La verdadera historia de Juan Diego

Un experto desmonta mitos y descalificaciones históricas

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CIUDAD DE MÉXICO, 31 julio 2002 (ZENIT.org).- En torno a la figura histórica de Juan Diego, canonizado este miércoles por Juan Pablo II, han surgido tanto mitos como descalificaciones.

Zenit ha querido reconstruir el verdadero perfil histórico del «águila que habla» –esto significaba en su nombre en náhuatl, Cuauhtlatoatzin–, consultando a un historiador considerado como uno de los máximos expertos en la vida del primer santo indígena que vivió entre 1474-1548.

El padre Fidel González Fernández, profesor de Historia de la Iglesia en las Universidades Pontificas Urbaniana y Gregoriana, y presidente de la Comisión histórica de la causa de canonización de Juan Diego en la Congregación vaticana de las causas de los santos, ha accedido presentándonos un detallado estudio histórico.

Hecho Guadalupano
Según la tradición oral continua y los documentos escritos, tanto de matriz española como mestiza y sobre todo indígena, como el Nican Mopohua, el Nican Motecpana y otros, entre el 9 y el 12 de diciembre de 1531 ocurrieron las «apariciones guadalupanas» al indio Juan Diego a sus 57 años, bautizado poco antes por los primeros misioneros franciscanos, perteneciente a la familia indígena de los texcocos.

Según dichas fuentes, explica el historiador, Juan Diego se dirigía al catecismo a uno de los conventos franciscanos entonces existentes en la Ciudad de México.

Las apariciones sucedieron en el lugar llamado Tepeyac, un cerro conocido por un culto idolátrico precedente o por estar unido a la veneración de una deidad mexicana, de aquí las fuertes oposiciones inmediatas y por largo tiempo de algunos misioneros.

La Virgen pidió al obispo Fray Juan de Zumárraga, a través del vidente, la construcción en aquel lugar de una ermita, una «morada» en honor de su Hijo, y que sería lugar de acogida y de consuelo para todos los afligidos, confirma el experto.

Al pedirle un signo que probara la voluntad de la Virgen, Juan Diego llevó al prelado franciscano rosas en pleno invierno. El indio las había recogido y envuelto en su tilma (manta de algodón de la vestimenta india) para entregarlas al obispo. Al abrirla, apareció la imagen de Nuestra Señora impresa en la tilma.

El lugar de las apariciones se convierte inmediatamente un centro de peregrinación de indios y españoles, fomentado especialmente por los arzobispos de México, a partir del segundo y sucesor de Zumárraga, el dominico Montúfar. El centro de la atención y veneración de los fieles será la imagen de la Virgen estampada en la tilma del indio Juan Diego. Este «icono» de la Virgen es el que se venera hoy en la Basílica de Guadalupe.

El códice Escalada, descubierto en 1995, ofrece los datos fundamentales relativos al acontecimiento Guadalupano, al vidente Juan Diego y a la fecha de su muerte. Aparece además claramente pintada la aparición a Juan Diego, en un ambiente montañoso y de vegetación árida esteparia típica del Tepeyac, recuerda Fidel González.

Origen y vida de Juan Diego Cuauhtlactoatzin
Se calcula que Juan Diego nació hacia 1474 en el pueblo de Cuautitlán, perteneciente al señorío de Texcoco. La tradición y otros documentos sitúan la fecha de su muerte en 1548.

El núcleo de las informaciones sobre la persona de Juan Diego se puede tomar de la frase de Marcos Pacheco, el primero de los siete indios ancianos, testigos de Cuautitlán, que declararon en el Proceso canónico llevado a cabo en México en 1666.

«Era un indio que vivía honesta y recogidamente y que era muy buen cristiano y temeroso de Dios y de su conciencia, de muy buenas costumbres y modo de proceder, en tanta manera que, en muchas ocasiones le decía a este testigo la dicha su Tía: Dios os haga como Juan Diego y su Tío, porque los tenía por muy buenos indios y muy buenos cristianos», afirmó Pacheco.

Los otros seis ancianos testigos mostraron unánimemente su conformidad con esta declaración.

Hay que tener en cuenta, advierte el historiador, que los indios eran muy exigentes cuando daban a uno de los suyos el título de «buen indio», y tan «buen indio» como para rogar a Dios que hiciera como él a alguien bienamado.

La educación náhuatl –la que recibió Juan Diego–, a pesar de ser amorosa, era severa. Una de las obras del gran misionero franciscano, contemporáneo de Juan Diego, el padre Bernardino de Sahagún, describe la educación, buenas maneras y valores de la sociedad india.

Siguiendo las pautas comunes, y a través de las fuentes –como Las Informaciones Jurídicas de 1666–, se puede deducir que Juan Diego fue una persona humilde, que había tenido una fuerte educación, con una fuerza religiosa que envolvía toda su vida; que dejó sus tierras y casas para ir a vivir a una pobre ermita dedicada a la Virgen, a dedicarse completamente al servicio de este templo, es decir, dedicarse totalmente a la voluntad de Virgen, quien había pedido ese templo para en él ofrecer su consuelo y su amor maternal a todos lo hombres.

Juan Diego narraba a cuantos le visitaban la manera en que había ocurrido el encuentro maravilloso que había tenido, y el privilegio de haber sido el mensajero de la Virgen de Guadalupe.

De acuerdo con el padre González, también se llega a la conclusión de que la gente sencilla reconoció esta voluntad de la Virgen por medio de Juan Diego, a quien veneraban como a un cristiano santo. Los indios lo ponían como modelo para sus hijos.

«Un dato innegable desde un punto de vista histórico crítico es que su existencia se puede afirmar no sólo con certeza moral, sino con la certeza histórica requerida a través de documentos positivos, de una tradición oral constante entre las poblaciones indias, especialmente de cultura náhuatl y de otras vecinas, como la totonaca, históricamente examinadas y justamente valoradas en su origen, naturaleza y estilo», afirma el padre González.

«Las fuentes históricas –concluye el experto–, tanto escritas y “plásticas” (pintura, escultura, etc..), como las orales, que han tenido origen, estilo literario, expresiones, destinatarios distintos, coinciden y convergen en los datos fundamentales sobre el vidente de Guadalupe, Juan Diego Cuauhtlactoatzin».

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ZENIT Staff

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