CIUDAD DEL VATICANO, 19 noviembre 2001 (ZENIT.org).- El futuro de la evangelización de Birmania (Myanmar), país en el que los cristianos sufren difíciles restricciones, recibió un impulso decisivo esta semana pasada, cuando los obispos del país mantuvieron una serie de encuentros decisivos con Juan Pablo II y sus colaboradores más cercanos de la Curia romana.
En Birmania, la junta militar que gobierna el país «promueve oficialmente el diálogo interreligioso, pero en la práctica es corresponsable de las violencias y de las discriminaciones sufridas por las minorías religiosas, en especial cristianas y musulmanas», explica el «Informe 2000 sobre la libertad religiosa», publicado por la asociación de derecho pontificio «Ayuda a la Iglesia Necesitada».
Tanto cristianos como musulmanes, que frecuentemente pertenecen a minorías étnicas enfrentadas con el gobierno militar central, tienen serias dificultades para obtener permisos para construir edificios de culto, para imprimir o importar traducciones de los textos sagrados, constata el «Informe 2000».
El mismo informe, revela que organizaciones de las etnias Karen y Karenni han denunciado el rapto de mujeres, algunas de ellas cristianas, que fueron obligadas después a convertirse en monjas budistas.
Birmania, que en 1988 asumió oficialmente el nombre de Unión de Myanmar, tiene casi 42 millones de habitantes, de los cuales el 87% son budistas; el 5,6% cristianos; el 3,6% musulmanes; el 1,1% animistas; y el 1% hindúes. Los católicos son 560 mil.
La situación de los cristianos es particularmente difícil, además, pues cuentan con poquísimos pastores: a mediados de los años sesenta el gobierno expulsó a casi todos sus misioneros, nacionalizó las escuelas y hospitales.
En el discurso de despedida que dirigió a los diez obispos birmanos al final de su visita quinquenal «ad limina Apostolorum», el sábado pasado, el pontífice reconoció que «Myanmar es un país en el que la Iglesia en sus primeros años experimentó el martirio, y todavía hoy vive junto a la Cruz del Salvador».
«Pero la Cruz es la fuente de nuestra esperanza y certitud –añadió el Papa–: toda gracia que ilumina y fortalece los corazones humanos surge del costado herido del Señor crucificado».
Entre las dificultades que experimentan los católicos y buena parte de los birmanos, el Papa insistió en «la difundida pobreza, a pesar de los abundantes recursos de la tierra, y en los límites a los derechos fundamentales y a las libertades», «problemas agravados por el aislamiento» internacional en el que vive a causa del régimen autoritario.
Ante esta situación, el Papa pidió a los obispos «estar más atentos que nunca a permanecer junto a su pueblo guiándole por la senda del Evangelio».
En el amor de Cristo, añadió, podemos «ver la grandeza del amor divino y la grandeza de la dignidad humana».
«Al contemplarlo –explicó a los prelados birmanos– vosotros y vuestro pueblo encontraréis la fuerza para vivir la humildad, la pobreza e incluso la soledad de vuestra situación no como un peso, sino como una virtud evangélica que os elevará y hará libres».
Por último, el obispo de Roma alentó a los católicos birmanos a promover el diálogo interreligioso «en un momento en el que las relaciones entre los pueblos de diferentes culturas y tradiciones están sometidas a fuertes presiones».