PARÍS, 17 junio 2001 (ZENIT.org).- El fiscal de la República Jacques-Philippe Segondat solicitó el 15 de junio una pena de cuatro a seis meses de prisión en libertad condicional para el obispo de Bayeux, Pierre Pican, juzgado por no haber denunciado a un sacerdote de su diócesis del norte de Francia, condenado a 18 años de prisión por por actos de pederastia.
El fiscal pidió al Tribunal que no reconozca al prelado el derecho al secreto profesional. Ahora bien, el obispo adujo precisamente esta explicación para explicar los motivos que le impidieron presentar una denuncia civil contra el sacerdote.
La posición de monseñor Pican fue apoyada por el mismo presidente de la Conferencia Episcopal de Francia, el cardenal Louis-Marie Billé, quien testimonió a su favor en una de las audiencias. La décision del tribunal será deliberada el 4 de septiembre de 2001.
La conferencia episcopal, que confía en la absolución, declaró al día siguiente (el sábado) su sorpresa ante la petición de condena pedida por el fiscal, así como por los argumentos presentados.
Monseñor Pican reconoció durante las audiencias que cometió un error al evaluar los actos del sacerdote, pues no pensaba que eran menos graves.
Asimismo agradeció a las víctimas el que hayan tenido el valor para «ponerle en esta situación», que le ha permitido conocer mejor las dramáticas consecuencias de la pederastia. «Haré lo imposible –concluyó– para establecer una relación personal con esas familias».
El padre Stanislas Lalanne, portavoz de la Conferencia Episcopal, en declaraciones concedidas a «Radio Vaticano», considera que este caso saca a relucir un principio particularmente importante: «la libertad de conciencia».
La misma ley, explica el representante del episcopado, explica que el secreto profesional puede ser violado para denunciar abusos sexuales, pero no obliga a ello.
Lalanne explica que cuando el obispo tuvo conocimiento de las acusaciones en diciembre de 1996, «el sacerdote se encontraba al borde del suicidio». Por este motivo, pensó que antes de denunciarle a la policía era más importante ofrecerle ayuda, alejándole de la parroquia e internándole en una clínica.
De hecho, desde el momento en el que el obispo tuvo conocimiento del caso, que de todos modos creía que eran mucho menos grave, el sacerdote no volvió a cometer esos actos, constata Lalanne.