CIUDAD DE GUATEMALA, 28 julio 2002 (ZENIT.org).- A sus 22 años, Adalberto González se siente feliz de ser la prueba viviente de la santidad del Hermano Pedro de San José Betancur, a causa del milagro atribuido a su intercesión que le abrió las puertas del proceso de canonización.
Delgado, pelo corto y mediana estatura, este joven procede del mismo pueblo, Vilaflor de Chasma, de la isla canaria de Tenerife, de donde es oriundo el beato, que canonizará Juan Pablo II en Guatemala este martes.
«Tenía un linfoma intestinal; el intestino estaba invadido de tumores, de cáncer, y los médicos decían que era imposible mi curación», relata Adalberto en una entrevista publicada por el diario guatemalteco «Prensa Libre» este domingo.
Dice que después de que le diagnosticaron la enfermedad, el 24 de abril de 1985, inició una terapia muy fuerte para la salud de aquel niño que contaba con apenas 5 años de edad. Luego le aplicaron un tratamiento que iba a trabajar lento, pero la curación parecía casi imposible.
Fue entonces cuando sor Giorgina, una monja betlemita italiana, le llevó una reliquia del Hermano Pedro.
«Me daban fuertes dolores, porque el estar acostado era terrible. Yo tomaba la imagen y me la pasaba (por el vientre), y se me quitaba el dolor», afirma.
La familia, comenzó a rezar desde el 25 de abril de ese año una novena para pedirle a Dios por medio de la intercesión del beato la salud del niño.
La Novena se hizo pública y se llevó a cabo una peregrinación hacia la cueva en Tenerife, donde el Hermano Pedro solía orar desde niño.
«Después de un tiempo de estar con medicinas, los médicos iban a abrirme para ver si había mejorado aunque fuera poco», relata Adalberto.
Agrega que «la sorpresa fue cuando vieron que todo estaba limpio. Los médicos dijeron que era como si el cáncer lo hubiesen borrado con goma (borrador)».
¿Su estado de salud actual?: «Voy una vez por año al médico, pero es sólo para visitarlo», indica el joven.
Aunque han pasado más de 15 años desde el milagro, Adalberto lleva al Hermano Pedro por dentro. «El es algo muy grande, puesto que en mí se hizo el milagro, estoy muy orgulloso de ello. Es… lo máximo para mí», dice el joven.
No oculta su felicidad por estar en la tierra donde el beato hizo su obra. «Mi hermana ya había venido a Guatemala y me contó que era impresionante; no aguantaba las ganas de venir», agrega.
Respecto de la canonización del Hermano Pedro, Adalberto no vacila en sentenciar: «Ya era hora».
Durante el acto en el Hipódromo del Sur, no sólo sabe que va a estar sentado cerca del Papa, sino que le regresará la sonrisa de niño al contar que va a «tener el privilegio» de que el Santo Padre le dé la comunión a él y a sus padres.
Adalberto lleva una vida tranquila en la comunidad de Vilafor de Chasma. «Ya terminé de estudiar electrónica y ahora trabajo en una fábrica de embotellamiento de agua», relata. Además, tiene una novia muy guapa, tres años menor que él, y espera casarse.
En lugar de palabras, la madre de Adalberto, María del Carmen Hernández, relata con ademanes, sentimientos y los ojos humedecidos cómo vivió el milagro.
Su rostro está radiante por el orgullo de su hijo, el recuerdo de la enfermedad y la emoción de estar ya en Guatemala.
«Los padres, por mucho que quieran a sus hijos, no saben lo que tienen hasta que no los ven como lo vimos a él, tan mal», dice, mientras se le quiebra la voz.
Luego se recupera y narra: «Comenzamos a rezar y a pedir al Hermano Pedro por la intercesión ante el Señor. Y así, poco a poco, fue saliendo de la enfermedad».
«Es maravilloso estar aquí donde (el beato) hizo toda su labor. El santo universal, al que tenemos que imitar, en su amor al prójimo, en la caridad y en ver a Cristo en el prójimo», puntualiza.