BOGOTÁ, 14 febrero 2003 (ZENIT.org).- El cardenal Pedro Rubiano Sáenz expresó el lunes su preocupación por los ataques que desde distintos frentes sufre la vida en Colombia.
En su mensaje de apertura de la 76ª Asamblea Extraordinaria de la Conferencia Episcopal colombiana, el arzobispo de Bogotá y presidente del organismo constató el atropello permanente a la vida expresado en asesinatos, secuestros, terrorismo y violencia.
Sin embargo, añadió que el país tampoco puede desentenderse de las propuestas legislativas que violan el derecho a la vida humana.
En este sentido recordó en particular a los católicos «la obligación de defender la vida (…) desde la concepción hasta la muerte natural».
Si no se respeta la vida desde su inicio, ¿con qué autoridad se pueden condenar los crímenes contra la vida que desangran el país?, cuestionó el purpurado.
Aludiendo a otras iniciativas, recordó que «se presenta de forma reiterada un proyecto de ley para reconocer las uniones de parejas del mismo sexo, que pretende equipar al matrimonio estas uniones».
En este marco, el cardenal Rubiano exhortó a no permanecer indiferentes ante los errores morales, «ni por tolerancia o pluralismo pretender aceptar lo que va en contra de la naturaleza».
Las condiciones de vida en Colombia registran además un deterioro progresivo, con un índice de desempleo elevado, desplazamientos forzados e incluso la necesidad de trasladarse a otro país.
«La Iglesia no es indiferente ante esta dura realidad que vive el pueblo colombiano; los pobres merecen toda nuestra atención pastoral», afirmó el arzobispo de Bogotá.
«El Estado –añadió–, las instituciones públicas y privadas tienen, solidariamente, con criterios de humanidad, que procurar que su derecho a vivir dignamente no quede solamente como un enunciado más, en la realización del bien común».
Por otro lado, cultivos ilícitos, narcotráfico y comercio de armas «nutren la violencia y la corrupción». Por ello el purpurado indicó que «la solución a estos problemas no es sólo responsabilidad del Estado, sino de toda la sociedad».
El marco descrito exige que el país reaccione, abandone «la insensibilidad ante lo que sucede a diario» y rechace los atentados contra la vida «con la exigencia permanente y solidaria de todos los colombianos», insistió.
Refiriéndose al proceso de descristianización en Colombia y en todo el mundo, y constatando la desorientación de las personas, el purpurado expresó el deseo del episcopado de «impulsar la Evangelización, como nos ha pedido el Santo Padre, con nuevo ardor, con nuevos métodos y con renovado entusiasmo».
El camino hacia la paz
«La paz es posible», es el gran reto de los colombianos, dijo el arzobispo de Bogotá.
Para conseguirla, «la Iglesia, fiel a su misión, llama a la reconciliación, propicia el encuentro, interpela la conciencia para que cada persona asuma su responsabilidad para construir la paz, exigencia del bien común».
En su mensaje, el purpurado hizo un llamamiento al gobierno para que mantenga su disposición a negociar con todos los grupos armados al margen de la ley.
Sin embargo, puntualizó que «cualquier negociación que se emprenda con los distintos grupos al margen de la ley debe concentrarse en su desmovilización, desarme y reinserción a la vida civil y se presume la exclusión de un acuerdo de inmunidad, respecto de los crímenes de lesa humanidad».
Al finalizar su discurso, el cardenal Rubiano recordó el atentado contra el Club del Nogal que causó el viernes pasado en la capital la muerte de 33 personas –6 de ellas eran niños– y numerosos heridos.
Calificándolo de crimen de lesa humanidad, el presidente del episcopado colombiano manifestó que «el país unido apoya a la legitima autoridad para rechazar con decisión la barbarie en la defensa del bien común».
«Los obispos somos conscientes de la responsabilidad que asumimos como seguidores de Cristo y servidores del Evangelio para la esperanza del mundo. Por eso, allí donde se juegue la suerte de nuestros hermanos, allí está y estará siempre presente la Iglesia y el obispo vigilante, capaz de dar la vida por sus hermanos, como buen Pastor», declaró el purpurado.