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Dec 19, 2001 00:00
CIUDAD DEL VATICANO, 19 diciembre 2001 (ZENIT.org).- Juan Pablo II pidió en la audiencia de este miércoles a los cristianos que se conviertan a la paz que trae Cristo con la Navidad.
«Tenemos que convertirnos a la paz --exhortó--; tenemos que convertirnos a Cristo, nuestra paz, con la certeza de que su amor desarmante en el pesebre vence toda oscura amenaza y proyecto de violencia».
Ofrecemos a continuación la meditación que pronunció el pontífice sobre la novena de Navidad.
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1. La Novena de Navidad que estamos celebrando en estos días nos invita a vivir de manera intensa y profunda la preparación a la gran fiesta, ya cercana, del nacimiento del Salvador. La liturgia traza un sabio itinerario para encontrar al Señor que viene, proponiendo día tras día motivos de reflexión y de oración. Nos invita a la conversión y a la acogida dócil del misterio de la Navidad.
En el Antiguo Testamento, los profetas habían preanunciado la venida del Mesías y habían mantenido la espera vigilante del pueblo elegido. Nos invita también a nosotros a vivir con los mismos sentimientos este tiempo para poder gustar la alegría de las inminentes fiestas navideñas.
Nuestra espera se hace eco de las esperanzas de toda la humanidad y se expresa en una serie de sugerentes invocaciones, que encontramos en la celebración eucarística antes del Evangelio y en el rezo de las Vísperas antes del cántico del «Magnificat». Son las así llamadas «antífonas de la O», en las que la Iglesia se dirige a Aquél que está por llegar con títulos profundamente poéticos que manifiestan la necesidad de paz y de salvación de los pueblos, necesidad que sólo en el Dios hecho hombre encuentra su satisfacción plena y definitiva.
2. Como el antiguo Israel, la comunidad eclesial hace eco a los hombres y mujeres de todos los tiempos para cantar la venida del Salvador. En una y otra ocasión reza: «Oh Sabiduría, que brotaste de los labios del Altísimo», «Oh Pastor de la casa de Israel», «Oh Renuevo del tronco de Jesé», «Oh Llave de David», «Oh Sol que naces de lo alto», «Oh Rey de las naciones», «Oh Emmanuel, Dios-con-nosotros».
En cada una de estas apasionadas invocaciones, cargadas de referencias bíblicas, se advierte el ardiente deseo que tienen los creyentes de ver cumplidas sus expectativas de paz. Por eso, imploran el don del nacimiento del Salvador prometido. Al mismo tiempo, sin embargo, advierten con claridad que esto implica el compromiso concreto de preparar una morada digna no sólo en su espíritu, sino también en el ambiente que les rodea. En una palabra, invocar la venida de Aquél que trae la paz al mundo comporta abrirse dócilmente a la verdad liberadora y a la fuerza renovadora del Evangelio.
3. En este itinerario de preparación al encuentro con Cristo, que en la Navidad sale al paso de la humanidad, se enmarca la jornada especial de ayuno y de oración que el viernes pasado celebramos con el objetivo de pedir a Dios el don de la reconciliación y de la paz. Fue un momento intenso del Adviento, una ocasión para profundizar en las causas de la guerra y en las razones de la paz. Frente a las tensiones y violencias que, por desgracia cubren de luto también en estos días varias partes de la tierra, incluida la Tierra Santa, testigo singular del misterio del nacimiento de Jesús, es necesario que nosotros, los cristianos, hagamos resonar aún más fuerte el mensaje de paz que proviene de la gruta de Belén.
Tenemos que convertirnos a la paz; tenemos que convertirnos a Cristo, nuestra paz, con la certeza de que su amor desarmante en el pesebre vence toda oscura amenaza y proyecto de violencia. Y es necesario seguir pidiendo con confianza al Niño, nacido por nosotros de la Virgen María, que la energía prodigiosa de su paz expulse el odio y la venganza que se anida en el espíritu humano. Tenemos que pedir a Dios que el mal sea derrotado por el bien y el amor.
4. Como nos sugiere la Liturgia de Adviento, imploremos del Señor el don de «prepararnos con alegría al misterio de su Navidad» para que el nacimiento de Jesús nos encuentre «velando en oración y cantando su alabanza» (Prefacio de Adviento II). Sólo así la Navidad será fiesta de alegría y encuentro con el Salvador que nos da la paz.
¿No es precisamente ésta la felicitación que quisiéramos intercambiarnos en las próximas fiestas navideñas? Por este motivo, nuestra oración debe hacerse más intensa y común. «Christus est pax nostra - Cristo es nuestra paz». Que su paz renueve todo ámbito de nuestra vida cotidiana. Que llene los corazones para que se abran a la acción de su gracia transformadora; que penetre en las familias para que ante el belén o recogidas en torno al árbol de Navidad refuercen su comunión fiel; que reine en las ciudades, en las naciones, en la comunidad internacional y se difunda por todos los rincones del mundo.
Como los pastores de la noche de Belén, apresuremos nuestro caminar hacia Belén. Contemplemos, en el silencio de la Noche santa, al «Niño envuelto en pañales sobre un pesebre» junto a José y María (Lucas 2, 12.16). Que Ella, que acogió el Verbo de Dios en su seno virginal y lo estrechó en sus brazos maternos, nos ayude a vivir con un compromiso más intenso este último tramo del itinerario litúrgico del Adviento.
Con estos sentimientos, expreso con cariño mis felicitaciones para todos vosotros, aquí presentes, a vuestras familias y a vuestros seres queridos.
¡Feliz Navidad a todos!
[Traducción del original italiano realizada por Zenit.
Al final de la audiencia, el Papa hizo una síntesis en castellano. Estas fueron sus palabras]
Queridos hermanos y hermanas:
En estos días que preceden inmediatamente a la Navidad, la liturgia nos presenta un itinerario para disponernos al encuentro del Señor que viene, proponiéndonos unos puntos de reflexión y oración. Nuestra espera no puede ser estéril, sino vigilante y activa para poder experimentar la alegría propia de estas fiestas.
En el camino del Adviento de este año hemos tenido el viernes pasado la Jornada de ayuno y oración para pedir a Dios la reconciliación y la paz. Hay que convertirse a la paz, convirtiéndonos a Cristo, seguros de que su amor es capaz de vencer todas las amenazas y violencias. En estos días, como los pastores de Belén, apresuremos nuestros pasos hacia el portal para contemplar al «Niño envuelto en pañales» (Lc 2, 12), junto con José y María. A todos expreso mi felicitación navideña, que extiendo a vuestras familias y demás seres queridos. Santa y feliz Navidad.
Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española presentes en esta audiencia. De modo especial, a los fieles venidos de Lomas de Zamora, en la querida Nación Argentina. Al volver a vuestra patria sed portadores de mi palabra de ánimo y esperanza para esta Navidad y el nuevo Año. Por intercesión de la Santísima Virgen de Luján, pido al Señor que los argentinos con magnanimidad y generosidad encuentren, en estos momentos de dificultad, caminos de reconciliación y de entendimiento mutuo para construir, con la ayuda de Dios y con la colaboración y el aporte de todos, un futuro de paz y prosperidad. A todos, mi Bendición Apostólica.