La vuelta de la libertad a Ucrania relatada por un misionero

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La evangelización constata la carencia de conocimientos cristianos

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KIEV, 20 diciembre 2002 (ZENIT.org).- Ucrania, país sepultado durante gran parte del siglo pasado en la URSS, es hoy tierra de misión. Su despertar espiritual en gran medida depende hoy de la colaboración entre ortodoxos y católicos.

Constatando el gran problema del ateísmo en la región, un joven sacerdote oblato ucraniano, el padre Pavlo Vyshkovskyy, afirmó en el último número del Boletín informativo de los Misioneros Oblatos de María Inmaculada (OMI) que los primeros signos de esperanza pueden llegar si ortodoxos y católicos derriban los muros existentes.

«Los misioneros católicos pueden ayudar a sus hermanos ortodoxos descubriendo modos más eficaces de evangelización. Ellos tienden a copiar lo que nos ven hacer», afirmó el sacerdote.

«También observan que intentamos ayudar a los pobres, ya sean ortodoxos, católicos o ateos. Todos los días, se proporcionan alimentos y medicinas a niños y ancianos», explica el padre Vyshkovskyy.

«Ello ha sido una grata sorpresa para el clero ortodoxo», añade.

Otro signo de esperanza para el futuro fue la presencia del obispo ortodoxo local en la consagración de la nueva iglesia de Slavutyc, en el mes de mayo.

Puesto que el último sacerdote en Chernihiv fue asesinado por los comunistas en 1924, los misioneros están en los comienzos de la evangelización, especialmente con los jóvenes.

«Hoy, muchos carecen de nociones sobre la historia cristiana. Me contó un sacerdote que, una tarde, una mujer le habló de un crucifijo que había visto y que habían colocado en las afueras de la ciudad. “¿Es ése uno de los suyos?”, le preguntó. “Sí”, respondió él. El sacerdote comenzó a explicarle algo sobre Jesús. Nunca había oído hablar de Él».

El misionero oblato, de 27 años de edad, nació en una época en que «no se podía prever, en breve plazo, la caída del comunismo y de la URSS y el regreso al mapa de los países engullidos desde 1920».

El padre Vyshkovskyy cuenta su primera misa, celebrada hace tres años en Slavutyc, en la zona de Chernobyl, donde está la nueva iglesia de san Eugenio de Mazenod (Cf. Inaugurada una iglesia católica en la ciudad de los obreros de Chernobyl ) .

«Tuvimos que alquilar un local para recibir a los fieles. La misa se celebraba normalmente en las casas de la gente», recuerda.

«Quise celebrar mi primera misa en ese lugar –reconoce–, donde la gente sigue sufriendo las consecuencias del accidente nuclear».

El área de los alrededores de Chernobyl es peligrosa por la contaminación radioactiva que siguió al accidente de mayo de 1986.

Cuatro oblatos son los únicos sacerdotes católicos que trabajan actualmente en la cercana región de 3.189 kilómetros cuadrados, habitada por 1.300.000 personas.

Dieciséis años después del desastre nuclear, aparecen cada día enfermedades, sobre todo leucemia y tumores, y muchos niños nacen con afecciones que los médicos son incapaces de identificar o curar.

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ZENIT Staff

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