TORONTO, 26 julio 2002 (ZENIT.org).- La delegación de Argentina en las Jornadas Mundiales de la Juventud (JMJ) ha sido siempre sumamente numerosa. Pero este año la dramática crisis económica que sufre el país latinoamericano se ha hecho notar. Su esfuerzo por estar aquí ha sido acogido con especial simpatía por los canadienses.

El grupo de jóvenes argentinos se conforma en esta ocasión por 75 miembros, frente a los centenares que han acudido en otras ocasiones.

Un gesto significativo del Comité organizador ha sido la decisión de dejar a los jóvenes argentinos un lugar cercano a Juan Pablo II en el palco durante la vigilia de este sábado, en el Downsview Park, como ha confirmado el padre Alejandro Pezet, encargado de la pastoral juvenil en la arquidiócesis de Buenos Aires.

Estos jóvenes traen consigo el sufrimiento de un pueblo en el que, según los últimos datos del Instituto Central de Estadística, el índice de desempleo se acerca al 22%. Si a este dato se añade el trabajo precario, se deduce que un 40% de los argentinos tienen serios problemas laborales.

Según la misma fuente, casi la mitad de los argentinos viven por debajo del umbral de la pobreza y el 22%, bajo el nivel de indigencia.

Refiriéndose a los que esta vez no han podido estar en la Jornada y al país en general, el padre Pezet afirma: «Esperamos que de alguna manera puedan acompañarnos desde la Argentina. Sabemos que este privilegio no es sólo para nosotros. Es una bendición para todas nuestras comunidades y para todo el Pueblo de Dios que camina en la Argentina».

La relación de la Iglesia argentina con las JMJ se remonta al inicio de esta experiencia que comenzó en los años ochenta, cuando era presidente del Consejo Pontificio para los Laicos el cardenal Eduardo Pironio, argentino y uno de los grandes creadores de esta experiencia de evangelización.

La primera Jornada fuera de Italia, y segunda en la historia de las JMJ, se celebró precisamente en Buenos Aires, en 1985.