CIUDAD DEL VATICANO, 29 noviembre 2001 (ZENIT.org).- Y, después de esta vida, ¿qué? Esta es la pregunta a la que respondió este jueves la tercera videoconferencia mundial en la que participaron teólogos de reconocido prestigio de los cinco continentes.
La centenaria Congregación vaticana para el Clero se convirtió de este modo en promotora de un espacio de profundización sobre las verdades últimas (muerte, juicio, infierno, purgatorio, cielo…) sin precedentes, utilizando las posibilidades que ofrecen las tecnologías más avanzadas de la comunicación.
Roma, Nueva York, Sydney, Johannesburg, Manila, Taipei, Madrid y Bogotá quedaron de este modo unidos por la pantalla de vídeo. El resto del mundo pudo seguir además por Internet el debate en tiempo real (comenzó a mediodía hora de Roma). En estos momentos, es retransmitido en diferido en la página web http://www.clerus.org.
Abrió la discusión el cardenal Darío Castrillón Hoyos, prefecto de la Congregación para el Clero, constatando cómo la literatura del siglo XX, «impregnada por un miedo repetido –el vacío existencial, la insensatez de la vida–» testimonia «el anhelo de trascendencia» del hombre contemporáneo.
Sin esta trascendencia, aclaró el purpurado colombiano, la muerte se convierte en un capítulo del drama de la vida».
La teología católica, sin embargo, como ilustró el documento de la Comisión Teológica Internacional (1992) sobre los «Problemas actuales de la escatología», recordó el cardenal, presentó a un Dios que, «en cuanto alcanzado es Cielo; en cuanto perdido es infierno; en cuanto discierne es juicio; en cuanto purifica es purgatorio».
¿Resurrección o reencarnación?
Una visión sugerente de la resurrección después de la muerte fue ofrecida por el profesor Jean Galot, catedrático de la Universidad Pontificia Gregoriana, anclada en pasajes del Evangelio, como la muerte del «buen ladrón».
«En los últimos tiempos ha aumentado el número de quienes tratan de sustituir la fe en la resurrección con una doctrina de la reencarnación –constató el teólogo francés al concluir su intervención–. Según esta doctrina, el hombre, al final de su vida, debería reencararse en otro ser, humano o animal, para liberarse del peso de sus propias culpas y comenzar una vida mejor. Es una doctrina que devalúa la vida terrena y que busca otra identidad personal, mientras que la verdad de la resurrección refuerza esta identidad llenándola con la vida de Cristo resucitado».
¿Salvación personal o comunitaria?
El profesor Bruno Forte, miembro de la Comisión Teológica Internacional, respondió a una cuestión difícil de armonizar: salvación personal y salvación colectiva; juicio personal y juicio final.
La salvación traída por la resurrección de Cristo, explicó el teólogo de la Facultad de Teología de Italia Meridional, «es al mismo tiempo redención del individuo y vida nueva de la Iglesia y del mundo: por ello, más que subrayar el dualismo entre destino individual y colectivo, la escatología «pascual» exige replantear el futuro del individuo en solidaridad con el de la comunidad y todo el cosmos».
La Trinidad, concluyó, se presenta así «como sentido de la vida y de la historia, origen, seno y meta de la existencia redimida, personal y eclesial»; y al mismo tiempo, «como patria del mundo, destino último y maravilloso de todo aquel al que el Dios viviente ha llamado a la existencia para conducirlo a la vida sin ocaso».
¿Todos se salvan?
Esta afirmación, planteó así otra pregunta a la que respondió el teólogo Michael F. Hull desde Nueva York con su voz, pues la imagen se perdió por los típicos imprevistos de la técnica: ¿sólo los cristianos se salvan? O más aún, ¿todos los hombres se salvan?
Ante todo, Hull, profesor de Sagrada Escritura en la Facultad de San José del Seminario de Nueva York, afirmó que el infierno es una realidad, confirmada por la revelación divina, y que negar la existencia de la condena eterna equivaldría a negar la libertad humana.
Por otra parte, reconoció que personas de buena voluntad que no son cristianas pueden salvarse, pero al mismo tiempo consideró que «la incorporación a Cristo y a la Iglesia a través del bautismo en último término y al final de los tiempos será importante».
Esto explica las últimas palabras de Cristo: «Id y enseñad a todas las gentes, bautizándolas en nombre del Padre…». El cristianismo, por tanto, no es «primus inter pares» entre las religiones, como corrientes teológicas han afirmado en las últimas décadas.
¿Cómo será el cielo?
Pero, si el destino final del hombre es el cielo. Cabe por tanto preguntarse, ¿qué es en realidad el cielo?
A esta pregunta respondió desde Madrid, el profesor Alfonso Carrasco Ruoco, decano de la facultad de Teología San Dámaso de Madrid.
El cielo es, dijo, «ver a Dios cara, es decir, «conocerlo como Padre, Hijo y Espíritu Santo, misterio de Unidad, en el amor y la libertad infinita de las relaciones personales».
«Lo veremos cara a cara –concluyó–; pero no como observadores externos –lo que sería imposible–, sino como hijos, como el Hijo ve y conoce al Padre. Lo conoceremos como humanidad filial, asimilados y unidos a Jesucristo; pues por Él, con Él y en Él, la humanidad participa de la filiación divina, recibe el Don del Padre y responde filialmente con el Don pleno de sí».
Por este motivo, el profesor Julian Porteous, de la Universidad Católica de Australia, desde Sydney, aseguró que la «oración escatológica» por excelencia es «Abbá», «Papá».
Siguieron las intervenciones de los profesores Stuart Bate desde Johannesburgo (Sudáfrica), Aloysius Chang desde Taipei (Taiwán), Silvio Cajiao desde Bogotá (Colombia), Rino Fisichella (obispo auxiliar de Roma) y de Georges Cottier (teólogo de la Casa Pontificia también desde Roma).
Al concluir la videoconferencia, el cardenal Castrillón informó que los textos de las intervenciones se enviarán en cinco idiomas a los diez mil sacerdotes inscritos en la lista de distribución por correo electrónico de la Congregación para el Clero.
Más información en http://www.clerus.org.