CIUDAD DEL VATICANO, 18 junio 2001 (ZENIT.org).- Juan Pablo II ha lanzado un sentido llamamiento a la sociedad chilena para que no se deje seducir por el relativismo moral, pues, como él mismo explicó, «una democracia sin valores no sirve para el verdadero progreso».
Es más, añadió, «se vuelve contra el mismo hombre». Por el contrario, según el pontífice, «el fortalecimiento de la vida democrática tiene que ir siempre acompañado de la promoción constante de los valores genuinos que son la garantía de estabilidad».
La ocasión para hacer este llamamiento se la ofreció al obispo de Roma la entrega de cartas credenciales del nuevo embajador del gobierno de Ricardo Lagos ante la Santa Sede, Máximo Pacheco Gómez (76 años). Este ex embajador en Moscú (1965-1968) y ex ministro de Educación (1968-1970) es en estos momentos vicepresidente de la Corte Internacional de los Derechos Humanos ante la Organización de los Estados Americanos.
En su encuentro con el diplomático, el Santo Padre felicitó al Parlamento y al Gobierno de Chile por la reciente abolición de la pena de muerte, decisión que en Senado pasó el pasado 1 de noviembre.
Al mismo tiempo, el pontífice exigió un «respeto más celoso e irrenunciable por la vida de cada ser humano, desde su concepción hasta su ocaso natural». El Papa no lo mencionó explícitamente, pero la Iglesia católica ha criticado duramente la decisión del actual gobierno chileno, que en el mes de marzo decidió aprobar la distribución de la píldora abortiva. Se trata de una medida considerada como inconstitucional en un país en el que el aborto es ilegal.
Un síntoma, como dijo el pontífice, de los «peligros» que hoy día acechan a la sociedad chilena: «el relativismo ético, el consumismo y otras formas pseudoculturales» que deterioran «el tesoro de valores cristianos sobre los que reposa la identidad nacional».
En particular, el pontífice aplaudió al embajador cuando aseguró de parte del gobierno del presidente Lagos su compromiso para «defender y fortalecer la familia».
«Me complazco por esos propósitos –reconoció el obispo de Roma–, esperando de los gobernantes y de la sociedad entera que sean consecuentes con la historia, con la tradición más genuina del país y que no ahorren esfuerzos en este sentido, de modo que no se ceda a fáciles tentaciones, disfrazadas a veces bajo la apariencia de una falsa modernidad».
Por último, el pontífice mencionó, citando las recientes Orientaciones Pastorales de los Obispos de Chile, las «heridas que restan fuerza al desarrollo de la sociedad chilena»: «la pobreza y las enormes desigualdades, las dificultades que afronta la familia, y la dignidad lesionada de personas, familias, agrupaciones e instituciones».