ROMA, 4 julio 2002 (ZENIT.org–Avvenire).- El Patriarcado ortodoxo de Moscú ha enviado una durísima carta en la que quiere demostrar el «proselitismo» católico en tierras rusas.
El arzobispo católico de la capital, por su parte, ha respondido proponiendo que ortodoxos y católicos se sienten en una mesa para aclarar qué es «proselitismo».
Se trata de una misiva del metropolita Kirill de Smolensko y Kaliningrado, responsable de las relaciones externas de la Iglesia Ortodoxa rusa, dirigida al cardenal Walter Kasper y al arzobispo Kondrusiewicz, y difundida públicamente con un comunicado.
El texto pretende dar una «explicación» de la acusación de «proselitismo» lanzada por la Ortodoxia contra los católicos, especialmente después de que Juan Pablo II erigiera cuatro diócesis en la Federación rusa el mes pasado.
El contenido se acompaña de 15 documentos sobre las «actividades de proselitismo de las organizaciones católicas en Rusia».
El nudo del contencioso por lo tanto es la actividad pastoral de los católicos en aquello que los ortodoxos consideran como su «territorio canónico».
La actividad misionera –han explicado siempre los católicos rusos y el Vaticano– no se dirige a los fieles ortodoxos, sino a quien no conoce el Evangelio. La respuesta de Kirill es que, a pesar de la durísima persecución soviética, gracias a la Ortodoxia, también en quien no se profesa creyente ha quedado un interés genérico por la fe.
Y, por lo tanto –es la opinión de Kirill–, «los misioneros occidentales se aprovechan del suelo que nosotros hemos hecho fértil».
El informe contiene pasajes durísimos contra monseñor Jerzy Mazur, obispo de San José en Irkutsk (Siberia oriental), expulsado de Rusia sin ninguna explicación. Sobre el asunto –como reveló en días pasados monseñor Jean-Louis Tauran–, ha intervenido el mismo Papa mediante una carta personal enviada hace un mes al presidente Vladimir Putin. Por el momento, no ha recibido respuesta.
El Patriarcado no habla del visado negado al obispo. Proporciona, sin embargo, supuestas «pruebas» de su «proselitismo». Le ataca por ser religioso de la Sociedad del Verbo Divino (verbitas), congregación «culpable» de promover en Moscú actividades para jóvenes y adolescentes.
Además, recuerda el documento, en los años ochenta, Mazur estudió misionología en la Universidad Pontificia Gregoriana de Roma. «Con esta formación –es la acusación–, no podía sino promover una actividad misionera a gran escala».
La carta lanza también fuertes acusaciones contra la actividad de «beneficencia» de las órdenes religiosas. Repasa las comunidades presentes en Rusia: desde los dominicos a los jesuitas, pasando por las misioneras de la Sagrada Familia o los Hijos de la Divina Providencia. A todos se señala como presencia hostil.
«En la Rusia de hoy – afirma categóricamente Kirill–, no hay una cantidad de católicos tal que justifique la presencia de tantas comunidades».
La misiva ataca incluso a las Misioneras de la Caridad de la madre Teresa de Calcuta. «En su denominación aparece la palabra misioneras –sentencia el informe–. Y en su casa de Moscú recogen a los chicos de la calle y los dirigen hacia el catolicismo».
Como se puede ver, se trata de la misma actividad que realiza la Iglesia católica en cualquier país del mundo, en el respeto de las conciencias, en obediencia a su vocación y misión en el mundo.
«¡Nada nuevo!», exclamó el arzobispo Tadeusz Kondrusiewicz tras leer la respuesta ortodoxa. El prelado, que acaba de regresar a Moscú tras recibir el palio de manos de Juan Pablo II (el 29 de junio) como nuevo arzobispo, repite que «ya nos hemos acostumbrado a recibir ataques, pero nuestra voluntad de diálogo no se detiene».
La denuncia de proselitismo, según Kondrusiewicz, está acompañada «de un elenco de hechos y episodios sin sentido».
«Hago una propuesta –sugiere el arzobispo, anunciando un mensaje que enviará a Alejo II–: sentémonos juntos, católicos y ortodoxos, y definamos negro sobre blanco qué es proselitismo y qué no lo es. Si al menos logramos entendernos sobre esto, el futuro será menos complicado que el presente».
«Conozco y estimo a muchas personalidades del Patriarcado –concluye el arzobispo– y sé que son abiertos y tolerantes, como demuestra la colaboración cotidiana en muchas ciudades».