CIUDAD DEL VATICANO, 23 julio 2001 (ZENIT.org).- Adolf Hitler quería ser recibido en el Vaticano por el papa Pío XI, con motivo de su visita de Estado a Italia en mayo de 1938. Así lo ha revelado la reciente publicación de la correspondencia de Galeazzo Ciano, que fue ministro de Asuntos Exteriores de Mussolini.
El pontífice Achille Ratti, informado por un emisario de Mussolini de las intenciones del dictador, percibió aquella petición como “un desafío”. De acuerdo con sus más estrechos colaboradores, hizo filtrar la noticia de la posibilidad de la entrada de Hitler dentro de los muros vaticanos, a condición de que el Führer pidiera públicamente perdón por la persecución contra la Iglesia Católica en Alemania.
Pío XI consideraba «al señor Hitler el más grande enemigo de Cristo y de la Iglesia de los tiempos modernos”.
Esta versión de los hechos se pone de relieve en la correspondencia de Galeazzo Ciano, ministro de Exteriores del Gobierno fascista. La correspondencia ha sido hallada en el archivo histórico de la Farnesina (la sede del Ministerio de Exteriores italiano) por el profesor Gianluca Andrè, catedrático de Historia de Política Internacional de la Universidad de Roma.
La correspondencia se remonta a los primeros días de 1938, un mes antes del viaje de Hitler a Roma, y ha sido publicada en el libro “Documenti diplomatici italiani”, del Instituto Poligráfico del Estado.
Confirmando todo lo escrito por Ciano, se sabe que el 13 de abril de 1938, Pío XI hizo que, desde la Sagrada Congregación para los Seminarios y Universidades, se enviara una carta a los rectores y decanos universitarios en la que se ordenaba a todos los profesores que refutaran, con el método propio de cada materia, las pseudo-verdades científicas con las que el nazismo justificaba su ideología racista.
Cuando el 18 de mayo Hitler vino en visita oficial a Roma, Pío XI se retiró a Castel Gandolfo e hizo cerrar los museos vaticanos para impedir que los nazis pusieran el pie dentro de los muros sagrados.
El Papa Ratti hizo saber que “estaba triste de ver enarbolada en Roma una cruz que no fuera la de Cristo”.