ROMA, 9 junio 2001 (ZENIT.org).-¿Puede una mujer desempeñar contemporánea y plenamente el papel de mujer, madre y trabajadora? ¿Está dispuesta la sociedad a favorecer o al menos a no obstaculizar la carrera laboral de las mujeres con familia?
Esta surgiendo en estos momentos un nuevo movimiento feminista, de orientación ecuménica, y de dimensión internacional que responde afirmativamente a estas dos preguntas, sin que esto conlleve la adopción de un modelo de mujer fotocopiado del hombre, como sucedió con algunas propuestas trasnochadas del primer feminismo.
En un congreso organizado por el Ateneo «Regina Apostolorum» de Roma entre el 22 y el 23 de mayo con el título «Mujeres y culturas: en las perspectiva de un nuevo feminismo», las participantes confirmaron el compromiso de llevar adelante un movimiento de emancipación femenina que no cancele las diferencias entre los sexos, sino que esté orientado a la realización del «genio femenino» en todas sus peculiaridades.
Entre las mujeres que subieron al palco para tomar la palabra como relatoras, una era alta y de ojos azules, catedrática de política internacional y ex viceministra de Asuntos Exteriores de Noruega. Otra era africana, ministra para la Integración de las Mujeres en Congo-Brazzaville. Había también una princesa de Georgia, una astrofísica, una escritora, una embajadora, la directora de una asociación estadounidense que trabaja en defensa de las madres de barrios pobres, varias catedráticas universitarias… Todas estaban sumamente comprometidas en el mundo cultural, político, civil… y todas estaban orgullosas de ser madres y esposas.
Para Janne Haaland Matlary, madre de cuatro hijos y viceministra de Exteriores de Noruega entre 1997 y 2000, «una vida feliz y realizada para una mujer consiste en tener la posibilidad de compartir su tiempo entre la familia, el trabajo y la política», si bien hay que reconocer que «ser padre o madre es una experiencia muy profunda desde el punto de vista existencial. No es simplemente un papel. Las mujeres son privilegiadas por ser las que transmiten la vida, que es la manera en que los seres humanos más se acercan a la creación. Esta participación en la creación –«durante nueve meses dentro de ti» y después, durante el resto de la vida, «fuera de ti»–, hace que nunca dejes de ser una madre, de modo que tiene una importancia fundamental para la mujer».
La condición de madre, mujer, y trabajadora, no es propia sólo del mundo avanzado; es más, parece ser más intensa precisamente para las mujeres que viven en los países en vías de desarrollo. También en este caso la realidad es muy diferente a los prejuicios. La mujer africana, por ejemplo, vive con alegría su dimensión de madre, mujer y trabajadora, y no es verdad ni mucho menos que no cuenta nada en la vida política. Marie-Thèrése Avemeka, ministra para la Integración de las mujeres en el desarrollo, en Congo Brazzaville, afirmó con orgullo que «como madre y esposa, la mujer es el pilar de la familia y de ella depende la seguridad alimentaria, la sobrevivencia y el equilibrio social de ésta última».
En la sociedad tradicional africana, de hecho, la mujer tiene la función doble de la producción y la reproducción. En la familia, la mujer, como ama de casa, se encarga de las labores domésticas, de la atención de los hijos, y de la cocina. Desde el punto de vista económico, la mujer es la responsable de la producción agrícola y artesanal, así como de la transformación y venta de los productos manufacturados. Si bien depende de la gestión patriarcal, la tradición reserva a las mujeres la venta y el intercambio de productos agrícolas y artesanales que se convierten, de este modo, en un pequeño comercio, con frecuencia lucrativo.
El redescubrimiento de la maternidad como tarea fundamental para enseñar a los hijos a «ser plenamente humanos» fue subrayado tanto por Enola Aird, fundadora del «The Motherhood Project» del Institute for American Values (EE. UU.), como por Emilia Palladino, astrofísica italiana.
La científica insistió en el error de imitar ciegamente al hombre y consideró que también en el ambiente de investigación científica la mujer debe ser plenamente mujer, y si es el caso, madre.
«Allí donde no llega el hombre –por ejemplo, el cuidado del ambiente de trabajo, cuidado en el sentido amplio–, puede llegar la mujer. No sólo tiene las capacidades, sino también la índole adecuada para hacerlo. Por ejemplo, la mujer sufre si el ambiente de trabajo es estrictamente profesional, sin no hay comunicación entre las personas, si no se habla de otra cosa que del trabajo. En general, la mujer sufre con más facilidad que el hombre, el hombre se desinteresa más de estas cosas. De este modo, la mujer, al colaborar en la creación de un ambiente de trabajo acogedor, en el que se interesa de las personas y no sólo del trabajo, crea un ambiente mucho más eficaz, más vivo».
El genio de la mujer sorprende no sólo en la familia y en el mundo del comercio, o la ciencia, sino también en el de la cultura. La escritora francesa Elisabeth Bourgois, por ejemplo, al intervenir en el congreso recordó una anécdota: «Estaba en una feria del libro para firmar mis libros. Una muchacha de unos 16 ó 17 años se me acercó: «¿Es usted Elizabeth Bourgois?», me preguntó alzando un dedo acusador. Sorprendida me quedé mirándola. Se puso a curiosear en una columna de libros y sacó la novela «Les chaussons par la fenêtre» («Las zapatillas por la ventana»). «Este libro habla del aborto. Se lo di a una amiga que quería abortar y decidió quedarse con el niño. ¡Ciao!». Y se fue. Creo que no se dio cuenta del impacto de sus palabras. En esos segundos comprendí el alcance de mi tarea: una simple historia puede permitir que un niño viva. ¡Es impresionante!».