Conclusiones del Congreso internacional sobre oraciones de curación

Exponentes vaticanos: evangelizar el sufrimiento en tiempos de eutanasia

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ROMA, 13 noviembre 2001 (ZENIT.org).- Pedir el don de la curación pero al mismo tiempo acoger el sufrimiento con fe. Esta es la conclusión a la que llegó el congreso internacional organizado por la Santa Sede en Roma sobre oraciones de curación.

El encuentro, celebrado entre el 10 y el 13 de noviembre, fue patrocinado por el Consejo Pontificio para los Laicos en colaboración con los International Catholic Charismatic Renewal Services (ICCRS), organización que trata de promover la Renovación Carismática dentro de la Iglesia católica y de coordinar las actividades de las diferentes comunidades que agrupan a unos 120 millones de católicos en todo el mundo.

El tema era precisamente «La oración de curación y la Renovación Carismática en la Iglesia católica». Fue analizado a la luz de la «Instrucción sobre las oraciones para obtener de Dios la curación», publicada el 14 de septiembre de 2000 por la Congregación para la Doctrina de la Fe.

«El carisma de la curación es un medio de la nueva evangelización, afirmó Allan Panozza, presidente del ICCRS. Sin olvidar sin embargo que la enfermedad del cuerpo y del espíritu «no es sólo un mal, sino una ocasión para glorificar a Dios», observó el cardenal estadounidense James Fracis Stafford, presidente del Pontificio Consejo.

Si la curación es una especie de «anticipación» de la resurrección, «Cristo cura y salva como signo de una curación más profunda: en el pecado está la verdadera enfermedad del hombre». Y es siempre la fe la que hace posibles los milagros de Jesús, subrayó el padre Albert Vanhoye, secretario de la Comisión Pontificia Bíblica.

Dejando claro el contexto eclesial de la curación y la iniciativa gratuita de Dios en el concederla, la fe no debe ser concebida «según categorías mágicas», advirtió el cardenal Stafford.

En este campo de hecho pululan las actividades de sectas junto a otras prácticas poco ortodoxas y a menudo se trata «engañosos recursos exotéricos» como la «unción con aceite de diferente origen», explicó el arzobispo Tarsicio Bertone, secretario de la Congregación para la Doctrina de la Fe.

«La sociedad ha hecho más frágiles a las personas, que sienten la necesidad de ser confortadas y curadas», constató monseñor Bertone, quien reveló que «La imagen de Cristo taumaturgo está enraizada en la tradición cristiana primitiva y todavía hoy en la cristología africana».

El consejo del secretario de la Congregación para la Doctrina de la Fe a los sacerdotes presentes fue el de dar especial importancia a la visita a los enfermos.

A veces «la expectativa de las multitudes de ver el milagro se hace exasperada, durante encuentros densos de emotividad –subrayó Bertone–, y se cultiva también una confianza excesiva en el rito de la imposición de las manos, juzgado más útil en el sacramento de la penitencia, que en cambio conserva siempre su fuerza transformadora».

El prelado italiano explicó que ante la enfermedad todo creyente está llamado a rezar pues «el valor del dolor ofrecido en Cristo es un dato imposible de eliminar de la fe y debe ser evangelizado, en una sociedad que propone la eutanasia».

Bertone definió el sufrimiento como un «medio de crecimiento espiritual y de gracia», de modo que es un deber rezar por los enfermos en cualquier lugar, aunque es preferible hacerlo en un lugar sagrado, con la guía de un ministro».

La actualidad de los santuarios, como lugar de acogida y oración de los enfermos fue precisamente el tema afrontado por el obispo de Lourdes, monseñor Jacques Perrier.

Esta nueva situación, según el padre Fidel González, nuevo rector de la Universidad Pontificia Urbaniana, exige una catequesis. De hecho, la enfermedad representa «un profundo llamamiento a buscar el sentido de la vida»

Las curaciones también son «interiores», concluyó constatando el padre Raniero Cantalamessa, predicador de la Casa Pontificia.

«La curación espiritual no está ligada solo a la conversión del pecado, sino también a los traumas, carencias afectivas, incluida la falta de aceptación de uno mismo», afirmó Cantalamessa.

El fraile capuchino afirmó que es necesario rezar incluso para «ser liberados del miedo en que estamos atrapados: el terrorismo es una amenaza real, que no tiene nada de etéreo, pero el temor acentuado hasta el extremo equivale a aceptar la derrota. Confiemos en la Palabra, en el incomparable valor terapéutico del amor de Dios, en el bálsamo del Espíritu Santo».

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ZENIT Staff

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