternidad, si se pone como base de las relaciones humanas, puede resolver las graves condiciones de fondo de la globalización».
Las propuestas serán puestas en la mesa del G-8 en Génova. Ahora la palabra pasa a los participantes en la misma.