Las tres dimensiones del viaje del Papa a Polonia, según un colaborador

La personal, la relación con su país, y su ministerio universal

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CIUDAD DEL VATICANO, 20 agosto 2002 (ZENIT.org).- Tres dimensiones explican el último viaje de Juan Pablo II a Polonia: la personal, la misión pastoral en su patria, y su ministerio universal al servicio de la Iglesia y del mundo, explica uno de sus colaboradores.

El padre Pasquale Borgomeo, que como director general de «Radio Vaticano» ha acompañado al Papa en su octavo viaje oficial a Polonia del 16 al 19 de agosto, hace esta síntesis al regresar a Roma.

«La dimensión personal ha sido la más perceptible –aclara–: gestos y palabras del Papa, incluso los más elevados y explícitamente pastorales, han manifestado los sentimientos y emociones de una persona que para millones y millones de hombres y mujeres es una persona cercana, conocida y amada».

Así se explican, reconoce el padre Borgomeo, «las horas de espera que soportó la gente para verle aunque fuera un sólo momento», por ejemplo, «cuando visitó la casa en que vivía de joven, o cuando bendijo la Iglesia de los salesianos, sus maestros, muchos de ellos deportados a capos de concentración y que después nunca regresaron».

La gente se conmovió –por ejemplo– durante la dedicación del nuevo santuario de la Divina Misericordia, capilla en la que cuando era joven iba a rezar con sus zuecos (zapatos) de madera a la fábrica de Solvay durante la ocupación nazi.

«Todo esto conmovió e hizo reflexionar no sólo a sus compatriotas, sino más allá de Polonia a millones de personas, fieles o no, de todas las partes del mundo. Ahora bien –advierte el sacerdote–, esta peregrinación no ha sido un viaje sentimental, pues su mensaje es mucho más profundo y va dirigido al hombre de hoy en todas las latitudes».

El anuncio del amor de Dios, su misericordia, aclara, es la respuesta «a las ansias y aspiraciones» del hombre y de la mujer de hoy, «indica el camino en medio de los peligros que le amenazan».

«El mensaje de la Divina Misericordia –hilo conductor de la peregrinación– tiene una valencia universal, y en la visión profética de Juan Pablo II asume el carácter providencial de respuesta a las expectativas –incluso las inconscientes– de una humanidad tan perdida a inicios del tercer milenio», asegura el director de la emisora pontificia.

Este mensaje, concluye el padre Borgomeo, «se ha convertido en un diálogo en ocasiones explícito, la mayoría de las veces silencioso y sin interrupciones entre el Papa y el pueblo de su tierra natal. Tres días que, a pesar del cansancio, le han parecido al Papa muy breves, y de hecho en el momento de la despedida dijo con toda sinceridad: «me da pena irme»».

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ZENIT Staff

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