El arzobispo de Asunción (Paraguay) alerta sobre la «cultura de la muerte»

Carta Pastoral de monseñor Pastor Cuquejo

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ASUNCIÓN, 10 diciembre 2002 (ZENIT.org).- El arzobispo de Asunción, Monseñor Eustaquio Pastor Cuquejo, acaba de hacer pública una Carta Pastoral en la que previene a los fieles cristianos y a todas las personas de buena voluntad de las manifestaciones de la «cultura de la muerte» que se registran en Paraguay, donde «los atentados contra la vida son numerosos».

El documento contiene un análisis del mencionado fenómeno, expone la doctrina de la Iglesia sobre la materia y llama a todos a comprometerse en la construcción de la cultura de la vida.

Por su interés, reproducimos a continuación el texto íntegro de la Carta Pastoral «Por una cultura de la vida», de monseñor Pastor Cuquejo.

CARTA PASTORAL DEL ARZOBISPO DE ASUNCIÓN, MONS. PASTOR CUQUEJO
“POR UNA CULTURA DE LA VIDA”
Asunción, diciembre de 2002

A los fieles cristianos y a todas las personas de buena voluntad

1. INTRODUCCIÓN.
La grandeza y el valor de la vida humana nos mueve a pensar que ella, al desarrollarse en el tiempo, llega a su plenitud en la eternidad. Este pensamiento tiene “un eco profundo y persuasivo en el corazón de toda persona, creyente e incluso no creyente, porque, superando infinitamente sus expectativas, se ajusta a ella de modo sorprendente” (Evangelium Vitae, 2).

Los graves incidentes que se dan en los ámbitos internacionales deben llevarnos a reflexionar sobre el valor y el sentido de la vida humana. Esto se hace aún más necesario cuando observamos, con gran preocupación, en nuestro país, síntomas inequívocos de una crisis cultural en que convergen factores negativos heredados de nuestra propia historia y otros profundamente perniciosos provenientes de sociedades con mayor crecimiento económico pero en franco proceso de deterioro moral.

La “crisis de la civilización”, de la que se acostumbra hablar, proyecta sus influjos que desintegran nuestras naciones. Las débiles democracias, en su injusta estructuración social, inyectan la “nueva mentalidad” de la que nos habla Juan Pablo II, cuyo contenido principal no es otra cosa que el desprecio o la mínima valoración de la vida humana (Cfr. Gaudium et Spes, 27).

Muchas veces hemos escuchado las expresiones tales como: la “cultura de la muerte”, el “eclipse del valor de la vida humana”, o “conjura contra la vida”, que nos hablan claramente sobre los atentados que la persona humana sufre en su dignidad, desde el momento de su concepción, pasando por una historia personal que llega hasta su término con la muerte natural o provocada. Todo ello habla de nuevas amenazas contra la vida humana, ante las cuales debemos estar alertas y ofrecer un aporte de promoción y defensa de la misma vida.

2. LOS ATENTADOS CONTRA LA VIDA.
Los atentados contra la vida son numerosos. Comenzamos por las campañas antinatalistas que buscan por cualquier medio disminuir el número de los nacimientos en los países pobres. Existe el programa de la “salud reproductiva” que tiende a superar los problemas de salud materno-infantil, incentivando la anticoncepción, incluyendo la anticoncepción de emergencia que es abortiva. Y tenemos en cierne toda una mentalidad que promueve despenalizar el aborto, comenzando con la revisión de la Carta Magna de la Nación y el mismo Código Penal.

Hay un modo de pensar que considera al enfermo, al anciano, al minusválido, una carga insoportable para la sociedad; un adversario del que hay que desprenderse para no tener obstáculos en aras de una eficiencia económica o para un bienestar egoísta.
El problema de la sexualidad cuando es determinado por la mera genitalidad, absolutamente desvinculada de las dimensiones psicológica, social, ética y trascendente que le son propias, considera al sexo como un objeto de consumo más. Así también el abuso del alcohol, el uso masivo de drogas, o la promoción de espectáculos que conspiran contra la integridad de las personas, de su dimensión moral y del compromiso social. A todo ello se añade la campaña, no siempre honesta, para la prevención del sida que se concentra más en favorecer el sexo “seguro y fácil” antes que hacia un comportamiento sexual constructivo de la personalidad.

El aumento de la pedofilia, la prostitución y el pansexualismo obedece a una mentalidad liberacionista del comportamiento del hombre y de la mujer que no logran armonizar su afectividad con el auténtico sentido de la libertad responsable para lograr la superación de los vicios y antivalores de la vida.

Merece una consideración especial el rol de los medios masivos de comunicación social que contribuyen para la difusión de esta mentalidad “anti vida”.

Estos aspectos señalados se dan en un marco de violencia provocada por el hambre, la miseria, la marginación social de grandes sectores de nuestra sociedad y por la inestabilidad política y económica imperante. La impronta general es la de buscar la legalización del conjunto de prácticas y situaciones antes descritas, como dice el Papa Juan Pablo II, de “una estructura”, de un sistema perfectamente configurado, que cuenta con todo el apoyo internacional para provocar una aceptación global y así llegar hasta las poblaciones menos desarrolladas del mundo (Cfr. Evangelium Vitae, 3-4).

3. EL DETERIORO DE LA CONCIENCIA MORAL.
La conciencia moral es lo que le da sentido pleno a la personal. Por medio de ella se adquiere el verdadero sentido de la vida y se va delineando el desarrollo integral de la persona. En ese proceso se van descubriendo los sentimientos más nobles y se forman las actitudes para la toma de decisiones que ayuden a vivir más plenamente. Es la conciencia la que últimamente acepta la fe en Dios y en sus enseñanzas (Cfr. Veritatis Splendor, 54-56).

El deterioro de la conciencia moral comienza cuando ésta deja de ser expresión del sentido pleno de la vida y sus juicios se desvían hacia lo que podemos llamar “la fuerza que se vuelve criterio para determinar las relaciones entre las personas y la sociedad”. De esa manera se traiciona el principio del estado de derecho y las ‘razones de la fuerza’ substituyen a la ‘fuerza de la razón’. Cuando la persona humana se olvida de Dios pierde el sentido del pecado y de culpabilidad. Comienzan entonces las falsas concepciones de lo que es el ser humano y el deterioro de la conciencia moral.

Asimismo, el falso concepto de libertad, o el libertinaje, contribuye al eclipse del valor de la vida humana. La libertad se entiende como la capacidad de hacer lo que a cada cual se le antoje, movido por su propio interés, iniciando de esa manera, la nueva cultura de un individualismo o sectarismo egoísta. La ciencia y la técnica facilitan la concepción y la difusión de la idea del “superhombre” entendido como un ser de una enorme capacidad de acción en diversos niveles y que no debe rendir cuenta de sus actos a nadie.
Los medios masivos de comunicación social difunden la ideología del hombre superficial liviano (“light”) cuya única referencia es su propio bienestar entendido como un consumismo desenfrenado o como un disfrute irresponsable de las frívolas ofertas de pasatiempo fácil, viviendo en un presente sin sentido.

Los grupos de poder, a nivel mundial, no encuentran el freno de pensamientos y organizaciones fuertes que propugnen un compromiso social. Con el objetivo de mantener modelos egoístas y excluyentes en lo económico y cultural, estos grupos, utilizan las organizaciones internacionales, y luego locales, para concretar políticas tendientes a disminuir el número de pobres de manera compulsiva. Así también condicionan las ayudas a los países en desarrollo y el sostenimiento de las organizaciones locales, implementando campañas que conspiran contra la vida.

De esa manera la democracia pierde sus fundamentos; el
Estado deja de ser la “Casa común” y en nombre de la utilidad pública prevalece el interés de los más poderosos.
La relatividad filosófica, el secularismo a ultranza y el neoliberalismo económico son manifestaciones claras del imperante deterioro de la conciencia moral. Ante estas realidades es necesario reconstruir la conciencia moral y ofrecer respuestas sobre el verdadero sentido de la vida humana.

4. LA PERSONA HUMANA, IMAGEN DE DIOS.
La vida es una realidad sagrada y debe ser custodiada como un don de Dios desde la concepción hasta la muerte natural. Ese don refleja la imagen y semejanza de Dios porque Él comparte su vida con su criatura. No solamente lo hace superior en el orden biológico a todos los otros seres vivientes, sino que le otorga su espíritu con todas las facultades, como la razón, el discernimiento del bien y del mal, la libre voluntad y su gracia.

A lo largo de la historia, la persona humana ha podido reconocer determinados valores objetivos como la vida, la familia, la justicia, la solidaridad, la existencia de Dios, común a todas las culturas. Por eso, la religión ha sido y es un factor fundamental para el desarrollo de la conciencia moral. El sentido religioso es la cualidad natural que pone al ser humano en una actitud de búsqueda de lo trascendente, de ese Alguien que le ayudará a satisfacer sus ansias de poseer la verdad, y el deseo de hacer el bien para encontrar la felicidad. Lo religioso ilumina la verdad sobre la persona humana y le otorga el significado profundo de su pensamiento, de su acción y de su experiencia de vida en profundidad.

La expresión más cabal de la dignidad humana se manifiesta en Jesucristo, Hijo de Dios hecho hombre. Él abre definitivamente el camino de la realización del hombre y la mujer que vencen el pecado y a la muerte. Por eso, cada instante de la vida humana tiene el sentido y el valor de la salvación.

Desde esta perspectiva, el misterio profundo de la vida humana y de la tensión con la “cultura de la muerte” merece una actitud crítica. No se puede llamar al crimen del aborto como un derecho a la libertad. No se debe entender la sexualidad como algo meramente genital, orientada hacia el desahogo en el placer físico. La sexualidad no es una mercancía expuesta al consumo, desvinculada del amor, de la responsabilidad, y de la preocupación por la plena realización de las personas en sociedad.

No se puede entender el matrimonio como un simple contrato que se deshace con los mismos expedientes que en un acuerdo comercial. La vocación al matrimonio expresa el sentido de la vida como un don que se comparte en pareja, de varón y mujer, para construir la familia como comunidad de amor, cimentada sobre la fidelidad y el respeto mutuos.

Solamente la familia, en su concepción tradicional de hombre y mujer, abierta a la acogida de los hijos, es capaz de configurar el lugar de pertenencia donde el ser humano aprende a ser persona. Allí adquiere su identidad y forja su personalidad. Porque el amor de los padres y la convivencia familiar hacen posible la unidad, en el amor de sus miembros, y construye la cultura de la vida.

4. COMPROMISOS PARA PROMOVER LA CULTURA DE LA VIDA.
“En el contexto social actual, marcado por una lucha dramática entre la ‘cultura de la vida’ y la ‘cultura de la muerte’, debe madurar un fuerte sentido crítico, capaz de discernir los verdaderos valores y las auténticas exigencias” (Evangelium Vitae, 95).

La obligación de todos por expandir la “cultura de la vida” implica un sinnúmero de iniciativas, muchas de las cuales ya existen en el país pero que aún necesitan de un mayor empeño para que tengan mayor vigencia.

En este sentido, los padres de familia ocupan el primer lugar. Ellos tienen el deber de educar a sus hijos inculcándoles el verdadero sentido de la vida. En la medida en que los padres vivan, en el seno del hogar, los principios fundamentales de un amor auténtico y del respeto a los demás, en esa medida podrán los hijos comprender que la vida es un don de Dios.

Están los educadores, que complementan la tarea de los padres en la educación de los hijos. Hay que afirmar también que los educadores no suplen ese primer deber de los padres. La tarea del docente implica la recuperación de la verdadera racionalidad del hombre, a fin de ofrecer un claro significado del valor de la vida humana. Es de vital importancia que los educadores establezcan un diálogo crítico entre los valores de la cultura de la vida y las manifestaciones de la “cultura de la muerte.

Corresponde, además, a los muchos agentes pastorales comprometidos en los diversos ámbitos eclesiales, educar en esta misma línea. Esta tarea educativa implica, hoy día, una dosis de heroísmo, dado el cúmulo de intereses económicos, ideológicos, de estrategias de poder, a los que hay que enfrentar con el espíritu de un auténtico testigo, que encuentra su fuerza en la gracia del Señor y en la vivencia de una profunda espiritualidad.

A todos los cristianos y personas de buena voluntad, que comprenden el valor de la vida humana, les presentamos este desafío de la defensa y promoción de la misma. Sabemos que la educación, como primer paso, no es suficiente. Es necesario comprometerse mancomunadamente para superar los condicionamientos estructurales de la pobreza y la miseria, la marginación y la exclusión; todos estos factores son el caldo de cultivo de los oportunistas que imponen la ideología de la muerte.

La defensa de la vida no debe entenderse simplemente como la realización de programas de promoción económica y laboral de los desposeídos. Es una tarea más universal que compromete a cada persona, familia y grupo humano; a cada institución para educar con el contenido del evangelio de Jesús, a fin de implantar una verdadera cultura de la vida.

Finalmente, la sociedad necesita contar con políticos y líderes sociales que se jueguen por la vida. Ellos, apoyados por la sociedad entera, podrán promover el bienestar económico, social, cultural y ecológico de todos los que conformamos la comunidad nacional.

5. CONCLUSIÓN:
Reconocemos agradecidos los esfuerzos que realizan la pastoral familiar y los grupos que se comprometen con un programa de educación para promover y defender la vida humana. Es evidente que esta labor necesita del apoyo y colaboración de todos los agentes pastorales e instituciones de la Iglesia. De esa manera, el trabajo realizado por los grupos especializados en este tema tendrá el impacto positivo para ofrecer un mejor servicio a la vida en nuestro país.

“Es urgente una movilización general de las conciencias y un común esfuerzo ético, para poner en práctica una gran estrategia a favor de la vida. Todos juntos debemos construir una nueva cultura de la vida” (Evangelium Vitae, 95).

“He venido para que tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10, 10), dice el Señor. Por eso, reiteramos nuestra confianza en Dios y en la generosidad de las personas que no dejan de tener esperanza a fin de recrear en nuestro país, en formas más actuales y sugerentes, la mentalidad y la acción del Evangelio de la Vida.

A todos bendigo con paternal afecto.
Asunción, diciembre del año 2002.

+Pastor Cuquejo
Arzobispo de la Santísima Asunción (Paraguay)

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ZENIT Staff

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