El purpurado, que pasó varios años de su vida en la cárcel vietnamita, lamenta, en primer lugar, que diversas circunstancias le hayan impedido asistir al encuentro y eleva su oración para que «el Espíritu Santo indique a todos los responsables de la pastoral penitenciaria los criterios y los caminos más adecuados para la Nueva Evangelización en el mundo penitenciario: un mundo muchas veces sumergido en el dolor, la soledad y la desesperación; un mundo que necesita urgentemente la palabra liberadora del Evangelio y el gesto caritativo -y por lo mismo alentador- del cristiano que se preocupa por su hermano en dificultad y que lo hace no por mera filantropía sino por una profunda convicción de fe».
«Que las conclusiones de sus trabajos -prosigue- contribuyan, desde el Evangelio y la Doctrina Social de la Iglesia, a la defensa y promoción de los derechos humanos en las cárceles de sus países, así como a sumar esfuerzos para prevenir el delito y ayudar a construir sociedades más justas, pacíficas y humanas».
«La luz de la esperanza debe permanecer encendida en los corazones de los internos. Por tanto, es de vital importancia asegurar una presencia cercana y amable de la Iglesia en las cárceles», dice el cardenal, y recuerda los muchos sacerdotes, diáconos y religiosos presentes en el encuentro que se dedican al mundo penitenciario, y afirma que es «alentador» constatar también cuantos laicos prestan un servicio en este mundo.
«Es necesario seguir cultivando cada vez más este apostolado –concluye el purpurado– para que la presencia del Buen Samaritano, que vino a curar nuestras heridas, sea más palpable y fortalecedora sobre todo para aquellos que por diversos motivos viven privados de la libertad física».